Chang-rae Lee - "Una vida de gestos" - Traducción de Jesús Zulaika- ANAGRAMA (360 págs.17 €)
ISABEL NÚÑEZ - 07/04/2004
En una pequeña ciudad de provincias del Estado de Nueva York, con su honrado establecimiento de material médico y ortopédico, Franklin Hata se ha esforzado por ser un ciudadano modélico, mediante sus gestos de extrema discreción y afabilidad, como un peaje en su intento de ser aceptado en una cultura extraña. Su actitud
suave y perseverante le ha granjeado un respeto especial y la gente acude a él consultándole como si fuera un auténtico médico, con cierta veneración oriental.
Originario de la marginada minoría coreana de Japón, el señor Hata tiene un oscuro pasado cuyo melancólico peso se expresa en los silencios y la actitud del personaje y que predomina asombrosamente en estas páginas, escritas con una economía elegante y una engañosa quietud. A medida que su hija adoptiva crece y la dificultad de relación con ella se hace más evidente, el tranquilo Hata va reconectando con los demonios de su pasado, que se nos revela casi en la tercera parte del libro. La experiencia que el protagonista habría preferido olvidar ha condicionado su presente y le ha llevado en cierto modo a fracasar (o a renunciar) en todas sus relaciones afectivas. Tal vez precisamente por el silencio que se ha impuesto sobre sus emociones, por la separación entre su auténtica manera de sentir y la necesidad de contentar a otros. Pero también por las dramáticas condiciones de la relación amorosa y pasional que tuvo en un contexto mucho más turbulento.
En realidad, la historia de las jóvenes coreanas convertidas en esclavas sexuales para el placer de los soldados del ejército imperial japonés en la Segunda Guerra Mundial, donde Hata era oficial médico, es el núcleo que afecta y da sentido a toda la narración. Este acontecimiento histórico tiene hoy una triste vigencia, tan vergonzante y difícil de asumir como entonces, no sólo porque hace relativamente poco que el Estado japonés reconoció y pidió perdón por esos crímenes de las "casas de consuelo" y porque aún no se ha logrado la compensación de las víctimas –aproximadamente 200.000–, algunas de las cuales murieron y otras sobrevivieron con graves secuelas fisiológicas y psíquicas, sino porque el abuso y la violación sistemática de las mujeres sigue siendo una característica generalizada en las guerras actuales.
Chang-rae Lee entrevistó a algunas supervivientes coreanas de aquella sclavitud, pero tuvo que buscar un ángulo distinto. En su primera versión, ua de esas mujeres contaba la historia en primera persona. La difícil decisión de cambiar dio estructura literaria y sentido a la historia. Fue el descubrimiento de un personaje sesgado lo que inspiró al autor: la idea de cómo viviría uno de aquellos hombres ocultando su pasado y digiriendo su culpa. Pero sobre todo, y esta es seguramente la clave de su acierto, en "Una vida de gestos", es más importante lo invisible que lo visible, es decir, todo lo que Hata ha silenciado con su meticulosa estrategia gestual y aparente, y que se rebela irónica e insidiosamente contra él.
Del mismo modo que su condición secreta, de espía, traicionaba al protagonista de "Lengua materna" –y la estructura de thriller era casi su coartada estructural–, aquí, lo silenciado, aunque su desvelamiento se produzca en pocas páginas, es lo que da vida a todo lo demás. El ángulo sesgado, delicado y púdico con que aborda ese tema sangrante, evitando hábilmente sentimentalismos mediante su táctica de distancia, a través de la melancolía suburbana y el camuflaje de su americanizado protagonista, la historia de amor y empatía que vivió en ese pasado y su fracaso para purgar su culpa y darle salida simbólica a través de la adopción, y el contraste de su carácter en el presente son los elementos que construyen una trama eficaz. Es el punto de vista de un hombre implicado en el bando perverso, que observa a esas mujeres, pero la sobriedad, al rescatarlas sin vehemencia ni falsa inocencia, ayuda a consolidar el núcleo ético de verdad literaria de esta sorprendente novela.
Por su actitud, los dos protagonistas de las novelas de Chang-rae Lee comparten el silencio, la disciplina del secreto. Podríamos identificar cierto rasgo oriental (¿o tal vez británico?) en esa cortesía de la ocultación y el
distanciamiento emocional; una idiosincrasia que contrasta con la ruidosa exhibición del yo americana y occidental.
Chang-rae Lee explota con brillantez su legado oriental y su extraordinaria capacidad de observación, que convierte a sus personajes en espectadores privilegiados de sus propias vidas. Aunque el autor alude al "Dublineses" de Joyce como influencia principal, muchos críticos le han comparado a Ishiguro, probablemente por la capacidad de despojamiento y la extraña calma con que puede explorar las emociones. En definitiva, un nuevo valor seguro en la literatura contemporánea.
Detrás de la verdad
LA VANGUARDIA - 07/04/2004
Chang-rae Lee (Corea del Sur, 1965) nació en Seúl, pero a los dos años se trasladó a EE.UU. con sus padres. Estudió en Yale y en la Universidad de Oregon. Su primera novela, "En lengua materna" (Anagrama, 2003), recibió el PEN Hemingway Book Award y el American Book Award. A través de la crisis de una relación, el autor exploraba con humor y melancolía temas de identidad, o cómo la pérdida de un hijo, unida al carácter y la condición de espía del protagonista –lleno de secretos y de silencio–, podían minar la historia de una pareja. La sobria economía y el distanciamiento (¿oriental?) ya hicieron brillar entonces el talento literario de Changrae Lee. "Una vida de gestos" es su segunda novela.
Por el juego con los géneros, su obra puede considerarse posmoderna: "No soy un escritor experimental, pero siempre me ha gustado mezclar distintas convenciones. Las historias son convencionales en cierto nivel, pero los personajes no participan tanto de esos códigos. En 'Lengua materna', yo jugaba claramente con la convención de un thriller o una novela de espías, pero sin involucrarme tanto en ese género; me interesaba en un nivel mecánico, para luego intentar ir más allá", ha declarado. Ciertamente, sus dos novelas plantean, entre otros temas más personales como la soledad o las dificultades de relación, cuestiones que pueden considerarse políticas: la identidad, la inmigración, la violencia contra las mujeres, la injusticia silenciada... Pero cuando le preguntan si se considera un escritor político, Changrae Lee responde: "Creo que si eres un artista, acabas siendo político... Ser artista significa contar una verdad, con todas las implicaciones que tiene". Su interés por las mujeres esclavizadas en las "casas de consuelo" del ejército japonés fue esencialmente humano. "Yo observo momentos humanos", ha dicho. Tras leer sobre los hechos, decidió viajar a Corea para entrevistar a varias de estas mujeres, que vivían en la casa cedida por unos monjes budistas. Para él, lo más revelador no fue descubrir ningún dato nuevo, sino escuchar sus voces, ser testigo de sus relatos y su verdad: "Nada puede compararse a eso".
Pero era un material "terrible, paradójicamente demasiado directo como para encontrar un núcleo dramático en él. Y entonces surgió un nuevo personaje lateral". "Mi mente lo siguió fuera de aquella escena... Lo imaginaba como un hombre próspero en otro país, con una familia, aunque atípica..." "Para mí, eso es lo que debería hacer
la ficción: centrarse en las consecuencias de un hecho, histórico o no, y mostrar qué pasa, cómo vive la gente en la estela de ese hecho. Porque muchos sobreviven y a veces muy bien. Es lo escalofriante de la naturaleza humana...". Bien acogido por el público y la crítica, elegido por "The New Yorker" como uno de los veinte escritores del siglo XXI y finalista de la lista de "Granta", Chang-rae Lee es obviamente un autor a seguir.
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