miércoles, 29 de octubre de 2008

Brigitte Reimann en La Vanguardia Culturas

Foto: Thomas Ruff, Haus
Dos hermanos östeuropeos ISABEL NÚÑEZ Brigitte Reimann Los hermanos Bartleby Traducción de Ibon Zubiaur 179 PÁGINAS 15 EUROS Brigitte Reimann (Burg, 1933 – Berlín, 1974) inició su carrera literaria en los años cincuenta; su éxito llegó en los sesenta con Die Geschwister (premio Heinrich Mann) y su decepción del régimen socialista. En 1968 le diagnosticaron un cáncer; vivió diez años más escribiendo Franziska Linkerhand, que se publicó, inacabada y póstuma, en 1974. Sus novelas, su correspondencia (con Krista Wolff, entre otros) y sus Diarios fueron best-séllers: Reimann anticipaba la reunificación en una década y mostraba su intensa pasión de vivir, la desgarrada separación de un hermano al que adoraba y que se fue al Oeste, y su debate febril entre el sueño socialista y la realidad burocrática de la RDA. Bartleby publica ahora Los hermanos, primer libro de Reimann en castellano. En sus páginas late el amor incestuoso y nostálgico de Elisabeth y Uli, y la fuga, que la narradora ve como una traición o una consecuencia de su relación amorosa con Joachim. Esa discusión –con cartas y diálogos reales— le sirve para mostrar la vida de los artistas en la RDA, la censura, el dogmatismo, la ética marxista. Todos los sueños de la izquierda y sus trampas: hay algo orwelliano, algo koestleriano en su crítica, ese espíritu que aún mueve a tantos intelectuales poscomunistas: no renunciar a la base social y cultural del socialismo, donde la educación y los libros estaban al alcance de todos y los escritores –ingenieros de almas, dijo Stalin— tenían peso social, como sugiere Zubiaur en su prólogo. La novela va adelante y atrás en el tiempo, ondulante. Es el aliento vital de la autora, ese hálito ensoñado y febril lo que constituye su encanto: el personaje de Elisabeth, la artista libre atada por un lenguaje que la aprisiona, aferrada a las dos Alemanias desgajadas, entre el compromiso socialista y el amor sensual (por su rebelde hermano y por su amante), y al fin, como un pájaro atrapado, no resiste la arbitrariedad, la uniformidad zafia, la perversa combinación de un sistema que glorifica la cultura y al mismo tiempo la constriñe, forzando a la sumisión o a la conflictiva disidencia. El libro permite imaginar lo que fue el siglo XX en el Este de Europa, reflexiona sobre la tradición de la izquierda en el mundo y señala simbólicamente a los países nórdicos como la única opción para recoger ese legado.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Peter Hobbs en La Vanguardia Culturas

Foto: Manel Armengol, Islàndia 2008
Humor, delirio y melancolía ISABEL NÚÑEZ Peter Hobbs Profundo mar azul MONDADORI Traducción de Cruz Rodríguez Juiz 288 PÁGINAS 17,90 EUROS Peter Hobbs (Cornwall, 1973) ha publicado en España Solsticio de invierno (2006) y ha recibido prestigiosos premios en su país. El conjunto de relatos Profundo mar azul recuerda a Baudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo desea cambiar de cama. Pese al humor, la ligereza y las ensoñaciones de estas páginas, todos los personajes sufren algún mal, bordean la psicosis o deliran, sumidos en una densa tristeza de formas alegóricas, o dramáticamente contenidas, con ataques epilépticos o mutilaciones. Cuenta Hobbs que la afección que le retuvo tres años en cama le llevó a la escritura y cambió su percepción. No sabía que su obsesión por la enfermedad (y sus metáforas) impregnaba los cuentos, que creía humorísticos. En lugar de coger pasajeros, un taxista persigue a su mujer con el taxi. Un científico viejo no reconoce lo escribe y sus sentidos le engañan. Un epiléptico descubre aterrado que en el centro donde está internado pretenden devolverle a casa. Una joven que ha perdido las dos piernas en un accidente ve cómo sus amigos niegan su nueva realidad o responden a su dolor con banalidades. Un chico medicado contra la depresión confiesa que ya no sufre, pero echa de menos incluso sus peores sueños. Una mujer vuelve a la granja familiar, mentalmente adherida a su familia. Un joven se hace indigente cuando se estropea el ascensor del rascacielos donde vive y nadie lo repara. Una divorciada atiende un consultorio de locos. Un londinense se despierta dos días de cada diez en Nueva Orleans: asombrado, coge el avión de vuelta, no llega al trabajo, su mujer le abandona... Pero tal vez el mejor relato es el de los inmigrantes lavacoches, donde el humor sutil del diálogo y los pensamientos del narrador crean una teatralidad memorable. Hay algo americano en Peter Hobbs, la disfuncionalidad de sus personajes y el tono acultural que parte de cero, como si los siglos anteriores no contaran y, aunque dos relatos son americanos, el resto transcurre en el sur de Londres. Tal vez esos rasgos se han universalizado y la contemporaneidad ya no consiste en revisar lo anterior, sino en ignorarlo. No se le puede negar talento, brillo, y esa tristeza que subyace al humor; un mundo enfermo, angustiado, que encuentra mil maneras de sobrevivir sin dejar de morir un poco en cada una.

lunes, 6 de octubre de 2008

Grace Paley en Quimera

Foto: I.N., Maraña de almeces, 2009 CHÉJOV EN NUEVA YORK GRACE PALEY Cuentos completos Traducciones de José María Álvarez Flores, Susana Contreras, Enrique Hegewitcz, César Palma, Ángela Pérez Anagrama, 2005, 462 págs., 18,50 € Isabel Núñez Grace Paley nació en el Bronx neoyorquino en 1922. Judía, de ascendencia europea oriental, su abuelo nació en el Báltico, y esas raíces están muy presentes en sus escritos. Casada y con dos hijos, había escrito exclusivamente poemas cuando, aprovechando la ausencia de los niños por una enfermedad, descubrió su propia voz para la ficción y compuso sus primeros relatos. En el prólogo a esta edición de sus Cuentos Completos, Paley explica cómo un padre se deja caer cansinamente en el sillón de la casa de ella cuando acude a recoger a uno de sus hijos y le dice: “Mi ex mujer me aconseja que lea sus cuentos”. Ella se los da, y al cabo de los días el hombre, que es editor en Doubleday, vuelve y le encarga que escriba unos cuantos más para publicarlos. Es lo que la autora define como uno de sus “pequeños golpes de suerte”. La escena se parece a estos relatos, donde muchas veces hay niños, madres y padres, incertidumbre, separaciones, agotamiento y sobre todo, muchas y animadas conversaciones. Es difícil explicar en qué consiste la magia de estos cuentos deslumbrantes. Tal vez la principal razón sea esa voz de Grace Paley, única, especial, cargada de una gran humanidad histórica fuertemente imbricada en lo que se ha llamado humor judío y con una dulzura comprensiva que no excluye nunca la autoironía y el criticismo más feroz. A veces, estas familias efervescentes recuerdan a las de algunas películas de Woody Allen pero van más allá, tan llenas de vida, de excentricidad y de sorpresas, de desestructuraciones, cargadas del peso de la historia, pero también iluminadas por reencuentros amorosos y eróticos a cualquier edad, y sobre todo, de muchísimas discusiones donde la política, los prejuicios, la marginación social, el amor y el sexo, la pérdida, la muerte y la amistad están siempre presentes. En estas historias, el feminismo y la crítica social forman parte de la vida de los personajes, no son nunca impostados, sino inherentes a la tendencia analítica y la rebeldía natural de ese entorno y esa voz, siempre llena de curiosidad, de empatía y también de una energética voluntad de comunicación “¡Contar!”, dice un personaje. “Eso descongestiona un poco; los pulmones sirven para respirar, no para guardar secretos. Mi esposa nunca cuenta nada; tose que tose. Toda la noche.” Así, vemos una familia que grita más allá de lo soportable como expresión de sus dificultades (“Mujeres y niñas”), una joven del teatro que renuncia a las convenciones, pero acaba con una alegre compañía en la vejez (“Adiós y buena suerte”), la muerte accidental de un niño (“Samuel”) matizada por los múltiples puntos de vista de todos los que miran y actúan, condicionados por su propio pasado y sus vidas. O la narradora que se encuentra sentada en un árbol del parque, rodeada de niños y de conversaciones eróticas entre madres cuando sólo ansiaba “una bocanada del ancho mundo masculino”. O ese relato deconstruido y genial donde la narradora discute con su padre un cuento dentro del cuento (“Conversación con mi padre”), que va escribiendo y sometiendo a su crítica impaciente, y aprovecha para recoger sus “defectos como escritora” y juega cervantinamente entre ficción y realidad con su personaje real-inventado por otro personaje algo más real, pero también inventado, que es su álter-ego en muchos de estos relatos. O esa misma álter-ego ya vieja que corre con pantalón corto hasta su viejo barrio, ahora poblado por negros que la increpan pero también la escuchan sorprendidos, y acaba refugiada en su ex casa por una mujer negra huraña y su receptivo niño, mirando por la ventana y sin decidirse a salir durante unos días insólitos. O esas dos amigas que hablan por teléfono, enfermas, y la narradora, que se salvará, le dice a la otra: “La vida no vale tanto, Ellen... Sólo nos ha dado días miserables y hombres miserables, y hemos estado siempre sin dinero, siempre arruinadas, con cucarachas siempre, sin nada que hacer los domingos excepto llevar a los niños a Central Park y remar en ese estanque asqueroso...” “Yo quiero verlo todo”, contesta su amiga. O esos dos hombres que hablan del suicidio como una opción posible en sus vidas, dentro de unos años, cuando sus hijos hayan crecido... (“A la escucha”). Y en ese mismo cuento final, la amiga que se queja y no perdona a la autora por no haberla sacado en sus historias. O el momento de tensa quietud tras un dramático secuestro donde el padre parece culpable (“En el jardín”), o el dolor de las amigas por la pérdida de una de ellas, que va a morir, también lleno de humor y desenlaces múltiples que no mitigan la tristeza, pero la revisten de matices y complejidad (“Las amigas”), o cómo el descubrimiento de que existe un pasado cambia la percepción de una niña que repite su nueva frase “¿te recuerdaz?” (“Ruth y Edie”), o la divertida e interesante discusión política en la tienda de ultramarinos (“El oyente”). Y en esa corriente analítica, tan judía, por supuesto, la obsesión de la memoria: “Sentí una obligación imperativa, como si recordar fuera imperativo para la existencia del pasado.” Y las salidas inesperadas del padre de la narradora, excéntrico y vivo en todas sus apariciones: “Es terrible morir joven. Aunque la verdad es que te ahorra un montón de tiempo.” Grace Paley cuenta que no ha podido escribir más porque estaba demasiado ocupada con su activismo pacifista, social y feminista, desde los años sesenta y la Guerra de Vietnam hasta ahora. Es una feminista que disfruta en compañía de mujeres, pero también en la de los hombres. Y eso se traduce en el vitalismo plácido que respiran sus personajes a pesar de la conciencia y las dificultades. Estructuralmente, Paley parece sentirse libre para explorar y jugar a su antojo, deconstruyendo, asomando a unos personajes fijos de uno a otro cuento, poniendo en cuestión su realidad o su invención (“por eso llegué a quererla, a amarla, a inventarla y a soportarla”, dice en una ocasión la narradora sobre otro personaje), riéndose de sí misma y de todos, relativizándolos, usando su álter-ego, esa Faith (o Fe, en la versión castellana) que tanto recuerda a Grace (Gracia) en primera o tercera persona, acercándola y alejándola, como a todos los demás. Hay cuentos divididos en varias partes, cuentos que se interrumpen con comentarios de realidad, a veces ficticia, cuentos sesgados, incluso sesgadísimos –para contar la violencia contra una mujer, como “La jovencita”, donde el narrador es un hombre simple que empieza disculpando a los prepetradores, para acabar haciéndose alguna pregunta vaga—, cuentos dentro de otros cuentos, y siempre con su pulso firme, humorístico y cargado de una conciencia histórica y humana que sólo una mujer así, judía, culta, activista socialista y anarquista, fiera pacifista, pero vital, irónica, inteligente y con un talento inmenso para la literatura podría mantener sin aburrir nunca ni ser jamás panfletaria. En esta edición, Anagrama ha reunido los tres libros de relatos de Grace Paley que ya había publicado en los años ochenta, añadiendo otra serie de cuentos inéditos de la misma autora. Los traductores son variados, pero el nivel general de la versión castellana es digno, suficiente para dejar ver las sugerentes metáforas y las frases maravillosas de Grace Paley. Para mí, leerla ha sido un descubrimiento y una notable fuente de placer. Como valor añadido extraliterario, diría que es un respiro de aire fresco escuchar una voz tan activista, con un optimismo vital que no se engaña ni engaña, y que viene bien para recordar en Europa los valores de la cultura judía, ahora que Sharon y sus secuaces podrían llevar a olvidarlas. Sólo me gustaría recomendar a cualquiera que lea estas páginas que corra a su librería a hacerse con este libro magnífico y pueda así disfrutar de los placeres y el conocimiento que ofrece.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La regla del juego, en La Vanguardia Cultura/s

A favor del psicoanálisis ISABEL NÚÑEZ Bernard-Henri Lévy, Jacques Alain Miller, compiladores La regla del juego. Testimonios de encuentros con el psicoanálisis GREDOS / RBA Traducción de Susana Lauro 325 PÁGINAS 25 EUROS Francia ha tenido una relación de amor-odio con el psicoanálisis. El país de Lacan ha tumbado en sus divanes a múltiples personalidades públicas, y allí siempre hay un psicoanalista opinando sobre todo fenómeno social, de la moda a la violencia, la educación o el racismo. En España se desconoce y pocos saben que sin terminología freudiana apenas nombraríamos la individualidad. El reflejo de buscar ayuda psicoanalítica apenas existe aquí, salvo en comunidades argentinas o judías. En general y para su desdicha, los españoles prefieren doparse con fármacos que apagan sus síntomas, como si en lugar de tratar una infección bacteriana que causa fiebre, tomáramos antipiréticos de por vida. Este libro surgió para contrarrestar el Libro negro del psicoanálisis, en el que psicólogos conductistas lo denigraban, y contra el intento de los poderes públicos de someterlo a un dudoso control cientifista. La tendencia contra el psicoanálisis responde al mismo movimiento mercantil que amenaza la cultura humanista y la libertad del individuo en el mundo globalizado y se ajusta al interés de los laboratorios farmacéuticos por medicalizar e inventar enfermedades para sus productos. Hay testimonios brillantes y sintéticos, otros más densos, de escritores, psicoanalistas y políticos franceses e hispanos. El escritor Ricardo Piglia define el psicoanálisis como un “arte de la natación, de mantener a flote en el mar del lenguaje a gente que está siempre a punto de hundirse.” A la psicoanalista Elisabeth Roudinesco le fascina su lado subversivo, su provocación, “el odio que suscita desde sus orígenes”, como “avanzada de la civilización contra la barbarie”. Muchos hablan de libertad, del terreno incierto del deseo y la singularidad en que nos sitúa, nos cuentan cómo el psicoanálisis les ayudó a reconstruirse, a recobrar el habla (la filósofa Catherine Clement), de la libertad de escuchar (Renaud Dutreil, ministro), del asombro y la gratitud (Lolita Bosch), de la mejor opción contra el desánimo y el cinismo (Enric Berenguer), citan a Lezama Lima: “sólo lo difícil es estimulante” (Miquel Bassols), o afirman que les enseñó “a saber perder” (Jorge Alemán). Lleno de pasión y de experiencias vitales, el libro evoca el espléndido relato de su análisis que hizo Pierre Rey en Una temporada con Lacan.