miércoles, 21 de enero de 2009

Daniel Handler en La Vanguardia Cultura/s

Foto: I.N. Árboles de Bruselas, diciembre 2008
Locamente
ISABEL NÚÑEZ
Daniel Handler (San Francisco, 1970) triunfó con libros juveniles, con la “Serie de catastróficas desdichas” (El hospital hostil y La villa vil, publicadas aquí por Tusquets), y después escribió varias novelas de adultos. En el dorso de portada se dice que Adverbios es una novela. Y es que en estos relatos hay algunos hilos, hebras enredadas, personajes que se repiten y otros que toman sus nombres pero no son, ¿o sí?, y canciones recurrentes (Oh yes, baby, yes) y obsesiones que parecen sacadas de cuentos de hadas crueles, como las urracas que van apareciendo y desapareciendo, o la inminencia del terremoto, y el posible estallido de un volcán, y la paranoia terrorista y la urgencia del dinero. Pero esos hilos que confunden y se ríen del lector no llegan nunca, a mi juicio, a construir una novela.
El libro es irregular, pero tiene momentos –y cuentos enteros— de una ingeniosa y honda melancolía, unida a esa voz irónica que nunca deja de burlarse. Trata del amor, que casi siempre se traduce en desencuentros, celos, platonismos, atracciones y persecuciones sin reciprocidad; en definitiva: amor que duele. Y todo introducido por adverbios (en castellano unificados con la terminación mente) que titulan los cuentos, adverbios que ofrecen el contexto irónico-paródico de todo. (En “Realmente”, el autor habla de sus cuentos). Un pasajero se enamora del taxista, que huye de él. Una escritora británica se ve atrapada en San Francisco, donde cualquier cosa cuesta millones de dólares –incluso un taxi—, bloqueada (sólo logra dos versiones de una frase) y celosa de la ex novia de su marido. Una joven acompaña a su amiga agonizante, de una rara enfermedad, en un itinerario loco. La ex novia de un hombre se convierte en Reina de las Nieves, con poderes sobrenaturales. El cartero, una vecina y un transeúnte acosan a un joven de quien se han enamorado a primera vista. Una pareja que hace el amor en un bosque topa con dos amigos, uno con una pierna destrozada de una caída y el otro, un ex novio de ella… Y en medio de ese desfile doloroso y burlón de personajes que nos confunden con sus autorreferencias, nombres repetidos, canciones, y las obsesiones del autor como imágenes de una poética propia, es difícil no admirar el talento de Handler, que se desvela a medida que avanza el libro.
Daniel Handler
Adverbios
Tusquets
Traducción de Victoria Alonso Blanco
320 PÁGINAS
17,31 EUROS

miércoles, 14 de enero de 2009

Agota Kristof: oscura y fulgurante

La Vanguardia Cultura/s - miércoles 14 enero 2009 Agota Kristof: oscura y fulgurante ISABEL NÚÑEZ Agota Kristof (1935, Csikvand, Hungría) ha tenido una extraña suerte editorial en castellano. Ahora, con su obra mayoritariamente publicada, El Aleph presenta No importa, un relato poético y sombrío de la soledad urbana, de un personaje que confunde sueños y realidad y se enamora de las casas; sólo quiere vivir para recorrer las calles y es capaz de expresar sus excesos de emoción con la música hasta abrumar a quien le escucha. Todavía puede leerse en castellano y catalán la espléndida Klaus y Lucas (la versión catalana es de Sergi Pàmies: no cualquiera podría transmitir ese descarnamiento, esa escritura seca que apenas adjetiva, donde no hay nada superfluo). Obelisco publicó en 2007 La analfabeta. Un relato autobiográfico que, si bien carece del rigor estructural y la exigencia literaria del resto de su obra, consolará a quienes se hayan hecho adictos a su voz y busquen inevitablemente su verdad entre tantas variaciones, sueños y mentiras. Supe de su existencia gracias a la traductora y cineasta Elena Vilallonga, que la propuso a un editor, sin suerte, y luego quiso llevarla al cine, pero leyó que Thomas Vinterberger tenía los derechos de Klaus y Lucas, y abandonó. Esa película no llegó, pero la obra de Kristof ha conocido múltiples adaptaciones teatrales, y una cinematográfica que la autora rechaza, porque la adulteró con un final feliz. Kristof describe un mundo –la Hungría de entreguerras, la dictadura y luego el comunismo— donde el poder es implacable y la violencia arbitraria. En ese mundo, ni las ciudades ni el gobierno tienen nombre –irónica alusión a “los libertadores”—, y sus personajes sobreviven a la dureza volviéndose implacables, con momentos de amistad, de encuentros apasionados aún en medio de la sorda desesperación. Klaus y Lukas, entregados a una abuela que les esclaviza, en una casa donde nadie se lava y todo son harapos sucios, se someten a un entrenamiento durísimo para hacerse invulnerables. Aparentemente no tienen piedad ni sentimientos y se han prohibido las lágrimas, pero su amoralidad tiene excepciones: ayudan y protegen a algunos. Porque en el mundo de Agota Kristof, en medio de esa oscuridad y horror en que todos los ciudadanos han sido despojados violentamente de alguien y viven insomnes, sin curarse de sus pérdidas, rayando la locura, siempre hay un lugar para los encuentros, y en ellos, además de la sensualidad desbordante y sin prohibiciones –el incesto es una constante—, hay una intensidad espiritual que sorprende entre el descreímiento y la desesperanza. El talento está ahí: sus personajes escriben o tocan música, pero siempre abandonan, inexplicablemente, como la propia autora, en una venganza por el maltrato, una voluntad de no restituir nada al mundo, de decir “no me interesa”, como en el poema de Dickinson, This is My Letter to the World, That Never Wrote to Me. En Suiza, el horror ya no es ese Estado violento que mata y despoja lo que lleva a la gente al alcohol y al suicidio, sino el trabajo embrutecedor de las fábricas, la frialdad de la gente, el aislamiento. Leí una entrevista donde Agota Kristof decía que ya no escribía, que no le interesaba la literatura ni creía en nada. Pensé que su desesperanza me resultaría insoportable, pero me equivocaba: como en el Bernhard de Trastorno o de (que Kristof admira), me he preguntado por qué, si todo lo que se describe es tan terrible, me atrae tanto su escritura. Si en Bernhard son la inteligencia del narrador, el humor negro de sus observaciones y la genialidad literaria, que lo iluminan todo, aquí es la poesía descarnada y la intensidad de esos encuentros bajo el horror de la vida, una mezcla de sensualidad, espiritualidad y ensoñación que van más allá de la negación de la autora, más allá de su desesperanza; se burlan de su pesimismo y de nuestra credulidad y muestran un hálito vital más poderoso que ninguna otra cosa. Esperemos que algún editor reedite el agotado Ayer, y que Agota Kristof encuentre pronto su público de lectores en este país.
Agota Kristof
Klaus y Lucas
El Aleph Editores
Traducción de Ana Herrera y Roser Berdagué
No importa
El Aleph Editores
Traducción de Julieta Carmona Lombardo
Trilogia de Klaus i Lukas
La Magrana -
RBA
Traducció de Sergi Pàmies
La analfabeta; Un relato autobiográfico
Ediciones Obelisco
Traducción Julio Peradejordi
No importa
El Aleph
Traducción de Julieta Carmona