miércoles, 8 de junio de 2011

Un libro maravilloso y una reseña que nunca salió

Foto: I.N., Ocas de Ventalló, 2011
Una correspondencia trepidante
ISABEL NÚÑEZ
Gustave Flaubert y George Sand
Correspondencia
Marbot
283 Páginas
23 EUROS
Éste es uno de los libros epistolares más sugestivos, apasionados e interesantes que he leído. Para mí, que recordaba la misoginia y la desigualdad en las cartas de Flaubert y Louise Colet, ha supuesto una auténtica reconciliación.
Si la correspondencia de Flaubert y Sand es tan magnífica tal vez se deba sobre todo a que refleja una amistad y una admiración mutua que inspira y estimula a ambos escritores, un encuentro de personajes vitalmente opuestos y llenos de afinidades.
George Sand, a quien Flaubert llama maestra, es muy consciente de que Flaubert es mejor escritor que ella, y él la admira por su sabiduría, por su actitud vital, aunque no deja de leerse lo que ella escribe. Como nos indica el prólogo, Sand siempre escribió para vivir, nunca recibió el apoyo material de un marido, publicaba en periódicos y escribía a toda velocidad. Para ella, el amor a la vida iba por delante de la literatura. En cambio Flaubert, al menos el Flaubert cincuentón que vemos aquí, vive para la literatura, escribe despacio, buen perfeccionista, se queja de sus dificultades, pero su actitud quejumbrosa no engaña del todo a Sand, quien pese a sus maternales intentos de rescate, pronto sospecha que su amigo encuentra su jardín de las delicias en esa reclusión monacal de la escritura.
Flaubert se queja de soledad intelectual, añora las visitas de Sand y alude a Turgéniev como “alguien con quien hablar”, despotrica de la política, comparte con ella un feroz laicismo republicano y saludablemente anticatólico y antieclesiástico, se aflige y sufre con la guerra prusiana, expresa su misantropía, desenmascara y fustiga la avaricia de los editores y sus mentiras (al menos en Francia las cosas cambiaron y un autor tiene acceso a sus ventas, en España la realidad es la de la Francia de 1800), y tampoco comprende la reacción hostil que despierta su obra.
Es Sand quien tilda a Flaubert de ingenuo por no entender la ferocidad crítica con que topa La educación sentimental: “Tú no sabes hasta qué punto tu libro es original, y cuánto ofende eso a mucha gente, por la fuerza que tiene. Tú haces estas cosas como quien echa una carta al buzón...” Los dos leen filosofía, Flaubert se entusiasma con Spinoza, ambos pasan momentos de apuros y se ofrecen mutuamente dinero, los dos se sumen en la melancolía –Flaubert de modo más constante—, y pese a sus diferencias (“Puede que esa indignación crónica sea una necesidad de tu organismo”, escribe Sand, “a mí me mataría”, mientras que él la acusa de “mansedumbre”), los dos son beligerantes y disfrutan anticipándose al escándalo que provocarán. “No soy cristiano y la hipocresía del perdón me resulta imposible”, escribe Flaubert. A veces, un comentario de Flaubert mueve a Sand a contestarle (sin decirlo), en uno de sus influyentes artículos. Otras veces Flaubert le pide que escriba para apoyarle.
Las dos personalidades son sugerentes: Sand tiene una posición vital casi zen, disfruta del momento presente, paciente y desapegada de la ambición, ecologista avant-la-lettre, rodeada de compañía inteligente y afecto. Y Flaubert tiene un humor y una finura intelectual que alternan con su visceralidad y sus opiniones inesperadas.
En esa amistad intelectual tan llena de afecto y de interés mutuo, ambos hablan de Turgéniev, de Hugo, de Louise Colet, de Barbey d’Aurevilly, de Zola y Daudet, discuten sobre sus motivaciones y diferencias, en una animada contraposición reflexiva que ayuda a ambos a entenderse, y Sand habla de la naturaleza, de sus nietas inteligentes y el paso de las estaciones, mientras Flaubert se desespera de la estupidez humana (“qué inmunda bestia la plebe”, escribe en la guerra, “y qué humillante ser hombre”), se burla de sí mismo, discute de estilo, sufre por su madre o su sobrina o le invade la tristeza. La correspondencia se detiene con la muerte de Sand y sólo nos queda releerla. La traducción transparenta bien el estilo y hay que felicitar al editor de Marbot, salvo a mi juicio, en la extraña elección de la portada.