miércoles, 28 de octubre de 2009

Mi reseña sobre Lionel Shriver en La Vanguardia Culturas

Foto: I.N., Rincón de un pequeño parque en Bruselas, 2008
Narrativa ¿Qué pasaría si le besara? ISABEL NÚÑEZ Lionel Shriver El mundo después del cumpleaños Anagrama Traducción de Daniel Najmías 704 PÁGINAS 27 EUROS El azar y la pregunta ¿qué habría ocurrido si…? han generado mucha literatura. Para todo escritor, la interrogación ante cada opción vital y la renuncia que implica son materia de ficción. Dejando aparte la poética de lo fortuito austeriana y vilamatiana, Henry James utilizó ese condicional en La esquina alegre, Paul Theroux en My Other Life, y lo manejan la autoficción y el cine con resultados diversos. Lionel Shriver, que causó un impacto más sociológico que literario con su Tenemos que hablar de Kevin (buceando en la violencia adolescente con un legítimo cuestionamiento del rol materno, pero sin una indagación personal más valerosa), somete la trama de El mundo después del cumpleaños a una estructura rígida, casi asfixiante: en el primer capítulo, Irina, ilustradora infantil rusoamericana, felizmente instalada en su rutina de pareja con el racional y estable Lawrence, asesor de política internacional, se ve asaltada por el deseo de besar a un amigo de Lawrence que parece su opuesto, un jugador de snooker británico, inculto, encantador y dado al exceso. De ahí surgen dos novelas de capítulos alternos; en un capítulo, Irina y Ramsey se besan, en el otro no. Y con paciencia minuciosa, Shriver describe en un paralelismo más divertido que irritante las dos posibles vías, con las variaciones de cada opción. ¿Qué pasaría si le besara? ¿Y si no le besara? En ese trayecto, tal vez demasiado largo (aunque dicen que lo largo vende), Shriver se burla de los ingleses (con afecto), de los norteamericanos expatriados (sin renunciar a serlo), de los escritores (“un escritor frustrado, si es que hay alguno que no lo sea”), de hombres y mujeres, raíces, estereotipos y la conciencia moral de lo político. Usa su visión microscópica, algo misógina, desmitifica el sexo y retrata el matrimonio evocando al Hornby de Cómo ser buenos, siempre desde su posición ligera (Shriver prefiere un capítulo de la serie The Wire con palomitas a un cuento de Henry James), para defender la feliz rutina, con un interrogante abierto. Y sale más que airosa de su empeño. En el retrato de esas dos trayectorias posibles, los hechos políticos del cambio de milenio aparecen como mero telón de fondo –guerra de los Balcanes, muerte de Diana, atentado de las Torres Gemelas— que no afecta a la acción principal, y esa reducción es en sí misma una declaración. Domina su feroz ironía, con momentos geniales y otros previsibles, y su mirada inquieta, capaz de mostrar la multiplicidad de yos que coexisten en cada uno y cómo cada relación puede reflejar uno de esos yos y desconcertar. Analiza la extraña dualidad de la pareja, hecha de espacios secretos y canales de diálogo, con sus frágiles equilibrios. Y la necesidad de probar otra vía que puede asaltar a cualquiera. Y en esa reflexión sobre las relaciones, aunque no se dirija tanto a los intelectuales como al público de las palomitas, hay también una interrogación sobre nosotros y cómo nos definimos en el otro, llena de contradicciones y matices. La escritura es pragmática (la traducción eficaz), no busca grandes hallazgos formales. Se trata de entretenimiento inteligente, falsamente ligero, muy contemporáneo y apto para casi todos los públicos.