miércoles, 14 de noviembre de 2007

Chuck Palahniuk - La Vanguardia Cultura/s




Foto: J.A.Millán, Camino de San Sebastián, Cadaqués
La Vanguardia Cultura/s, 14 noviembre 2007
Un vertedero americano
ISABEL NÚÑEZ

Chuck Palahniuk
Rant. La vida de un asesino
Mondadori
Traducción de Javier Calvo

George Plimpton comparó su biografía oral, Capote, a una fiesta imaginaria cuyos invitados hablaran del escritor, contradiciéndose en sus filias y fobias. En la nota preliminar, Palahniuk alude al libro de Plimpton y a Edie (Sedgwick) de Jean Stein. Dos biografías de personajes reales contadas por sus rivales y colegas de excesos, espectadores de sus teatralidades más o menos trágicas. Con demasiadas páginas.

Rant es una novela contada como biografía oral, con efecto Rashomon y múltiples digresiones, como las (brillantes) lecciones de psicología del vendedor de coches. Entra en la ciencia ficción ciberpunk (high tech, low life) subrepticiamente, para resolver la trama en un bucle edípico.

Rant vive en Middleton, una de esas poblaciones americanas sin futuro, donde el viento disemina las basuras y llena las alambradas de condones y compresas, en la escatología cruel típica del autor. Su padre violó a su madre, de 13 años. De niño, mientras busca los huevos de Pascua, le pica una viuda negra, y su padre le obliga a seguir buscando huevos. El veneno no lo mata, le cambia la vida. Ese chico con olfato de lobo asocia la ponzoña al sexo y busca algo que lo mate, mete la mano en las madrigueras, contrae la rabia y la propaga besando a las chicas y embarazando a las maestras.

De mayor, Rant lidera un divertimento ballardiano, el partycrash (aquí, choquejuerga): circulan en coches de recién casados, con latas colgando, y chocan unos contra otros.

Chuck Palahniuk (Washington, 1962), que ha publicado en castellano Superviviente (El Aleph), Nana, Asfixia y Fantasmas (Mondadori), y Diario, una novela en NEB, etc., creó El club de la lucha (El Aleph) cuando trabajaba como mecánico de camiones. En una entrevista contó que escribía tumbado bajo el camión. Su padre se unió a una mujer que huía de un amante violento, y cuando éste salió de la cárcel los mató a los dos y quemó la casa. Estos datos biográficos no suman ni restan nada a su innegable talento de escritor, pero se filtran en la atmósfera despiadada y brutal, la sensación turbadora de sus novelas.

En Rant, la estructura de biografía oral permite a Palahniuk ahondar en su aparente no-estilo, en la tradición despojada de Amy Hempel, Tom Spanbauer y Dennis Johnson. Una especie de tábula rasa con ritmo rudo y una aparente aculturalidad.

Su humor satírico utiliza el dolor amargo de la infancia para contar la distopia americana, el reverso del éxito. Ese dolor está inextricablemente unido al placer, pero también a la violencia latente de las clases populares y la vida urbana contemporánea.

Pero Palahniuk no controla el delirio con la mano férrea de Pynchon (ni la economía de Flannery O’Connor), y la multiplicidad de hilos e ideas corre el riesgo de saturar al lector, atrapado en la narrativa de esos personajes analfabetos que filosofan en su desierto espiritual –“en la vida todo es carne o es dinero”—, y en su estrepitosa ausencia de sueños.

Desde el arranque hilarante de la novela, con el padre de Rant en un avión, la escena en que Rant confiere a Halloween horror verdadero, con corazones animales y ojos ensangrentados, o sus escondites de monedas de oro bajo mocos pegados a la pared, o la obsesión por los partes radiofónicos de accidentes ocurridos mañana, el mito del asesino en serie que infecta con su saliva, su doble final y las coordenadas de ciencia ficción –el mundo dividido en una clase inferior nocturna y una clase diurna, con toque de queda, controles infecciosos y viajes en el túnel del tiempo—, todo crece en el exceso.

Es como si a Palahniuk le hubiera dado pereza eliminar materia de otras historias. El autor ya ha anunciado que seguirá con el personaje. Y aquí, sus seguidores encontrarán no sólo ejemplos del genio Palahniuk, sino también esa voz suya, que restituye incansable la pesadilla americana, capaz de devorar lo que queda de la Vieja Europa.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Jorge Baron Biza - Cultura/s

(Caravaggio, David y Goliat)

Un dolor cerrado
ISABEL NÚÑEZ

Jorge Baron Biza
El desierto y su semilla
451 Editores


El narrador, Mario, acompaña a su madre, Eligia, a la que llama siempre por su nombre, a reconstruirse la cara, quemada por el ácido que el padre del narrador, Arón, le ha lanzado en un acuerdo de divorcio, antes de suicidarse. Madre e hijo viajan a Italia, donde un cirujano célebre le reconstruirá las facciones. Mario pasea por Roma, conoce a una prostituta de la que se hace amante, bebe y bebe, y con un distanciamiento que no puede ocultar el hastío y la violencia interna, narra la evolución de la madre y va hilando escenas del convulso siglo XX argentino, ironizando sobre la desdichada suerte y la estrechez del pensamiento de unos y otros, y acercándose cada vez más al padre escritor, como si una suerte de fatalidad le arrastrara a ello.
Tras publicar su novela de autoficción, en pleno éxito de crítica y público, el periodista y escritor Jorge Baron Biza (Buenos Aires, 1942 – Córdoba, 2001) se arrojó por la ventana de un duodécimo piso, siguiendo la misma pauta repetitiva familiar que recoge la novela, ya que su padre escritor, su madre y su hermana se suicidaron antes que él.
Un crítico ha asociado El desierto y su semilla al género del mal, ha comparado su protagonista a los de Roberto Arlt y sus personajes femeninos a los de Cortázar. Pero el joven narrador de El juguete rabioso arltiano está lleno de sensibilidad, de vitalismo melancólico y de sueños locos, aunque no encaje en el mundo. Y las heroínas de Cortázar muestran el extrañamiento o la interrogación desconcertada de un narrador masculino, pero esa mirada deja lugar a la empatía y el deseo.
Aquí, pese a la belleza de la destrucción y a la feliz idea de asociar simbólicamente las ruinas del rostro materno a las de su país, domina el resentimiento sordo y cansino contra las mujeres, que sólo a veces cede para dejar brillar su humor inteligente (su experiencia transcribiendo recetas de cocina y olvidando ingredientes, o el engaño a los enterradores australianos reinterpretando la cultura clásica) o los experimentos (el cocoliche) en los diálogos, traduciendo literalmente las lenguas cuando hablan extranjeros.
En la literatura, el ángulo suele ser la clave, y situarse en el del perpetrador del mal resulta interesante, precisamente porque las flaquezas humanas, la irracionalidad y la locura son las minas del escritor: pienso en Crimen y Castigo de Dostoievski, el violador de The Little Girl de Grace Paley o Santuario de Faulkner, Flannery O’Connor, Jonathan Littel…
Ciertamente hay aquí un dolor cerrado que no puede dejar indiferente y su expresión es pura literatura. Pero el escritor, incluso enfermo, tiene que controlar su materia, aunque sea eso lo único que controle. Aquí, la falta de salida asfixia al propio escritor, pesa demasiado la obsesiva y sádica descripción del rostro desfigurado de la madre y los –peligrosos— cuidados de su hijo, y ese alcohol compulsivo y desesperado que anuncia ya lo que vendrá.
Si la literatura implica una interrogación, aquí, la respuesta es obvia y el escritor es el único que parece ignorarla, señalando a la genética, silenciando la relación con la madre y camuflando la identificación paterna, las razones de su rabia contra las mujeres, como si sólo el fatuum o el apellido explicaran su necesidad de destruirlas físicamente a cuchilladas. Lo cual no impide relumbrar la chispa de escritor de Baron Biza, ni desmerece la cuidada edición.

jueves, 13 de septiembre de 2007

Balcanes: Dos intelectuales en Kosovo



Foto: I.N., Museo de Historia, Pristina, 2007


Letras Libres - "Dos intelectuales en Kosovo" por Isabel Núñez
Letrillas
SEPTIEMBRE DE 2007
BALCANES: Dos intelectuales en Kosovo
por Isabel Núñez


Para los serbios, Kosovo es un lugar simbólico negativo, la cuna de su identidad, asociada a la derrota contra los turcos, la tierra donde crece la mítica peonía roja, regada con la sangre de sus soldados, como cuenta Ismaíl Kadaré en Tres cantos fúnebres por Kosovo. Pero la mayoría de la población (muy joven: el 50% es menor de 35 años) es albanesa y aspira a la independencia. El legado histórico y cultural no puede ser más diverso. Imperio bizantino, austrohúngaro, otomano, ocupación italiana, serbia… Judíos sefarditas de la diáspora española, católicos y ortodoxos convertidos oficialmente al islam, y el pasado reciente: el comunismo yugoslavo, sui generis, de fronteras abiertas y sin censura, con propiedad privada, fronterizo con el implacable régimen albanés de Enver Hoxa. Y una importante comunidad gitana, los roma.

En estos últimos años, tras el bombardeo de la OTAN que les liberó del régimen de Milosevic, con el retorno de los expatriados, y sus viviendas destruidas por los paramilitares serbios, y con la corrupción generalizada, se ha construido sin licencia ni planificación. El paisaje urbano es una locura: grúas, cemento y polvo, casitas rurales
tras bloques inmensos y coches que lo invaden todo. A la espera de la independencia, la presencia internacional es apabullante: la ONU, el KFOR, las ONG…
He viajado a Pristina a hablar con dos intelectuales albaneses, Migjen Kelmendi y Shzelken Maliqi, para completar mi libro Conversaciones en torno a la guerra, donde entrevisto a escritores sobre el conflicto de los Balcanes.

Letras Libres - "Dos intelectuales en Kosovo" por Isabel Núñez
Pristina es un mar de cemento. La ciudad vieja, en torno a los bazares, conserva su estructura oriental, evoca la hermosa Estambul, pero pasada por el cemento comunista. Sólo una antigua mezquita –magnífica, en su humildad de mosaico azul–, una madrassa cerrada y alguna casa tradicional, de aire insólitamente vasco, se mantienen en pie.
Migjen Kelmendi, antiguo rockero, periodista y ensayista, montó el semanario Java como foro de debate para periodistas y escritores. Atravesamos la ciudad en su coche.
"Aquí se construye sin control", dice. "Es la corrupción del gobierno. Yo no quise un edificio ilegal", me explica al llegar a la sede de Java, en la ladera de una colina, junto a la Universidad Iliria, "y nos quedamos en éste, más pequeño… Pero toda esta efervescencia y crecimiento también me dan una impresión de energía, algo que reconducir. Hay que crear un movimiento cívico y democrático para luchar contra la corrupción, para cuando llegue el Estatuto."
Me habla del apartheid que impuso Milosevic a la comunidad albanesa. "No podíamos entrar siquiera en el bar del Grand Hotel, por ejemplo… Tuvimos que montar escuelas en las casas y los garajes, sin sillas ni pizarras…"
Luego vino la deportación masiva. De eso ha escrito Kelmendi, una pieza irónica, cuyo título, "Love Train", alude a una canción pop. "Nunca en mi vida imaginé que podría ocurrir algo así…", me dice. "Que podrían echarme de casa, deportar a una ciudad entera… ¿Por qué? No podían matarnos a todos. En la guerra de Bosnia, los serbios de Milosevic habían visto que era difícil matar a tanta gente, deshacerse de tantos cuerpos, del mal olor y las infecciones, y por eso decidieron echarnos de Kosovo", sonríe melancólico.
Les sacaron de sus casas y les condujeron a una estación, donde tuvieron que esperar bajo la lluvia, "la ciudad entera en una pradera", con gente mayor y enferma lamentándose, gente que gastaba bromas, partos que se adelantaban... Oían rumor de aviones y gritaban "NATO, NATO", pero seguían ráfagas de ametralladoras serbias. Y al fin, tras esperar toda una noche en que nacieron tres niños, llegó un tren, al que subieron atropellándose, empapados, hasta Macedonia, a un campo de refugiados albaneses, en pleno lodo, sin apenas alimento.

Migjen Kelmendi ha creado controversia al reivindicar la lengua gheg, dialecto oral de los albaneses de Kosovo, que nadie utilizaba para escribir. "En la Albania de Hoxa, se instauró el albanés unificado, pero los kosovares nunca lo dominaron, hablaban tosk, el dialecto del sur, y eran ridiculizados por los albaneses del norte. Ese prejuicio les ha llevado a avergonzarse de su lengua, la que todos hablan, el gheg."
"He intentado promover un debate sobre la identidad y la lengua, primero en Java y luego en el libro Who is Kosovar, pero implicaba romper un tabú. Los grupos de música que cantan en gheg suscitan fascinación en Albania. Si todos los albaneses de Kosovo hablan gheg, ¿por qué renunciar a escribir en la propia lengua? Todos se han puesto en contra. Dicen que no es el momento, que hay problemas más importantes.
Romper tabúes siempre es un desafío. Aunque resulte agotador. Nadie me ha invitado a hablar del tema en la televisión de Kosovo, pero sí en varias cadenas de radio y televisión de Albania."
"En Java escribimos en gheg, albanés estándar y serbio, para estar abiertos, fomentar el diálogo…" Java ha recibido el Press Freedom Award de los Reporteros Sin Fronteras de Austria.
En marzo de 2004, algunos albaneses de Kosovo quemaron iglesias serbias y atacaron a los miembros de esas comunidades, en una inversión del hostigamiento que habían sufrido. Java denunció los hechos calificándolos de Kristallnacht, frente al silencio y la justificación de otros. "Los albaneses no deben pagar a los serbios con su propia moneda", concluye Migjen. "Los culpables de la diáspora no son los serbios de Kosovo, sino los seguidores de Milosevic."

Otro tabú que ha roto es la reivindicación del legado oriental, el islam. "No es una cuestión religiosa", sonríe: "como creyente, soy más bien saganista" (¡de Carl Sagan!). "Se trata de la cultura. ¿Por qué renunciar a la riqueza del encuentro Oriente-Occidente en Kosovo?"


Shkelzen Maliqi es escritor, ensayista, ha sido editor de libros y de la revista literaria MM, asesor educativo de la Fundación Soros y, en los últimos años, además de escribir sus memorias, ha trabajado como comisario de arte y tiene un espacio galerístico, Rizoma. Ha escrito que la antigua Yugoslavia tenía bases frágiles desde el principio. Me cuenta que para él, "la guerra no fue una sorpresa". A finales de los ochenta, vio en Belgrado lo que se estaba preparando. "Yo hablo serbio sin acento y los nacionalistas se expresaban ante mí sin inhibiciones. Estaba trabajando allí y decidí volver a Pristina,no sólo por motivos personales, sino también por la atmósfera tan nacionalista y asfixiante que había."
Maliqi considera que los acuerdos de Dayton, donde ni se mencionaba Kosovo, tuvieron un efecto paradójicamente positivo. Fue "el fin de la ilusión de que la comunidad internacional apoyaría la independencia de Kosovo. Pareció que rehabilitaban a Milosevic, como garante del acuerdo de Bosnia. Sólo Estados Unidos
parecía sospechar del régimen de Milosevic e insistió en mantener las sanciones a Belgrado hasta que no se resolviera la cuestión de Kosovo."

"Con el sistema de apartheid, los albaneses fueron excluidos incluso de las asociaciones culturales y deportivas. Pero Serbia no pudo impedir que los casi 400.000 estudiantes y profesores continuaran su trabajo en instituciones paralelas, en los márgenes, los suburbios, donde eran mayoría y se sentían más seguros. La vida cultural se desplazó de las instituciones al underground. Se montaban exposiciones en restaurantes, representaciones teatrales en espacios improvisados…" "El Estado serbio utilizó su poder militar, primero para suspender la autonomía política de Kosovo, y luego intentó eliminar físicamente a una parte de sus ciudadanos. Les interesaba el territorio de Kosovo como ‘tierra sagrada’, pero no admitían la cohabitación con los albaneses."

La rápida reacción internacional para evitar un genocidio en Kosovo es el núcleo de su optimismo. "En contraste con las guerras en Croacia y Bosnia, tratadas como guerras ‘internas’ y locales, sin repercusiones globales (la limpieza étnica en Bosnia era para la comunidad internacional un problema moral y no geoestratégico), una guerra en Kosovo se veía como un posible efecto dominó, un conflicto más amplio…" "La guerra sucia y el éxodo del pueblo kosovar, de proporciones bíblicas, marcaron un desenlace amargo, pero también un turning point que puso fin a la pesadilla. La intervención occidental no sólo concierne a los albaneses y a Kosovo; es la respuesta a una gran crisis humanitaria, la obligación de la civilización de detener la limpieza étnica, el genocidio..."
Ve las dificultades para conseguir la independencia, pero afirma que "a Serbia le resulta enormemente costoso mantener a Kosovo bajo su control... Y en ese sentido, no tienen otra opción." Maliqi cree que la base social y la educación del comunismo son un buen legado, pero "los sistemas totalitarios no funcionan, por el ansia de poder y la corrupción que generan. El sistema creó también una pasividad. Prefiero una democracia estilo nórdico, con fuerte base social". Pero elogia la inteligencia política de Tito, que los mantuvo en paz, y en los setenta, los kosovares empezaron "una década dorada, que duró hasta los primeros conflictos."


lunes, 13 de agosto de 2007

Colette - Cultura/s

Foto: Angela Reynold's, Bere, 2007

El genio femenino
ISABEL NÚÑEZ

Colette
Lo puro y lo impuro
Global Rhythm Press
Traducción de Gabriel Hormaechea
152 PÁGINAS


Qué sugerente, en estos tiempos de hipócrita moral que reglamenta la vida cotidiana y criminaliza excesos e intoxicaciones personales, entrar con Colette en un fumadero de opio y visitar restaurantes azules de humo, donde los cirios amarillentos lloran sobre altos candelabros sin disipar las tinieblas, y tantas mujeres inteligentes y contradictorias, con sus “torneos de miradas”, sus conversaciones directas sobre el amor físico, exploran los límites de las prohibiciones, entregándose a los placeres y al dolor, debatiéndose entre el impulso de ser libres y las fantasías de sometimiento y protección.


Ya desde las primeras líneas, burlándose de los bordados chinos (hechos en China para Occidente), esquivando irritada a sus compatriotas en territorio extranjero, la narradora expresa toda la riqueza de su punto de vista –analítico y fascinado—, con la fruición de la inteligencia en la edad madura, el placer de comprender lo que hay detrás de cada gesto, y con su admiración de la belleza –nostálgica, sí, pero con la alegría de haber estado allí, de haber sufrido sus goces.


Se trata en efecto de la última y reflexiva Colette que, observadora sagaz –con una mirada que escudriña, capaz de leer mohines que desvelan o temen secretos pasados—, nos muestra de qué materia se tejen las relaciones, y entra en la intimidad de las confesiones para mostrar escenas de la danza amorosa, con pinceladas finas.
Ella, que siempre escribió autoficción con descaro, se sitúa aquí en segundo plano, Somerset Maugham femenina, confidente que presta su escucha inteligente –literaria—, y aunque sea impaciente e incluso mordaz, es siempre empática con las debilidades del espíritu y la carne.


Hilando escenas en la atmósfera decadente del París de entreguerras (o trasladándose veinte años atrás, para trazar un retrato irónico y luminoso a la teatral Renée Vivien), nos muestra una deliciosa galería de mujeres sáficas, desde las viriles amazonas a las más femeninas, entre cartas del tarot, cocheros silenciosos y velos bajo el sombrero… Y se cuela en el mundo masculino, para escuchar al huraño ególatra don juan y ser adoptada en círculos de homosexuales hombres, o para llenar el vacío que dejó Proust (que según ella, describió bien Sodoma, pero nunca entendió Gomorra).


Sus legítimas interrogaciones del feminismo son más refrescantes en este país, donde la devaluación de lo femenino afecta incluso a las comentaristas ingeniosas de los periódicos, que desprecian su propio género. Colette va más allá, su finura crítica y su gusto de las mujeres no cae en misoginias baratas. Sabe bien que los géneros no son puros ni son dos, que todos tenemos masculinidades y feminidades cruzadas, como tantos yos se agitan en nuestro interior.


Hay momentos oscuros en su lenguaje, como señala el buen prólogo de Gabriel Hormaechea, restos de un diálogo ensimismado que se nos escapa. El traductor cumple su cometido y permite una lectura placentera de una escritora tan imbricada en la lengua francesa que parece imposible sin ella: una hazaña.


Colette consideraba éste su mejor libro. Es un juicio difícil, dadas las raras joyas de sus piezas narrativas. Pero aquí se sentía libre y podía jugar con los géneros, posmoderna avant-la-lettre.


No es extraño que Julia Kristeva la incluyese en su trilogía Le génie féminin. Colette es una mina: maneja las artes de la literatura popular y encandila al gran público galo, puede subvertir y feminizar el estilo Montaigne, y sin ella cuesta imaginar al Barthes de Fragmentos de un discurso amoroso o la escritura de Hélène Cixous, refugiada con Derrida “en el vientre de la lengua francesa”. Leyéndola comprendo que Anna Caballé tenía razón, “hay que recordar de dónde venimos”: en este país misógino y puritano, árido y sin matices en el discurso amoroso, no podría haber nacido Sidonie Colette. Leerla es recordar que existen otros mundos…

miércoles, 20 de junio de 2007

Recorrido por el Kosovo literario



La Vanguardia CULTURA/S


14 Culturas La Vanguardia Miércoles, 20 junio 2007 ESCRITURAS

Un recorrido por el Kosovo literario

En los Balcanes post-Milosevic el fatalismo converge con la esperanza. Hablamos con protagonistas de su escena cultural.

ISABEL NÚÑEZ

Como cuenta Ismaíl Kadaré en sus Tres cantos fúnebres, Kosovo significa campo de mirlos, pero la ciudad de Pristina se parece más a un campo de cemento. En los últimos años, la corrupción del gobierno provisional ha permitido construir sin licencia ni planes. El paisaje es caótico y sorprendente, lleno de grúas y polvo, y los coches invaden las aceras. Pero esa misma agitación, el bullicio de los cafés, la profusión de música y antenas parabólicas, son también signos de la efervescencia de la ciudad tras la guerra. A la espera de la independencia.
Queda lejos el apartheid que instauró Milosevic para la comunidad albanesa, expulsándoles de las instituciones e incluso de los bares, forzándoles a montar un sistema paralelo de escuelas en garajes, de exposiciones en hangares. Después vino la gran deportación, las casas quemadas y el tren donde hubo que meterse por la fuerza. Doscientos en cada vagón, me contó Flaka Surroi, jefa del grupo editorial Koha, evocando los trenes nazis. Empapados de lluvia y apretados hasta Macedonia, a un campo con 50.000 albaneses más, en terribles condiciones sanitarias, con tractores tirándoles pan como todo alimento. La mayoría de albaneses ha vuelto. "Y de los 5.000 desaparecidos, han vuelto los huesos de 2.000", dice Flaka Surroi. Ella encontró su casa intacta, pero el suelo de las calles de Pristina estaba lleno de medicinas incautadas y carnets de identidad rotos por las fuerzas paramilitares de Arkan. "Era el caos", dice Flaka, "nadie podía demostrar quién era, ni si la casa era suya."
La sede del grupoKoha incluye un periódico, un canal de televisión y una editorial de libros: 300 trabajadores. El padre era periodista y su hermano Veton dirige el partido de la oposición. Flaka niega que el grupo sea un instrumento del partido: "Él sale más en otros diarios que en el mío". Dice que en Pristina la gente no compra muchos periódicos, los lee en el bar. Como no hay precio unificado, compiten con diarios de precio más bajo.
Es una mujer joven y energética. Para ella, ser crítica supone enfrentarse a la corrupción y a la mafia. Han recibido amenazas de muerte. "Tengo que proteger a mi equipo." Le preocupa la corrupción y la educación. Su canal de televisión es informativo y cultural.No llegan a la comunidad serbia, por la lengua. "En Pristina ya hay jóvenes serbios que estudian aquí y aprenden albanés... Es difícil curar las heridas, se necesita tiempo." Koha vende libros en quiosco, junto con los diarios. Fomentan la lectura a un nivel popular. Han agotado tiradas de miles de ejemplares, en un lugar donde suelen editarse 500.

Migjen Kelmendi accede a los jóvenes con su canal de música por internet. Creó el semanario Java como foro y espacio para periodistas. Introdujo la cuestión de la identidad kosovar en el primer número de Java (2001) y luego en un libro, Who is Kosovar?, para promover un debate sobre la lengua gheg y el legado oriental. "Los kosovares nunca hemos hablado bien el albanés unificado, instaurado en la Albania de Hoxha, y los albaneses del norte nos ridiculizaban. Hablando gheg, los albano-kosovares resultan incluso exóticos", sugiere Kelmendi. "Los grupos de música que cantan en gheg suscitan curiosidad en Albania... Si toda la comunidad albanesa en Kosovo habla en gheg, ¿por qué renunciar a la propia lengua?"

En Java se escribe en gheg, albanés y serbio, con espíritu abierto. Pero casi todos le critican. "Dicen que no es el momento de la lengua, que hay problemas más urgentes. Romper tabúes siempre es un desafío, aunque agota."Y plantear la cuestión de la identidad "es como entrar desnudo en una mezquita". Kelmendi reivindica el legado oriental, el islam. "No la religión, sino la cultura y la tradición islámicas", el encuentro de Oriente y Occidente que conforma el rico legado de Kosovo. Java ha recibido el Press Freedom Award de Austria, un espaldarazo para Migjen. "La televisión de Kosovo me ignora, pero las cadenas de radio y televisión albanesas me invitaron a hablar del gheg." Habla de la corrupción, de la codicia de la posguerra, y de crearun movimiento cívico que pueda cambiar las cosas. "Tal vez un día funde un partido", sonríe.

Paseo por los bazares y la parte vieja de la ciudad, que conserva su estructura otomana, como un Estambul afeado y pasado por el filtro comunista. Tito preservó la arquitectura austrohúngara en la antigua Yugoslavia, pero en tiempos del jefe de seguridad Aleksander Rankovic, con el eslogan "Destruyamos lo viejo para construir lo nuevo", arrasó la arquitectura otomana de Pristina.

Me lo cuenta otro protagonista de la escena cultural, el poeta, novelista y editor Eqrem Basha, propietario de la librería Dukagjini. Librería y editorial están frente a la sede de Koha, en Nene Tereze (Madre Teresa), la avenida principal de Pristina (junto con la avenida Bill Clinton) y tal vez la única que se pronuncia por su nombre. En Pristina, nadie sabe los nombres de las calles: todas son indicaciones de proximidad (junto al Grand Hotel, frente a la iglesia ortodoxa...). Basha es optimista, tal vez porque su actividad le entusiasma. Los libros son caros, pero también publican libros de texto, y han obtenido premios internacionales por su contenido innovador y su interés didáctico. "La Universidad de Pristina ha sido de las primeras en adaptarse al sistema de Bologna. Y mi hija, una de los primeros estudiantes que se fue con una beca Erasmus." Basha es europeísta convencido, y arraigado a su país. "Necesitamos el Estatuto para resolver los problemas pendientes. Kosovo es rico en recursos, pero no en inversión." No teme el retorno de los repatriados. El hecho de que el 50 por ciento de la población tenga menos de 30 años le parece positivo, aunque falte trabajo. "Los albaneses siempre han emigrado a trabajar, traen ideas nuevas, recursos... Y la presencia de la comunidad internacional es positiva por el intercambio cultural."
Basha escribió de la guerra en su novela Las puertas del silencio, aún sin traducir. En francés le han publicado Les ombres de la nuit (Fayard). En la ciudad vieja, visito la mezquita, con sus hermosos mosaicos azules: en la puerta hay dos pares de zapatos. El muecín empieza a cantar bajo la fina lluvia matinal. Shkelzen Maliqi es ensayista, ha sido editor de libros y de una revista literaria, MM, asesor educativo de la Fundación Soros. Ahora escribe sus memorias y ha abierto una galería donde también organiza conferencias. Se anima al hablar de su actividad como comisario de arte y de su espacio, Rizoma. Me presenta al grupo de artistas que se encerró cinco días en la galería: sus intervenciones mezclan grafitis, imágenes de cómic, collages y textos irónicos o conceptuales. Luego destruirán las pinturas y toda documentación, aunque
bromean que algo quedará grabado en el móvil de Shkelzen.
Entrevisto en italiano al joven poeta Arben Idrizzi, redactor del diario L'Express, donde escribe una columna cultural.
Aprendió italiano para leer poesía, de modo autodidacta, y ha traducido a Montale, Pavese, Pasolini... Sus poemas tienen nervio. No ha escrito apenas de la guerra, le interesa la época actual y es pesimista. “No hay esperanza en Kosovo. Hay tanta pobreza, no hay trabajo ni dinero y la corrupción es generalizada. Tememos que con la llegada del Estatuto no se resuelva nada y todo siga igual.”

Nerimane Kamberi usa indistintamente albanés y francés para escribir.
Es profesora de literatura francesa en la Universidad de Pristina, con un sueldo ínfimo, que compensa trabajando en organismos internacionales. Ha publicado cuentos, escribe una novela de la guerra. Cita a Mehmet Kraja, en cuyo libro unos locos se fugan del manicomio después de la guerra. “Ese manicomio, con serbios, albaneses y algún croata, era lo único que quedaba de Yugoslavia en Kosovo durante la guerra y los locos contemplaban cómo el mundo de fuera se volvía loco, y la frontera entre dentro y fuera se desvanecía.” Dio lugar a una película titulada KUKUMI, dirigida por el propio Kraja con Isa Qosja, y donde los locos vagan por el Kosovo destruido, bajo la lluvia. Nerimane es pesimista. “Según una encuesta, si pudieran elegir, el 70% de los jóvenes se iría de Kosovo. Y eso es grave.” Ella teme la marcha de la comunidad internacional, que da trabajo a tanta gente.
Fahredin Shehu es un joven poeta que trabaja en RadioKosova y ha recogido el legado sufí en sus poemas. Sueña con organizar unencuentro sufí en Sevilla o Granada. Leo sus poemas traducidos al inglés, de una sensualidad oriental. En la guerra, en el sudeste de Kosovo, sufrió el ataque de granadas del ejército yugoslavo, tuvo que abandonar su casa y perdió una biblioteca familiar de 2.000 títulos, con manuscritos caligráficos de 250 años de antigüedad, como el Canon de Avicenna. Durante tres meses vivieron en sótanos y, para no enloquecer, leía a Meher Baba y a Osho Rajneesh.
Eso le cambió. “La religión es para los que temen el infierno y anhelan el paraíso, la espiritualidad es para quienes ya han estado allí.”
Yvana Henzler dirige la oficina cultural de la embajada suiza, situada en la ladera de la colina. Hablamos de la escena del arte. “No hay inversión, no hay estructuras, ni escuelas, sólo centros decimonónicos.
Pero hay talento, artistas originales, con una historia que contar.
Temo que sin esas estructuras, no puedan evolucionar. No hay coleccionistas, nadie les compra excepto yo”, sonríe y me cuenta cómo se convirtió en coleccionista. Por pura pasión. En 1998, en Sarajevo, descubrió artistas que le impresionaron. La guerra les había moldeado e inspirado. Empezó a comprarles piezas, entablando una relación con ellos y siguiendo su evolución.Enla escena internacional, detectó cierto desdén por lo balcánico: les invitaban a las ferias, pero sólo como grupo. Harald Szeemann se interesó por algunos y los llevó a Documenta o a Sevilla. Por desgracia, ese proceso se cortó con su muerte.
La colección de Yvana está íntimamente vinculada a los Balcanes y la guerra. “Cuando los artistas se marchan,
desconectan y cambian, y sus piezas ya no encajan con mi colección.” La representación visual de los problemas de la zona es “el hilo rojo que conecta mi colección. Una colección puede ser un sismógrafo de los problemas sociales.”

miércoles, 4 de abril de 2007

Balcanes: Aleš Debeljak

Foto: El País, el castaño de Anna Frank, 2007

Poesía y ensayo
Un paseo por la historia
ISABEL NÚÑEZ


Aleš Debeljak
La ciutat i el nen
Edicions La Guineu
Traducción de Xavier Farré
88 PÁGINAS
12,4 EUROS
Aleš Debeljak
La neu de l’any passat
Lleonard Muntaner
Traducción de Simona Škrabec
169 PÁGINAS
14 EUROS


Debo reconocer que leí la versión inglesa, The City and the Child, revisada y corregida por el propio Aleš Debeljak, y me cautivó ese recorrido dolorido por su destruida Arcadia, un paseo melancólico por la historia de los Balcanes y de Europa. El narrador mezcla su lamento a la celebración vital del nacimiento de su hija, un hecho que revoluciona su percepción del mundo y le hace comprender, en plena guerra, que la vida es sobre todo renovación.
Admito que no he logrado el mismo encantamiento con la versión de Xavier Farré (no por el contenido, cuidado por la revisión de Simona Škrabec y Jaume Creus). Tal vez estuviera yo demasiado apegada a las palabras de mi primer descubrimiento de Debeljak, o tal vez sea una cuestión subjetiva, de gusto, de palabras que yo no escogería y que vuelven rígido un texto que en inglés fluía naturalmente, en unos versos largos, narrativos y precisos, de una belleza poética que entronca con lo que el propio Debeljak decía del escritor serbio judío Danilo Kiš, que “(con los mismos procedimientos poéticos y literarios que Borges), introduce en su obra una responsabilidad ética, con dos interrogantes claves del siglo XX: los campos de exterminio nazis y el gulag soviético. De este modo, su literatura queda arraigada a un espacio histórico.”
Los poemas de Debeljak arraigan también en un espacio histórico, en esa “prisión de la historia”, en el peso ritual que se repite, en “el mapa de un país que desafía el olvido”, en “las metáforas que arden dolorosamente sobre la ciudad” destruida, en su mirada culpable y su “crónica del dolor”: “dos mortíferos y hermosos bombarderos rompen el cielo y los cartógrafos no descansan. El tiempo se acaba. La historia prende una hoguera en los arbustos…”, Siempre con su dualidad vital y sensual, fumando “el último cigarrillo”. Como el muro de piedra que espera a que el ritual de la historia se repita, pero que también “será derribado por el delicado aliento de un niño”.
La neu de l’any passat es una cuidada selección de ensayos, eficazmente traducida por Simona Škrabec, que añade un interesante y esclarecedor epílogo. Debeljak expone, en su tono poético y personal, sus brillantes reflexiones sobre los Balcanes, la historia, la cultura, el peligro de los mitos (el uso perverso que hizo de ellos Milorad Pavić para apoyar la narrativa beligerante de la Gran Serbia; o los más viejos mitos, como la peonía de Kosovo de la que hablaba Kadaré, que crecía con la sangre de los soldados serbios y ahora entorpece tácitamente la aceptación serbia de una independencia necesaria). Debeljak explora los fundamentos para construir una identidad europea común, sin renunciar a las diferencias ni al legado étnico propio.
El descubrimiento adolescente de la gran ciudad cosmopolita de Belgrado –sucia y viril frente al espíritu germánico e higienista de los eslovenos—, su identificación de joven lector con la antigua Yugoslavia, o con la lengua, que promete no abandonar en la poesía (escribe ensayos en inglés), la pérdida de esa Arcadia yugoslava que es también su juventud… En definitiva, el periplo vital y pensante de un ensayista subjetivo y literario que se considera poeta antes que ninguna otra cosa, contado con pasión y delicadeza, y que se lee como una novela.



Poeta y ensayista, Ales Debeljak (Ljubljana, 1961) es licenciado en Literatura Comparada y doctor en Pensamiento Social por la University of Syracuse (NY). Actualmente imparte clases en la Northwestern University de Chicago (donde reside) y el College d’Europe de Varsovia.
Empezó a publicar en los años ochenta, libros de poemas (Los nombres de la muerte, 1985; Diccionario del silencio, 1987) y ensayos (La esfinge posmoderna, 1989; El crepúsculo de los ídolos (1994; Bilbao: Tercera Prensa, 1999). Ha visitado Barcelona invitado por el KRTU, para pronunciar las conferencias Europa sin los europeos en la Fundació Antoni Tàpies y Los poetas y la política en la UPF, y presentar sus libros La ciutat i el nen (La Guineu) y La neu de l'any passat (Lleonard Muntaner).
Su generación, que vivió la época más suave del régimen de Tito, y que a diferencia del resto del bloque comunista, pudo viajar por el mundo y tuvo libre acceso a la literatura internacional, llegó a la madurez con el fin del comunismo, el estallido de los nacionalismos y la guerra, que les pilló por sorpresa y rompió dramáticamente su plácido ensueño.
Aunque los diez días bélicos en Eslovenia fueron, dice Debeljak, “una guerra entre comillas”, él vivió el conflicto como traductor para la CNN y confiesa que le parecía irreal, como una película. Sólo la visión de los primeros muertos le hizo comprender. Tiene palabras amargas para la actitud de Europa: “En 1993, cuando en Sarajevo llevaban un año de asedio, la prioridad de la UE era Maastricht: ordenar la casa. Aunque en el patio de enfrente la gente moría. Pero a las élites no les preocupaba. A los yugoslavos no se les consideraba europeos. Mientras Sarajevo ardía, Europa tocaba el violín. Maastrich era un documento de cultura, pero su reverso oscuro (de barbarie) fue cerrar los ojos a los crímenes de guerra, a que en Bosnia violaran y degollaran a tanta gente.” Y añade: “Si esta guerra no hubiera implicado a musulmanes, Europa habría evitado el genocidio… Y lo más triste es que en Bosnia existía precisamente la clase de islam que buscaba Europa, un islam abierto y europeo avant-la-lettre…” De la sentencia del Tribunal Penal Internacional de La Haya sobre Srbrenica, dice: “Es la misma actitud desde el principio del conflicto, un compromiso. Por una parte, confirma el genocidio y apoya a los bosnios. Por otra, al decir que la responsabilidad no es exclusivamente de Serbia, apoya a Serbia. Hay un dicho esloveno para eso: querer conservar toda la oveja y saciar al lobo...” Y continúa: “La UE podría aprender una lección del desmembramiento de Yugoslavia. Yugoslavia era (dicho con ironía) una pequeña Europa: lenguas y alfabetos distintos, religiones distintas… La búsqueda de puntos comunes fue la característica que definió la Yugoslavia de Tito. Todos teníamos una identidad primera, étnica, que nos definía, y por un acto voluntario, éramos yugoslavos. Como en Europa todos somos catalanes, franceses, italianos, pero decidimos ser europeos. Yugoslavia era una identidad transnacional. Sólo le faltaba la democracia… La UE tiene un déficit de democracia, aún es un proyecto de las elites, desde arriba. Como en Yugoslavia, falta el consenso de las comunidades… La lección sería cómo puede fracasar o no el proyecto europeo.”
Cuenta cómo el nacionalismo esloveno, más moderado, creció a partir del “rechazo arrogante” por parte de Serbia de todas las propuestas de cohabitación que los eslovenos pusieron sobre la mesa yugoslava. Y también habla de lo que fue el experimento yugoslavo, la particular combinación del oriente y occidente europeos capaz de engendrar pensadores como Slavoj Zizec, que une marxismo y psicoanálisis.
Debeljak define el multiculturalismo como un abrirse hacia lo distinto sin renunciar a la propia identidad, una tensión entre conservar lo propio y entender lo ajeno, y es más optimista que otros autores ex yugoslavos, se implica en proyectos editoriales que reconecten culturalmente las antiguas repúblicas, y recuerda que “en las encuestas, los musulmanes bosnios aún afirman que serían capaces de convivir con serbios y croatas…” Más optimista que otros autores ex yugoslavos, dice: “Tarde o temprano tiene que haber una reconciliación.”
Es significativo que un editor vasco y dos catalanes se hayan interesado por este autor. Quien pasee por las librerías de Ljubljana, verá en sus escaparates autores vascos y catalanes; algunos, como Bernardo Atxaga, son casi best-séllers. Más allá de los estereotipos de unos balcánicos salvajes y sangrientos, asociados en el imaginario europeo decimonónico al propio mito de Drácula, la reflexión sobre la identidad y las diferencias en Europa establece también afinidades literarias.

martes, 13 de marzo de 2007

Supervivientes judíos: Nicole Krauss


Foto: Sinagoga de Berlín

La Vanguardia Culturas, 05/04/2006

Novela
Entre Grace Paley y García Márquez

ISABEL NÚÑEZ

Nicole Krauss (Nueva York, 1974) se graduó en Stanford e hizo un posgrado en Oxford. En cierta ocasión, asistió a una conferencia de Josif Brodskii y le entregó sus poemas. No esperaba recibir noticias, pero él la llamó al día siguiente y pasaron siete horas juntos trabajando en ellos. Más tarde, Krauss abandonó la poesía. Su primera novela, Man walks into a room, tuvo una excelente acogida crítica.

Antes de que su segunda novela, La historia del amor, llegara a las librerías norteamericanas, Krauss ya aparecía en todos los suplementos literarios. El director de cine mexicano Alfonso Cuarón dirige la película, basada en un libro que ha merecido los elogios de Coetzee y de Ali Smith, además del entusiasmo unánime de la crítica y la traducción a veinticinco lenguas. En las entrevistas, Krauss se ha quejado de que siempre le hablen de su marido, el también escritor Jonathan Safran Foer, y en parte es injusto contribuir a esa desigualdad, pero la comparación resulta inevitable, puesto que ambos comparten mucho más que el éxito, la juventud y la adaptación al cine de sus segundas novelas: una gran similitud en la mirada a su pasado, también común, de abuelos judíos del Este europeo que sobrevivieron al Holocausto y se establecieron en Nueva York, y cuya dolorida nostalgia de la pérdida sólo se ve dominada por un intenso vitalismo y una alegría (agridulce, crítica, analítica, autoirónica, siempre apegada a la cultura, pero alegría al fin) de vivir.

El viejo escritor y cerrajero Leo Gursky perdió a Alma, su novia -embarazada-, camino del exilio, perdió la vivencia de la paternidad y también perdió en el traslado la novela que había escrito sobre ellos, La historia del amor, a manos de su amigo Litvinoff, al que no volvió a ver y, en una soledad interrumpida por las visitas de su amigo y vecino Bruno, procura asegurarse de que alguien le vea todos los días, y lleva un cartel que dice: "Me llamo Leo Gursky, no tengo familia, llamen al cementerio Pinelawn, tengo una parcela en la sección judía. Gracias por su amabilidad". Gursky es uno de los dos protagonistas principales. La otra es Alma Singer, que se llama así por el personaje de la novela perdida de Gursky, una niña excéntrica y solitaria que intenta con los procedimientos más peregrinos que su madre, traductora viuda, deje de estar sola, y que proyecta primero ser paleontóloga, luego viajar a la Antártida y al fin acaba aprendiendo pintura por puro accidente. A partir de aquí, los sucesos se encadenan en una especie de paródico thriller, con ciertas resonancias austerianas por la influencia del azar en todas las cosas, y empieza a caer una lluvia de interrogantes sobre la cotidianeidad de Alma, que investiga el pasado de sus padres, la novela que les fascinó (y que ahora su madre traduce por encargo de un misterioso desconocido), rastrea la vida del escritor que la firmó, Litvinoff, descubre a Isaac Moritz, el hijo escritor de Gursky, y sigue muchas otras vías que le permiten relativizar la pérdida de su padre y el fin de su romance con un judío ruso, Mishka. Todo esto en una exuberancia imaginativa de personajes y momentos mágicos, llenos de una sutil y particular complejidad de matices y en un tono que conecta con Todo está iluminado (está claro que Jonathan Safran Foer también se ha inspirado en el pasado de ella), y a la vez resucita y reactiva deliberadamente el encantamiento de Cien años de soledad, matizado por un humor judío americano y femenino que homenajea a Grace Paley, sin excluir cierta locura al estilo del judío ruso Isaac Babel.

Ninguna de estas influencias oculta el núcleo duro de verdad personal de Nicole Krauss, su imperiosa necesidad de contar, que a veces se pierde en el puro torrente de pequeñas historias tangenciales, pero que recupera con su obvio talento, su energía y sus cualidades de narradora. Una novela muy sugerente.


Nicole Krauss La historia del amor / La història de l´amor. Traducción al castellano de Ana
M. ª de la Fuente y al catalán de Ernest Riera Salamandra / RBA-La Magrana
(288 / 272 págs. 16 / 18 €)

lunes, 12 de marzo de 2007

Balcanes: Dubrakva Ugrešić en Quimera


Quimera (diciembre 2003)


TODOS SOMOS PIEZAS DE MUSEO
DUBRAVKA UGREŠIĆ

Isabel Núñez


Dubrakva Ugrešić (Zagreb, 1949), escritora, brillante ensayista y profesora universitaria de literatura eslava, abandonó la antigua Yugoslavia en 1993, convertida en persona non-grata por el pensamiento único y oficial nacionalista, y se fue a vivir a Holanda, exceptuando períodos de enseñanza en Universidades norteamericanas.
Sus obras se han publicado en inglés, francés, alemán, holandés y otras lenguas, y ahora hay que felicitarse de que Alfaguara haya decidido darla a conocer en España con El Museo de la Rendición Incondicional. En inglés y francés se encuentran también sus novelas y relatos In the Jaws of Life y Fording the Stream of Consciousness, además de múltiples ensayos.
Como un álbum de fotografías, esta novela sorprendente y extraordinaria va reuniendo fragmentos, pensamientos, diarios, cartas, retratos de amigos, citas literarias y proyectos de artistas contemporáneos que componen los fragmentos del mosaico del mundo contemporáneo.
El título alude a un museo de Berlín, con sede en el edificio donde se firmó la capitulación de Alemania al fin de la II Guerra Mundial y situado en el barrio del antiguo Berlín Este, con los antiguos cuarteles soviéticos y contenedores con las pertenencias de los soldados soviéticos que los ladrones fuerzan por las noches.
La protagonista y narradora, una especie de variante de la propia escritora, es una mujer croata de 45 años, escritora exiliada en Berlín, que reflexiona sobre el significado del exilio e intenta componer su identidad o preservar la memoria que la guerra se empeña en borrar, en una ciudad que ella ve como un museo viviente, como un yacimiento arqueológico donde el paseante puede detectar los sedimentos de cada época, la herencia dolorosa del hervidero de la historia que se reúne en los mercadillos de la ciudad, donde se venden esvásticas junto a hoces y martillos y figuritas de Lenin, y donde se reúnen refugiados balcánicos en busca de otros compatriotas. “Todos nosotros somos piezas de museo”, dice alguien.
En la soledad de una ciudad helada donde el tiempo parece transcurrir de otra manera, mientras la narradora se resiste aún a aprender alemán y habla casi sólo con el cartero o el conserje, reflexiona sobre la edad y el envejecimiento, sobre la memoria perdida, va construyendo sus recuerdos en forma de álbumes de fotos, fragmentos o imágenes que son, como dice la cita de Susan Sontag, memento mori.
Y en esa memoria fragmentada aparece la madre de la protagonista, con sus recuerdos de la II Guerra Mundial y la infancia de posguerra de la narradora y su nostalgia de los hijos, y los gestos de su madre parecen filtrarse victoriosamente en los gestos inconscientes de la hija, casi a su pesar, como por una voluntad materna de permanecer.
Otras imágenes congeladas despiertan otros pensamientos, cruces con personajes en otras ciudades o en el mismo Berlín. Obras y proyectos de Ilya Kabakov o de artistas contemporáneos en Berlín, que son también reflexiones sobre culturas perdidas, sobre el rescate de la memoria histórica, sobre la lucha contra el olvido, sobre la ciudad como superposición de historias. Conversaciones con una vecina rusa, con un colega, preguntas en voz alta. Das is Kunst? ¿Qué es el arte? Y una de las respuestas, de un colega: “El arte es un intento de defender la integridad del mundo, la secreta unión entre todas las cosas. Sólo el arte presupone una secreta relación entre la uña del dedo meñique de mi mujer y el terremoto de Kobe.”
La narración de un encuentro amoroso fugaz de la narradora en un congreso de Lisboa o de una antigua conocida en un café de una ciudad norteamericana, el recuerdo de una amiga berlinesa y sus aventuras cocinando para marineros islandeses o enamorándose de un albañil al otro lado del muro, o una anécdota que dibuja la vida en Zagreb, cualquiera de esas fotografías de la maleta imaginaria de la exiliada croata sirven para desatar el hilo de sus pensamientos y para mostrar su arte de narrar.
Y los sueños vagamente premonitorios y los atisbos de lo que vendría, los signos que ya estaban en la forma de ser de un país, en la cultura comunista, en la falta de crítica, en las décadas de violencia, tan cercanas.
“Vivíamos en una ciudad en la que la gente caminaba un poco de lado (...) porque nunca se sabía de dónde vendría la bofetada (... donde el odio se cultivaba como una planta doméstica (...), una ciudad de oscuros rincones, donde las vidas se gastaban deprisa, porque eran baratas, los odios eran vehementes y los amores tibios.”
Mucho más adelante, aparecen las amigas de la narradora, en una fotografía de grupo. Es especialmente memorable la reunión de las amigas universitarias, con sus conversaciones teóricas sobre las dietas y su avidez sensual hacia la comida –que también es una celebración de la multiculturalidad: delicias turcas, quesos serbios, nata salada, pasteles de Eslovenia con semillas de amapola y nueces, baklavas y fideos dulces kadaif con pasas y cestitas de chocolate, ensaladas y pasta—, sus amantes y maridos, su costumbre de echarse las cartas del Tarot, la idea de la mediana edad como ir tapando agujeros de una barca sin pensar nunca en el naufragio final o como una lucha contra el colesterol, todo se congela mágicamente y culmina en el momento mágico de la aparición de un extraño ángel sexuado que las llena de nostalgia física y después se va repartiéndoles una pluma y el olvido a cada una, menos a la narradora, a quien le deja la memoria.
Pero aún más memorables son los retratos vitales de esas amigas, que sirven para componer en un momento, en apenas unos trazos ligeros y brillantes, el relato de la guerra que convirtió la antigua Yugoslavia en tres pequeños países desiguales, llenos de heridas, de destrucción y de culpa. Una de ellas se queda donde está, en pleno peligro, con los alumnos divididos entre los dos bandos, refugiada en la bañera de su casa con una mesita donde pone el tabaco y la bebida (y cada vez bebe más) y un gato, Behemot, que le sirve de estufa, y el teléfono desde el que llama a las amigas mientras aún hay comunicaciones. Otra se queda en Sarajevo y su carta única explica, casi mejor que la exposición que aún hoy puede verse en el museo de la guerra de esa ciudad, cómo se organizó la supervivencia durante el asedio, sin electricidad, sin comida, sin calefacción, cómo todos aprendieron a cocinar de la nada, a cortar leña, a fabricar estufas y mandiles, cómo los niños vivían encerrados, las casas eran agujereadas, la comunidad judía repartía comida entre los bosnios, y sobre todo, cómo huir no parecía una solución para todos los que decidieron quedarse. Otra, serbia en Zagreb, tuvo que volver a Belgrado, casada con un croata, aprendió a no tener miedo, a aceptar las humillaciones, pasar fronteras, proteger a su hijo. Otra cambió su discurso y se hizo nacionalista croata. Y así sucesivamente, se construyen todos los matices con retratos personales, nunca estereotipados porque si algo tiene claro esta escritora y ensayista, es la lucha contra los estereotipos (Véase sino su colección de ensayos titulada en inglés Culture of Lies) y contra las mentiras oficiales que devoran a la gente.
Y en esa sucesión de fragmentos y fotografías de un álbum multicultural, rico y lleno de matices, de países distintos, de personajes con peso retratados con una agilidad sintética asombrosa –que la versión castellana, eficaz y elegante, transmite con fluidez—, la sabiduría histórica y literaria y el conocimiento del arte contemporáneo se unen a la capacidad poética y la fuerza de las imágenes y todo se estructura mágicamente entorno a esa idea del mundo y la ciudad como museo viviente y de la memoria como identidad y la escritura como lucha contra el olvido, con una coherencia que parece extrañamente espontánea, como si una mano invisible ordenara el caos y encontrara felizmente el lugar idóneo de cada cosa. Porque, como dice Dubravka Ugrešić, crecerá la hierba sobre las casas destruidas y a los testigos también acabará cubriéndoles la hierba.
En conjunto, un libro distinto, ambicioso y brillante, donde el diario, la narrativa, el pensamiento y la poesía se articulan en ese museo del nombre más largo del mundo, ese museo de la historia por donde desfila el dolor de todas las guerras y los éxodos y la vida, la comida, el sexo, la amistad y la conversación, en el baile de fotografías de una autora inteligente y llena de humor, que piensa por su cuenta.

El Museo de la Rendición Incondicional

Traducción de Mª Ángeles Alonso y Dragana Bajić. Alfaguara, 2003, 352 págs.

Argentina: Di Benedetto

La Vanguardia Culturas (2/2/2005) Narrativa Cuentos desde la cárcel ISABEL NÚÑEZ
Antonio Di Benedetto (Mendoza, 1922-Buenos Aires, 1986) escribió estos cuentos en la cárcel, durante la dictadura argentina. En ese año de cautiverio, fue sometido a dos simulacros de fusilamiento. Como le rompían los papeles, envió sus relatos en forma de cartas a su amiga, la escultora Adelma Petroni, como si fueran sueños. La editorial Adriana Hidalgo presenta además la trilogía de novelas Zama, El silenciero y Los suicidas de este escritor reconocido por Borges, Roa Bastos (integrantes del jurado que premió uno de estos cuentos, Los reyunos) y Cortázar. Todos estos relatos describen situaciones que respiran el absurdo de la condición humana, las relaciones y la incertidumbre del destino. Sus personajes expresan un sentimiento opresivo o un encierro interior, del que intentan en vano huir. No se trata de cuentos urbanos, sino que la mayoría transcurren en una geografía semidesértica, tal vez la pampa, llena de animales merodeadores, de caza, violencia y hambre o sed. En El juicio de Dios, un capataz de obra acude a una casa a pedir agua para sus hombres, es confundido con unseductor por la pura palabra de una niña pequeña y se ve amenazado y violentado hasta que la conclusión llega,como una burla reveladora. En Aballay, el culpable de un asesinato huye desposeído de todo, como un anacoreta, decidido a pagar su culpa comiendo sólo lo que le sea dado. En Obstinado visor, un personaje visionario en tres momentos de su vida es objeto de burla de su propio poder y sólo lo comprende demasiado tarde.
En Los reyunos, la encarnación de un antiguo rey marca a sus seres próximos cortándoles una oreja. También los animales se infiltran en las escenas paródicas de estos Absurdos. Una realidad tragicómica He leído este volumen tras el espléndido Relatos de Kolyma, en que el ruso Chalamov describió el infierno siberiano. Me preguntaba por la influencia de las situaciones de encierro y penalidades sobre la sensibilidad y el talento de un escritor. En ambos casos (y hay infinidad de ellos), el talento aprovechó el sufrimiento para brillar más aún, aunque Chalamov ingresó en un manicomio tras su liberación, y Di Benedetto se exilió y casi desapareció en España antes de volver a la Argentina democrática. Hay una angustia melancólica y un humor absurdo comunes a estos escritos de cautiverio.
Aunque estos relatos de Di Benedetto carecen de la perfección de Chalamov, o del cariz cotidiano de la muerte en Kolyma, tienen momentos fulgurantes, escenas de una rara poesía, sobre un fondo en que la soledad y el tiempo parecen los únicos protagonistas capaces de mover las riendas de la narrativa, con personajes atrapados en una tragicomedia contemporánea.
Antonio Di Benedetto- Absurdos - Adriana Hidalgo Editora (287 págs. 9€)

Sudáfrica: Coetzee, Kentridge y Goldblatt

Foto David Goldblatt
Lateral (septiembre de 2002)
Coetzee, Kentridge, Goldblatt: Paisajes de la memoria
Isabel Núñez En la obra de Coetzee, Sudáfrica es un paisaje de fondo, inescapable. El peso doloroso de la vergüenza y el odio de la vieja segregación y el expolio, y al mismo tiempo la proximidad, las relaciones ambivalentes entre el mundo negro y el blanco. Incluso en la huida representada por el protagonista de Juventud, que se marcha a Londres empeñado en olvidar su pasado sudafricano y cortar todos los lazos, el país, con su luz especial, su extraña escenografía y su sangrante historia cobra aún más fuerza como identidad, como telón de fondo. Ciertamente es difícil sustraerse a una realidad histórica como el apartheid, con su larga estela de consecuencias. Pero tampoco es tan fácil ni tan habitual el dominio de Coetzee a la hora de convertirlo en materia literaria o en una mirada personal especial, poética, distante y a la vez conmovedora. Para mí, el descubrimiento de ese paisaje, de la memoria obsesiva de color terroso, de las inmensas extensiones de tierra donde las excavaciones mineras abandonadas han asolado todo, convirtiendo los alrededores de Johanesburgo en una especie de desierto lunar, o de la extravagante arquitectura de los templos ubicuos con que los blancos intentaban legitimar lo ilegitimable, tuvo un origen literario. Todo empezó con la traducción del catálogo de William Kentridge (Johanesburgo, 1955) para el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Kentridge es un artista de origen judío con una obra muy especial, insólita. Hace unos dibujos animados construidos con un método rudimentario y tal vez anacrónico, pero muy simbólico. Va dibujando, borrando, redibujando y alejándose para filmar con la cámara cada nuevo gesto. Sus dibujos, animados o sobre soporte fijo, reviven la fuerza de los grabados críticos de Hogarth o del propio Goya. Una obra suya de teatro, Woyceck on the Highveld, realizada conjuntamente con The Handspring Puppet Company, me impresionó vivamente. Kentridge escenifica el material real de los testimonios de los Juicios para la Verdad y la Reconciliación, en que los testigos –familiares y víctimas de persecuciones, vejaciones y torturas, o bien perseguidores implicados en tales actos— declaraban públicamente para aclarar y reconocer las fechorías perpetradas por el régimen racista. En la obra, las víctimas son marionetas, pero también hablan los actores que las mueven, y además están los dibujos animados que obligan a diversificar la mirada. El distanciamiento del humor y la poesía logran la catarsis con un efecto sorprendente, que recuerda a lo que el artista Art Spiegelman hizo al abordar el sufrimiento de su padre en los campos de exterminio de Hitler en su magnífico Maus. Cuando le dije a Kentridge que me había hecho pensar en Art Spiegelman, se alegró porque conocía y apreciaba su trabajo. Mi siguiente contacto con Sudáfrica estuvo también asociado a la traducción y al MACBA. Traduje el catálogo de David Goldblatt (Randfontein, 1930), cuya exposición retrospectiva se celebró en dicho museo y puede verse mientras escribo estas líneas en la Documenta de Kassel, comisariada por el también sudafricano Okwui Enwezor. Goldblatt, también de origen judío, y de ahí la cultura de la memoria y el análisis, compone un retrato individualizado, un relato propio del escenario sudafricano. Viaja en un autobús de madrugada para mostrar el largo viaje que los mineros sudafricanos deben hacer a diario: expulsados de sus tierras, expropiados y despojados de todo, desterrados a kilómetros de distancia de su trabajo, en las áridas tierras sobrantes que ningún granjero blanco podía aprovechar. Goldblatt se sumerge en las profundas minas y retrata a los mineros y el peligroso proceso de extracción de una riqueza que les es sustraída. O retrata sencillamente a la gente, de todos los grupos: los boers, los ultraderechistas, los patronos, los religiosos, la población negra o hindú, los propietarios de pequeños negocios expropiados y trasladados, los barrenderos, los trabajadores de la limpieza, las imponentes iglesias de la minoría blanca, los niños. Su mirada es abierta, sin juicios, un acercamiento que respeta y confía en el espectador, nos presenta a sus personajes, nos los muestra, y al mismo tiempo no es una mirada fría ni indiferente, sino completamente humana y empática, de alguien que se interroga e intenta comprender la violencia del mundo, el peso de la historia, a través de las pequeñas historias de la gente. El catálogo de Goldblatt incluía un texto de Coetzee sobre el paisaje y la luz africanos y su difícil relación con el concepto paisajístico europeo y decimonónico, reflejado en la pintura y la poesía romántica inglesa. Una nueva revelación. Cuando acabé con los textos de Goldblatt empecé a buscar libros de Coetzee: Infancia, Desgracia, Juventud, Vida de los animales, y no he parado hasta ahora. Así compuse mentalmente ese paisaje analítico, dolorosa y felizmente transformado en obra, ese background histórico del que ninguna sensibilidad puede escapar. La sensibilidad inteligente de Coetzee nos devuelve las impresiones y pensamientos de una conciencia precoz, para percibir el odio y todas las desigualdades en una red compleja. Y lo hace en su tono sobrio, de una fluidez sencilla y perfecta. El deseo, la melancólica desesperanza frente al conflicto de Desgracia, las distintas formas del amor o la complicidad (Edad de hierro) o la tristeza adolescente de Juventud (la diferencia entre los sueños y la realidad o la dificultad de escapar a sus raíces), todo está descrito con la misma fina precisión, el tono rítmico y elegante. Una escena de Infancia. En su cumpleaños, invita a sus tres mejores amigos a tomar helados en el Globe Café. Él se siente “principesco”. “La ocasión sería memorable, si no la estropearan los andrajosos niños de color que se pegan a la ventana para observarlos”... En las caras de estos niños no percibe el odio que, lo admite, él y sus amigos merecen por tener tanto dinero mientras que ellos no tienen ni un penique. Por el contrario, son como los niños que van al circo y se tragan el espectáculo completamente absortos, sin perderse nada.” Todo el mundo puede sentirse segregado, marginado en una sociedad tan estratificada y racista. Cuando, en el colegio, le preguntan “¿qué eres?”, a qué religión perteneces, el corazón le martillea mientras duda qué contestar. No es judío, no es católico, no es cristiano, su familia “no es nada”. Pensando ingenuamente en Cicerón y la cultura clásica, contesta "Roman Catholic": eso le vale sufrir otra segregación, pero es tarde para negarlo y declararse “cristiano”, como la mayoría protestante. Aterrado y silencioso, ha conseguido esquivar los azotes que sufren sus compañeros de colegio, manteniéndose en segundo plano. Pero también tiene que disimularlo para no suscitar la agresividad de los otros. No cuenta en su casa nada de lo que ocurre en la escuela. Se siente lejos de la masculinidad bruta de su padre y demasiado cerca de su contradictoria madre: asfixiado y dependiente, siente el peso del sacrificio que ella hace por sus hijos y le reprocha que le haya protegido tanto, que no le haya dejado curtirse con los castigos paternos, que ahora sea tan vulnerable. “La infancia, dice la Enciclopedia Infantil, es una época de alegría inocente... Nada de lo que él experimenta en Worcester, en casa o en el colegio, le lleva a pensar que la infancia sea nada más que una época de apretar los dientes y resistir.” He dicho que Coetzee capta todas las desigualdades en la sociedad terriblemente racista de Sudáfrica. Esto incluye la desigualdad femenina. Pocos escritores hombres han explicado tan bien sus sentimientos ambivalentes al respecto. Si la raíz de la misoginia está, como tan bien explica Christianne Olivier en Les enfants de Jocaste, en la dependencia excesiva (exclusiva, pero traicionada) de la madre en la primera infancia, bastaría con leer a Coetzee para comprender la teoría. Trasladados de Ciudad del Cabo a Worcester (un lugar parecido al infierno para el protagonista de Infancia), su madre no sabe conducir y decide aprender a ir en bicicleta. El marido se ríe de ella (sus amigos hombres le secundan), la censura, se burla ante la obstinación que la lleva a aprender sola. Su hijo simpatiza con ella, pero un día la ve un instante, pedaleando por una avenida de álamos con su blusa blanca. “Su pelo revolotea al viento. Parece joven, casi una muchacha, joven, fresca y misteriosa... escapando de él, escapando hacia su propio deseo. Él no quiere que se vaya. No quiere que ella tenga deseos. Quiere que se quede siempre en la casa, esperándolo. No suele aliarse con su padre contra ella: su única inclinación es aliarse con ella contra el padre. Pero en este caso, él está con los hombres.” Al final, ella acaba abandonando la bicicleta. Él sabe que la han derrotado. “...Y sabe que él tiene parte de la culpa. La compensaré algún día, se promete.” J. M. Coetzee. Desgracia (Barcelona: Mondadori, 2000) Infancia (Barcelona: Mondadori, 2001) Las vidas de los animales (2001) Juventud (Barcelona: Mondadori, 2002) Edad de hierro (Barcelona: Mondadori, 2002)

domingo, 11 de marzo de 2007

Corea y Japón: Chang-rae Lee

Culturas (Martes 13 de abril 2004) Detrás de la verdad ISABEL NÚÑEZ
Chang-rae Lee - "Una vida de gestos" - Traducción de Jesús Zulaika- ANAGRAMA (360 págs.17 €) ISABEL NÚÑEZ - 07/04/2004 En una pequeña ciudad de provincias del Estado de Nueva York, con su honrado establecimiento de material médico y ortopédico, Franklin Hata se ha esforzado por ser un ciudadano modélico, mediante sus gestos de extrema discreción y afabilidad, como un peaje en su intento de ser aceptado en una cultura extraña. Su actitud suave y perseverante le ha granjeado un respeto especial y la gente acude a él consultándole como si fuera un auténtico médico, con cierta veneración oriental. Originario de la marginada minoría coreana de Japón, el señor Hata tiene un oscuro pasado cuyo melancólico peso se expresa en los silencios y la actitud del personaje y que predomina asombrosamente en estas páginas, escritas con una economía elegante y una engañosa quietud. A medida que su hija adoptiva crece y la dificultad de relación con ella se hace más evidente, el tranquilo Hata va reconectando con los demonios de su pasado, que se nos revela casi en la tercera parte del libro. La experiencia que el protagonista habría preferido olvidar ha condicionado su presente y le ha llevado en cierto modo a fracasar (o a renunciar) en todas sus relaciones afectivas. Tal vez precisamente por el silencio que se ha impuesto sobre sus emociones, por la separación entre su auténtica manera de sentir y la necesidad de contentar a otros. Pero también por las dramáticas condiciones de la relación amorosa y pasional que tuvo en un contexto mucho más turbulento. En realidad, la historia de las jóvenes coreanas convertidas en esclavas sexuales para el placer de los soldados del ejército imperial japonés en la Segunda Guerra Mundial, donde Hata era oficial médico, es el núcleo que afecta y da sentido a toda la narración. Este acontecimiento histórico tiene hoy una triste vigencia, tan vergonzante y difícil de asumir como entonces, no sólo porque hace relativamente poco que el Estado japonés reconoció y pidió perdón por esos crímenes de las "casas de consuelo" y porque aún no se ha logrado la compensación de las víctimas –aproximadamente 200.000–, algunas de las cuales murieron y otras sobrevivieron con graves secuelas fisiológicas y psíquicas, sino porque el abuso y la violación sistemática de las mujeres sigue siendo una característica generalizada en las guerras actuales. Chang-rae Lee entrevistó a algunas supervivientes coreanas de aquella sclavitud, pero tuvo que buscar un ángulo distinto. En su primera versión, ua de esas mujeres contaba la historia en primera persona. La difícil decisión de cambiar dio estructura literaria y sentido a la historia. Fue el descubrimiento de un personaje sesgado lo que inspiró al autor: la idea de cómo viviría uno de aquellos hombres ocultando su pasado y digiriendo su culpa. Pero sobre todo, y esta es seguramente la clave de su acierto, en "Una vida de gestos", es más importante lo invisible que lo visible, es decir, todo lo que Hata ha silenciado con su meticulosa estrategia gestual y aparente, y que se rebela irónica e insidiosamente contra él.
Del mismo modo que su condición secreta, de espía, traicionaba al protagonista de "Lengua materna" –y la estructura de thriller era casi su coartada estructural–, aquí, lo silenciado, aunque su desvelamiento se produzca en pocas páginas, es lo que da vida a todo lo demás. El ángulo sesgado, delicado y púdico con que aborda ese tema sangrante, evitando hábilmente sentimentalismos mediante su táctica de distancia, a través de la melancolía suburbana y el camuflaje de su americanizado protagonista, la historia de amor y empatía que vivió en ese pasado y su fracaso para purgar su culpa y darle salida simbólica a través de la adopción, y el contraste de su carácter en el presente son los elementos que construyen una trama eficaz. Es el punto de vista de un hombre implicado en el bando perverso, que observa a esas mujeres, pero la sobriedad, al rescatarlas sin vehemencia ni falsa inocencia, ayuda a consolidar el núcleo ético de verdad literaria de esta sorprendente novela. Por su actitud, los dos protagonistas de las novelas de Chang-rae Lee comparten el silencio, la disciplina del secreto. Podríamos identificar cierto rasgo oriental (¿o tal vez británico?) en esa cortesía de la ocultación y el distanciamiento emocional; una idiosincrasia que contrasta con la ruidosa exhibición del yo americana y occidental. Chang-rae Lee explota con brillantez su legado oriental y su extraordinaria capacidad de observación, que convierte a sus personajes en espectadores privilegiados de sus propias vidas. Aunque el autor alude al "Dublineses" de Joyce como influencia principal, muchos críticos le han comparado a Ishiguro, probablemente por la capacidad de despojamiento y la extraña calma con que puede explorar las emociones. En definitiva, un nuevo valor seguro en la literatura contemporánea. Detrás de la verdad LA VANGUARDIA - 07/04/2004
Chang-rae Lee (Corea del Sur, 1965) nació en Seúl, pero a los dos años se trasladó a EE.UU. con sus padres. Estudió en Yale y en la Universidad de Oregon. Su primera novela, "En lengua materna" (Anagrama, 2003), recibió el PEN Hemingway Book Award y el American Book Award. A través de la crisis de una relación, el autor exploraba con humor y melancolía temas de identidad, o cómo la pérdida de un hijo, unida al carácter y la condición de espía del protagonista –lleno de secretos y de silencio–, podían minar la historia de una pareja. La sobria economía y el distanciamiento (¿oriental?) ya hicieron brillar entonces el talento literario de Changrae Lee. "Una vida de gestos" es su segunda novela.
Por el juego con los géneros, su obra puede considerarse posmoderna: "No soy un escritor experimental, pero siempre me ha gustado mezclar distintas convenciones. Las historias son convencionales en cierto nivel, pero los personajes no participan tanto de esos códigos. En 'Lengua materna', yo jugaba claramente con la convención de un thriller o una novela de espías, pero sin involucrarme tanto en ese género; me interesaba en un nivel mecánico, para luego intentar ir más allá", ha declarado. Ciertamente, sus dos novelas plantean, entre otros temas más personales como la soledad o las dificultades de relación, cuestiones que pueden considerarse políticas: la identidad, la inmigración, la violencia contra las mujeres, la injusticia silenciada... Pero cuando le preguntan si se considera un escritor político, Changrae Lee responde: "Creo que si eres un artista, acabas siendo político... Ser artista significa contar una verdad, con todas las implicaciones que tiene". Su interés por las mujeres esclavizadas en las "casas de consuelo" del ejército japonés fue esencialmente humano. "Yo observo momentos humanos", ha dicho. Tras leer sobre los hechos, decidió viajar a Corea para entrevistar a varias de estas mujeres, que vivían en la casa cedida por unos monjes budistas. Para él, lo más revelador no fue descubrir ningún dato nuevo, sino escuchar sus voces, ser testigo de sus relatos y su verdad: "Nada puede compararse a eso". Pero era un material "terrible, paradójicamente demasiado directo como para encontrar un núcleo dramático en él. Y entonces surgió un nuevo personaje lateral". "Mi mente lo siguió fuera de aquella escena... Lo imaginaba como un hombre próspero en otro país, con una familia, aunque atípica..." "Para mí, eso es lo que debería hacer la ficción: centrarse en las consecuencias de un hecho, histórico o no, y mostrar qué pasa, cómo vive la gente en la estela de ese hecho. Porque muchos sobreviven y a veces muy bien. Es lo escalofriante de la naturaleza humana...". Bien acogido por el público y la crítica, elegido por "The New Yorker" como uno de los veinte escritores del siglo XXI y finalista de la lista de "Granta", Chang-rae Lee es obviamente un autor a seguir.

BALCANES: Marianne Costa

Foto: Estación de Vukovar
Culturas (25 de mayo 2005) Novela
Terapia bosnia ISABEL NÚÑEZ - 25/05/2005
Marianne Costa nació en Francia a finales de los años sesenta. Su trayectoria es ecléctica: licenciada en Literatura Comparada, fue cantante de rock, trabaja como actriz y traductora, aprendió serbocroata, se fue a Sarajevo en la posguerra balcánica, donde dirigió talleres de escritura y colaboró con el activo Centre André Malraux. Ha publicado dos libros de poemas, Angels & after (2001) y Pin-up chrysalide (2004), es tarotóloga y forma equipo con Alejandro Jodorowsky, con quien firmó La vía del tarot (2004). Su primera novela, El infierno prometido, respira esa multiplicidad de intereses. Cuenta la historia de Alicia quien, tras superar una depresión, se enamora de un barman, un hosco (balcánico) obsesionado con la guerra, que fuma sin parar, repite estereotipos sobre la heroica lucha de sus hermanos abandonados y posee a Alicia sin apenas mirarla. El día en que él la abandona, ella pierde el olfato. Tras varias visitas a un terapeuta semigurú y unos rituales de psicomagia, Alicia se marcha allá, al país de la guerra, donde trabajará como traductora, terapeuta, periodista oficiosa, testigo de crímenes de guerra. Para quien haya visitado ese país es fácil reconocer el paisaje rural de Bosnia y la ciudad de las colinas, tan vulnerable a los francotiradores durante el asedio, agujereada por los impactos, o la efervescencia vital y la hospitalidad asombrosa de sus habitantes. Además de los pastelillos de amapola, el físico de la gente o la compulsión de fumar, la Biblioteca Nacional incendiada, la arquitectura austrohúngara-soviética-otomana, he reconocido algún personaje real de Sarajevo en estas páginas.
La trama acumula sorpresas y la novela está escrita con una fluidez que facilita la lectura de corrido. La voz de la autora es inteligente y su aire etéreo no le impide profundizar en el análisis del personaje y sus relaciones. En el proceso, la anticarrolliana Alicia pasará al otro lado del espejo, se curará de su relación desequilibrada y hallará otras formas de encuentro. El humor irónico, la fuerza poética del lenguaje esotérico-analítico, junto con la frescura y el ritmo, son las herramientas que utiliza Marianne Costa para construir su historia.
Hay un núcleo de sinceridad en la novela y momentos capaces de perdurar. También está la crítica a la no-reacción europea durante el conflicto, la sumisión de la prensa a los estereotipos y sus escandalosos silencios, el engaño de los acuerdos de Dayton (siempre sin nombres, como la escena que parodia la visita del intelectual mediático al territorio en guerra, obviamente el charmant BHL luciéndose en Sarajevo con su vistosa partner) y la perplejidad ante la violencia sádica que caracterizó el conflicto. La traducción apoya el texto con eficacia. Marianne Costa El infierno prometido - Traducción de María Teresa Gallego Urrutia - SIRUELA (373 págs. 22,50 €)

BALCANES: Judi Zeh

Foto: El viejo puente de Mostar
La Vanguardia Cultura/s (15/01/2003)
Secuelas de una guerra Tarantino en los Balcanes ISABEL NÚÑEZ
Juli Zeh (Bonn, 1974) es una de las nuevas revelaciones que nos llegan de Alemania en avalancha, pero su trayectoria particular, su actitud y su forma de escribir la convierten en un caso atípico. Zeh estudió Derecho en Leipzig, con máster en Derecho Internacional y diploma en Literatura. Trabajó para la ONU en Nueva York y Cracovia. Ha publicado un libro de viajes por Bosnia y dos ensayos, con numerosos premios. Los derechos de su novela Águilas y ángeles se han vendido a quince países y la crítica alemana la ha acogido con entusiasmo. El narrador de la novela, Max, es un joven y brillante jurista que, tras un pasado de drogas y excesos, logra el éxito en un gran bufete especializado en derecho internacional. El repentino suicidio de su novia, la frágil y no tan inocente Jessie, reaparecida como un fantasma del pasado, pidiéndole protección, trastorna su vida y su carrera. Max confía su historia a Clara, una periodista radiofónica que le utiliza como material de investigación para su tesina, y juntos emprenden un viaje a Viena.
La narración retrospectiva y los hechos del presente revelarán, tras la sombra de Jessie, una oscura trama de tráfico de drogas en pleno conflicto de los Balcanes, como fuente de financiación serbia e implicando a los propios genocidas perseguidos internacionalmente. El primer rasgo que sorprende en este insólito thriller es la extrema dureza de la narración, sobre todo en la primera mitad del libro, donde una violencia gestual, casi simbólica, se une a la árida y escatológica descripción de la vida cotidiana de Max, marcada por la desesperación y la soledad ensimismada, el abandono vital y la ausencia de ideales. Sólo el humor inteligente y la sutileza de las imágenes ayudan a atravesar esas páginas, donde los personajes no se permiten ni un ápice de afecto, ni siquiera de respeto. Después, el acercamiento físico y cierta ternura entre Max y Clara, unidos por intereses coyunturales, o el amor adivinado en la crónica que hace Max sobre la enigmática Jessie permiten continuar la lectura y ofrecen el contrapeso a los signos de la trama oculta.
La crítica feroz a la sociedad contemporánea y la forma desvergonzada y amoral con que la expone le han valido a Zeh la comparación con Houellebecq, pese a la diferencia temática que los separa. En este caso, se trata de la hipocresía y la implicación de la sociedad internacional en el conflicto balcánico, con la sanguinaria crueldad de la guerra. También se trata del siempre polémico discurso de la introyección de la violencia social –con su vertiente autodestructiva de drogadicción o su ciego individualismo sin escrúpulos– en la actitud personal de los protagonistas: de ahí la asociación con Tarantino. La dureza de los hechos asociados al conflicto de los Balcanes o el amargo cinismo con que los acepta el protagonista implican una reflexión sobre la amoralidad del sistema, el auténtico significado de las guerras y los intereses ocultos que las mueven, las limitaciones de los tribunales internacionales y la violencia arbitraria de la guerra. El expediente del sádico criminal de guerra serbio exculpado gracias al bufete de abogados de Max, o una escena de horror sádico en Bosnia, narrada por Jessie, mensajera de la red de traficantes de cocaína,son algunos ejemplos. La idea de que las guerras contemporáneas sirven para hacer negocios, conseguir petróleo o garantizar el expolio y los beneficios de las grandes corporaciones late en estas páginas.
Águilas y ángeles no es una novela amable, ni dulce, sino triste y desazonada, pero ofrece claves para repensar nuestro mundo contemporáneo, imágenes poéticas de un universo personal, personajes intensos capaces de conmover, momentos de humor y fina ironía y, sobre todo, el dominio literario de una autora sorprendentemente joven, con todos los recursos para desarrollar una brillante carrera literaria. Entrevista a Juli Zeh "Echo de menos la moralidad" LA VANGUARDIA - 15/01/2003 I. N. La escritora alemana Julie Zeh refleja en "Águilas y ángeles" una visión despiadada de la corrupción y la hipocresía internacional en el conflicto de los Balcanes, a través de una historia de amor y de pérdida marcada por el pesimismo. En la primera parte de su novela, sorprende la dureza, la crueldad gestual entre los protagonistas. Yo intentaba mostrar un estado mental y emocional, un estado en el que alguien ya no es capaz de compartir ni comunicar con los demás seres humanos. Max se perdió al perder a su adorada Jessie y al dejar su trabajo, en el que creía de una forma casi religiosa. El principio de la novela marca el punto más bajo posible del estado de la mente, el corazón y el alma de Max. A partir de ese grado cero emocional, se inicia un proceso de reconstrucción de su personalidad, que él logra contando su historia e intentando comprender qué hechos han determinado su destino. Max afirma que, como jurista, es amoral. ¿Se identifica con esa actitud?
No. Yo me considero una persona moral, con una ética. Toda mi vida he buscado un orden ético capaz de redefinir los términos de bien y mal (ya que nunca he logrado confiar en una religión). Soy una persona que echa de menos la moralidad; y probablemente ése sea ya el estándar más elevado de moralidad posible en nuestra presente situación cultural y filosófica. Lo que dice Max en el libro se deriva de una actitud que yo he descubierto a menudo escuchando a colegas del ámbito legal. Usted es alemana, pero vive en Zagreb. Hábleme de su trabajo y de la vida en los Balcanes. En realidad vivo en Leipzig, me gusta esa ciudad... También me gusta Zagreb y tengo que volver. Ahora trabajo durante dos meses para la embajada alemana. Son prácticas de dos años con abogados alemanes antes del último examen de estado. En cuanto a Zagreb, no es una ciudad representativa. La actual situación de los Balcanes apenas se percibe desde aquí. La ciudad tiene un aspecto muy similar al de Viena y se hace todo lo posible para que parezca incluso más "occidental" que París. La guerra queda en segundo plano, la gente no habla de ello aquí (en Bosnia, la gente es mucho más abierta en ese aspecto); intentan concentrarse al máximo en el futuro. Hábleme de su libro "Die Stille ist ein Geräusch" y de sus ensayos y artículos. "Die Stille ist ein Geräusch" es un libro sobre Bosnia y Herzegovina en el que cuento mis experiencias allí y los sentimientos y pensamientos que surgieron a raíz de un viaje por Bosnia en el verano del 2001. En mis ensayos y artículos he abordado muy distintos temas: la situación de la joven literatura alemana en la actualidad, mi generación y su relación con el dinero y la profesión, la ampliación de la Unión Europea, los Balcanes... Escribo en "Die Zeit" y "Der Spiegel", ocasionalmente en "Die Welt". ¿Qué escritores le interesan más? Balzac, Dostoievski y Thomas Mann son mis maestros. Arno Schmidt es mi favorito en el sentido de cómo abordar el lenguaje. Y mi autor contemporáneo preferido es Olga Tokarczuk. ¿Qué es lo que le interesaba más al escribir "Águilas y ángeles"? Lo que más me interesaba era expresar ideas y sentimientos que me inquietaron durante un largo periodo de mi vida. La mayor parte de ellos surgían o estaban asociados a las relaciones personales. La trama de la novela –política, tráfico de drogas, conflicto bélico, etcétera– es más bien un telón de fondo para mí. Lo más importante son las relaciones entre Max y Jessie, y Max y Clara. En cuanto a la guerra en Bosnia, lo que más me sorprendió es que, visto desde allí, no parecía que el conflicto fuera la consecuencia del odio entre los tres grupos étnicos que viven en ese país, según nos contaban los medios en Occidente. ¿Cree que en su generación no existe el consuelo de la amistad o quizás de la propia literatura? ¿O ese nihilismo es sólo una exigencia narrativa de su novela? Yo creo que mi generación es incluso muy optimista (comparada a la de los ochenta, en que todo el mundo estaba esperando la guerra nuclear). El nihilismo de la novela es un nihilismo "personal" de Max (y en parte, también mío), que surge de una actitud psicológica frente a ciertas experiencias de fondo. Toda esta configuración juega un rol crucial, pues demuestra que nada de lo que existe en un contexto hiperindividualista sirve para apoyar a alguien cuando cae de verdad. Mi generación es optimista mientras todo vaya bien y nadie intente descubrir la verdad subyacente. Pero una mala experiencia fuerza a pensar las cosas con mayor profundidad, y entonces no sirven de apoyo las ideas con las que vivimos.