miércoles, 3 de junio de 2009

En La Vanguardia, Rimbaud

Foto: I.N., Parque del Retiro, Madrid, mayo 2009
Correspondencia El enigma de Rimbaud ISABEL NÚÑEZ Arthur Rimbaud Prometo ser bueno: cartas completas Barril & Barral Traducción de Paula Cifuentes El género epistolar es infrecuente en nuestro mundo editorial, sin embargo, cualquier nota de Kafka irradia su universo literario, Juan Ramón Jiménez brilla aun quejándose por la pianola de un vecino, aunque las cartas de Nabokov sean insípidas. La contraportada de Prometo ser bueno: cartas completas dice que estas cartas iluminan “las partes oscuras de una vida pública”, que forman su biografía. Pero lo que late dramáticamente en ellas es el enigma de un poeta vidente que sólo escribió de los 15 a los 20 años, y que, como dice Pere Gimferrer, “ha encontrado un lenguaje que nadie a su alrededor posee y con el que puede decir cosas que nadie dice”, con una fuerza poética jamás superada. Sólo en las primeras cartas –a su profesor Izambard, a Delahaye, a Verlaine— el joven Rimbaud es aún el poeta ardiente que lee, inventa palabras, muestra su genio intraducible o su escritura nocturna (Un soir j´ai assis la Beauté sur mes genoux), revela que el poeta se hace vidente por un “desarreglo de los sentidos”, formula su “yo es otro” y flota “la verdadera vida está ausente”. Después, sólo vemos la ruptura total con su yo poético, y esos viajes donde lucha arduamente por ganarse la vida, en Alejandría, Chipre, Abisinia, como vigilante de una cantera, comerciante o minero, para morir de un cáncer fulminante, con sufrimiento atroz (un apéndice incluye las cartas de su hermana Isabelle a la madre, y los testimonios del proceso de Bruselas contra Verlaine, por disparar a Rimbaud). Leyendo esas cartas nos preguntamos dónde está el Rimbaud del Bateau îvre, con los áridos manuales técnicos –carpintería, vidriería, armería…– que pide incansable a su familia. El psicoanalista B. Bremond habla de una búsqueda del padre, tras su fracaso por un exceso de fe en las palabras, porque su poesía no se convierte en oro, porque, dice Gimferrer, se ha adelantado un siglo a la comprensión de su obra y ha descrito un círculo completo; más allá no hay nada. Busca en el mundo mercantil un modo de cambiar la vida, lo que no logró su poesía, o a ese padre que al abandonarles le arrebató también a su madre.
La edición es visualmente impecable; hay que felicitarse de que Rimbaud nos revisite (para releer Iluminaciones) y del nacimiento de esta editorial, y esperar que una reedición corrija las erratas.