miércoles, 31 de mayo de 2006

Mary Shelley en La Vanguardia Cultura/s

(Y Mary Shelley creó a Frankenstein)
Mary Shelley y el mito de Frankenstein ISABEL NÚÑEZ Muriel Spark (Edimburgo, 1918), poeta y novelista, trabajó para los servicios secretos británicos durante la II Guerra Mundial, y es Dama del Imperio Británico desde 1993. Algunas de sus novelas se han publicado en España (El banquete).
Mary Shelley fue una escritora sorprendente y su vida fue muy literaria. Hija de la pionera del feminismo Mary Wollstonecraft y el pensador socialista William Godwin, creció en una casa frecuentada por poetas y filósofos, de niña escuchó a Coleridge recitar su Ancient Mariner, y a William Blake. Su madre murió en el parto (víctima de la desatención sanitaria a las mujeres), Godwin se casó con una mujer convencional y traicionó sus ideales, impidiendo que Mary y sus hermanas estudiaran (Mary se consoló en la amplia biblioteca de su casa). El poeta Percy Shelley (admirador y benefactor de Godwin) se enamoró de ella y abandonó a su esposa Harriet para huir juntos. Godwin desaprobó la unión y adoptó el papel de un padre tradicional, pero siguió aceptando dinero de Shelley de por vida.
Mary y Percy Shelley emprendieron una vida bohemia, rodeados de escritores, siempre sin dinero. En Suiza, alquilaron una casa en el lago Leman, con Claire (hermanastra de Mary), lord Byron y su médico Polidori. Allí, Byron propuso que cada uno escribiera un cuento fantástico; sólo cumplieron Polidori y Mary Shelley. A sus 18 años, Mary Shelley creó un mito de la nada, sin ningún antecedente popular. Un mito tan poderoso y atractivo que sería constantemente revisitado en la historia de la literatura y el cine.
Según los análisis contemporáneos, el mito de Frankenstein enraizaría en la experiencia vital de su autora. Si bien la atmósfera es romántica, su postura es científica –la posibilidad de crear vida a partir de materia orgánica mediante electricidad (una idea entonces en boga, que Polidori debió de explicar al grupo)— y darwiniana, y no contra la ciencia, como creen algunos. Ese monstruo, rechazado por su propio creador –que abjura de sus teorías, como el padre de Mary—, ese monstruo culto y sensible, con un discurso racional más brillante que el de su hacedor, marginado por los hombres, aludiría al conflicto de la identidad femenina libre (temida y sojuzgada por el mundo masculino), o de cualquier identidad otra (racismo), y también a la identidad obrera en la revolución industrial (legado paterno socialista).
Mary Shelley perdió a su madre, fue traicionada por su padre y sufrió la decepción de Shelley, que compartió con ella una intensa pasión literaria y amorosa, pero fue egocéntrico y desconsiderado (e íntimo del feroz misógino lord Byron). Los caprichos de Percy con los viajes constantes y su necesidad de huir de los acreedores acabaron con la vida de tres de sus hijos. Su ex esposa Harriet se suicidó arrojándose a un río, y la hermana de Mary, Fanny, también se suicidó. Pero según Muriel Spark, Mary Shelley fue “muy afortunada” en su vida. La única fortuna de Mary Shelley fue probablemente su talento creador. Percy Shelley y ella se apoyaron en sus obras respectivas y vivieron su efervescencia literaria, huyendo de las deudas, que en la época significaban prisión. Shelley murió de forma dramática y Mary tuvo que luchar sola contra la penuria y mantener a su hijo escribiendo, hasta que su suegro le legó la herencia que le correspondía.
La biografía de Muriel Spark sigue al detalle movimientos, viajes y relaciones de Mary, y dedica tres apartados a su obra. Se echa de menos una interpretación más analítica, más insight en esa crónica cansina de su vida, aunque resulte amena y accesible. Sus comentarios frívolos y poco rigurosos, a veces contradictorios, añaden cierta gracia al estilo —de salón decimonónico—, pero no ayudan a desentrañar a tan fascinante personaje, ni arrojan luz sobre el modo en que creó su obra. Creo que la brillante introducción de Isabel Burdiel a otra edición de Frankenstein (Cátedra, 2002) aporta claves más esclarecedoras para comprender a Mary Shelley que la biografía de Spark.
Esta cuidada edición de Lumen –en un momento brillante de la editorial— acompaña a otra de Frankenstein en Mondadori, con un sugerente prólogo de Alberto Manguel, dedicado a la presencia del mito en el cine. Es un placer volver a esa novela maravillosa, animada por la intensa verdad de su joven autora (y por la voz de un monstruo que nos habita), llena de claves simbólicas y poéticas y precoz antecesora del cyberpunk.
Además de su riqueza simbólica, esta novela “epistolar” tiene virtudes estructurales: mezcla hábilmente los géneros, para subvertirlos, y sus voces múltiples refuerzan su contemporaneidad, con una perplejidad final muy chejoviana. Se ha dicho que Percy Shelley ayudó a Mary a pulir los monólogos del monstruo y tal vez fuera así. También le prestó su firma para publicarla en una época desfavorable para las mujeres. Nada de eso desmerece la inaudita creación de Mary Shelley, salvo su autocensura en la versión de 1831.
Cuando Frankenstein se niega a crear una compañera para el monstruo, su temor de que ella no acepte su destino y se convierta en una amenaza evoca el temor histórico del hombre ante la libertad de las mujeres. Y en un mundo marcado por la exclusión y la persecución de los distintos, la vigencia de Frankenstein es indiscutible.
Muriel Spark
Mary Shelley
Lumen
Traducción de Aurora Fernández de Villavicencio
345 PÁGINAS
17,50 EUROS
Mary Shelley
Frankenstein o el moderno Prometeo
Traducción de Silvia Alemany
323 PÁGINAS
18 EUROS

jueves, 2 de marzo de 2006

La Vanguardia, en 2002

Ilustración: Arthur Rackham, Barba Azul
LA VANGUARDIA Cultura/s, 13/11/2002
Expiación, de Ian McEwan
Novela excelente, visión misógina ISABEL NÚÑEZ
No se trata simplemente de que la trama de la novela se base en la traición de una niña que, por celos, por despecho y por confusión, es capaz de arruinar la vida de un hombre, dejar que sufra una injusta condena y que se interrumpa su prometedora carrera. Al fin y al cabo, la niña es la protagonista de la novela, que narra la expiación de su culpa, un proceso que la consolidará como escritora. En ese sentido, Ian McEwan simpatiza con ella e indaga sobre sus errores y sentimientos a lo largo de estas brillantes páginas. Ahora bien, la protagonista sólo confirma una mentira ajena, la de un misterioso personaje adolescente, una chica violada que no sólo no denuncia a su violador, sino que se casa con él y opta por acusar a un inocente para explicar las huellas físicas evidentes de violencia sobre ella. En vano buscaremos en la novela una indagación de las motivaciones de ese personaje. No la hay. Y ese silencio parece más grave en la medida en que podría dar la razón a la vieja teoría misógina de que a las mujeres les gusta ser violadas y maltratadas, de que la violencia contra ellas sólo es una manera de realizar su deseo masoquista. Una idea que, por lo visto, sigue vigente en la mente de tantos hombres culpables de violencia doméstica en este país, y entre los jueces que les dejan tantas veces en libertad, permitiendo que las amenazas y los golpes culminen con la muerte de la perseguida. No se trata, pues, de simple corrección política sino de una cuestión que sigue siendo peligrosa en muchos lugares del mundo. Hace poco, el ex director del “Times Literary Supplement” decía en Cultura/s” que, a su juicio, muchos escritores hombres se dirigen al perfeccionismo en sus novelas a costa de desapegarse de la realidad, de lo humano. La excelente novela de McEwan tiene ese curioso defecto humano.

lunes, 30 de enero de 2006

David Leavitt

Foto: I.N., Antes las cajas de cerillas no eran feas como ahora, 2007
Escribí esta reseña por encargo de La Vanguardia Cultura/s, pero tampoco llegó a publicarse.
Narrativa El manuscrito robado ISABEL NÚÑEZ David Leavitt El cuerpo de Jonah Boyd ANAGRAMA Traducción de Javier Lacruz 223 PÁGINAS 14,50 EUROS David Leavitt (Pittsburgh, 1961), graduado en Yale, da clases de literatura creativa en la Universidad de Florida, y ha pasado largas temporadas en el sur de Italia y en Barcelona. A los 23 años irrumpió en el panorama literario anglosajón con el brillante Baile en familia y tras el memorable El lenguaje perdido de las grúas, fue etiquetado como escritor gay en el contexto del realismo sucio. Un escándalo por supuesto plagio (el uso de un episodio de la vida del escritor Stephen Spender como material literario) y otro escándalo moral en Estados Unidos por un cuento de Arkansas marcan una trayectoria iconoclasta y una escritura que alguien ha calificado de “elegantemente subversiva”. En España, Anagrama ha publicado todos sus libros. En El cuerpo de Jonah Boyd, Leavitt aborda precisamente el tema del plagio, la intertextualización, la reescritura o la participación de distintas manos en un libro, con una brillante e irónica vuelta de tuerca a su pasado escándalo con Stephen Spender. La narradora de la historia es, aparentemente, Denny Denham, una inteligente secretaria que, como el personaje (¿robado?) de Allison Lurie, siempre ha tenido éxito con los hombres a pesar de su aspecto o tal vez precisamente por su aspecto sin atractivos convencionales. Secretaria de Ernest Wright, psicoanalista reconocido, es también su amante, amiga de su esposa, Nancy Wright (y sexualmente atraída por ella), confidente y rival de los hijos y de la amiga histórica de Nancy, Anne, e interpreta con soltura todos esos papeles. La visita de Anne a la casa de los Wright, junto con su marido, Jonah Boyd, un escritor de éxito, transformará la vida de todos. Jonah les lee parte de su novela, manuscrita en cuadernos italianos, los cuadernos desaparecen misteriosamente y la trayectoria de Jonah Boyd se descarría para siempre.
La trama, que utiliza ciertas claves de thriller en su indagación personal y literaria, está llena de matices y sorpresas hasta el mismísimo desenlace, donde no sólo se revela el misterio del manuscrito robado, sino también la identidad sesgada del auténtico narrador de la historia.
La escritura elegante y precisa de Leavitt gana fuerza y brío a medida que avanza, tras un principio engañosamente clásico y descriptivo que dibuja la casa de los Wright, escenario de la burguesía ilustrada norteamericana, con muebles de los Eames, piscina y barbacoa (guiño del apellido Wright), y alcanza un interesante clímax poco antes del final, en una confesión simbólicamente detectivesca, pero que gira en torno a la escritura, la influencia de la confianza y la autoestima para desarrollar un talento, y que integra el plagio en la visión posmoderna de la intertextualización, sin dejar nunca de considerarlo un delito dramático, exculpado tan sólo por la muerte y el olvido del legítimo autor. La figura de la secretaria eficaz, su asociación con los secretos que conoce, su papel como reescritora de la producción de su jefe, su simpatía solidaria por una hermandad universal e invisible de secretarias, su crítica burlona de los roles y la misoginia en los años sesenta, su amoralidad moral y su observación fascinada pero tranquila de la belleza es tal vez uno de los mayores logros.
La escritura grácil y fluida, de una naturalidad asombrosa, que crece con la pasión y la convicción de quien cuenta una historia de verdad encaja perfectamente con esa búsqueda de la propia identidad del escritor, llevada a cabo como una investigación analítica, pero sin apenas teorizar, desde los gestos externos de la acción, con observaciones de humor inteligente que puntúan la historia como el juego del título (El cuerpo –body— de Jonás –el profeta— Boyd).
Algún despiste de trascripción (la “librería del Congreso” en vez de la Biblioteca del Congreso) no desmerece la traducción eficaz. En conjunto, una excelente novela, que se lee con auténtico placer.