miércoles, 28 de abril de 2010

Mi reseña de Las teorías salvajes de P. Oloixarac

Foto: I.N., Sant Salvador, 2010
La Vanguardia Cultura/s
No es literatura para viejos
ISABEL NÚÑEZ
Las teorías salvajes
Pola Oloixarac Alpha Decay 280 Páginas 19 EUROS La escritora Pola Oloixarac (Buenos Aires, 1977) ha llegado a este país envuelta en seductora provocación, arropada por el entusiasmo de la generación nocilla y por autores del prestigio de Ricardo Piglia. En sus declaraciones, la autora modelo y bloguera argentina desdeña la crítica: “uno de esos oficios indecentes de los que prefiero mantenerme alejada”, cuenta que escribió la novela para soportar el horrible ambiente de la Universidad de Buenos Aires, donde estudió filosofía, y que quería repensar la literatura como forma de conocimiento. La narradora de Las teorías salvajes es una estudiante que intenta seducir a un oscuro profesor de antropología en Buenos Aires, para desmontarle ideológicamente. La Universidad, como en la magnífica Sanshiro de Soseki o en tantas novelas anglosajonas, es el centro-espejo donde todo confluye, el pasado (una tía de la narradora, izquierdista militante en los años setenta y desaparecida, dejó insólitas cartas a Mao) y lo actual (dos jóvenes nerds unidos desesperadamente por su deformidad, que inventan videojuegos de guerra y montan encuentros sexuales con descapacitados). Todo trabado en una maraña donde las teorías antropológicas, el saber filosófico, la ciencia y las nuevas redes sirven, con la música popular y otros discursos cruzados, para explicar el sexo o las relaciones de poder y parodiar el mundo cultural argentino y sus legados, la jerga psicoanalítica o el izquierdismo. Más que una novela, Las teorías salvajes parece un curioso artefacto destinado a seducir al mundo editorial. La autora es inteligente, organiza bien sus apoyaturas culturales, sus citas, la escenografía intelectual construida con deliberada ligereza: la narradora llama a su gata Montaigne, y ahuyenta a su pez Yorick con el Walden de Skinner. Oloixarac aprovecha sus lecturas: de Pynchon toma su capacidad de conectarlo todo, sólo que en Pynchon hay una verdad amarga tras la descripción de la paranoia, que se anticipó a lo que venía, y el escritor empatiza con sus personajes, por locos que sean. En cambio Oloixarac sólo parece amar a su narradora alter ego y muestra tan frío desdén por los demás personajes que resulta tedioso seguirles. De Houellebecq toma los individuos solitarios, obsesionados por el sexo y sin habilidad social. Pero Houellebecq, al menos en sus primeras novelas, mostraba su verdad dolorida de hijo de sesentayochistas, permitía compartir su humor autoirónico, su rabia misántropa. Oloixarac ha escrito una novela cruel, y eso tampoco es nuevo –antes fue Sade, o Marcel Schwob—, pero atraerá a muchos. Lo nuevo es su transposición a la escena bonaerense y al vacío infinito de la red. Su parodia apunta la necesaria revisión crítica del discurso de la izquierda, de la propaganda y la demagogia que dominaron los setenta. Y la urgencia de esa desmitificación, unida a su vigorosa ferocidad adolescente (pura fe en la propia inmortalidad), explican su éxito allí. La supuesta crítica al psicoanálisis se queda en la superficie, sólo hay burla de la jerga, una queja light contra el arraigo de ese saber en Argentina, que en España nunca ha existido: aquí sigue siendo una minoría bajo sospecha y eso evita en parte la rigidez. Tal vez el arranque de la novela o su fluidez formal sean sus mejores signos de futuro. En conjunto, se diría que a Oloixarac aún no le ha ocurrido nada, nada le ha dolido, nada la ha sacudido, salvo la ambición de un brillo provocador. Hay ideas brillantes y referencias culturales decorativas: las alusiones a Shakespeare y a Montaigne al nombrar sus mascotas ¿quieren compensar el vacío, la pose que sustituye al poso, la condición inhumana de su novela, opuesta a los dos humanistas, sondeadores de profundidad? Habilidad falta de chicha. Cuestión de prioridades o tal vez de edad: los que esperamos otra cosa de la literatura no podemos gozar con ella, aún reconociendo su ingenio y sus dotes de seducción.

miércoles, 14 de abril de 2010

Mi reseña sobre Alexandre Diego Gary en La Vanguardia

Foto: I.N., Vía Augusta, 2010 La Vanguardia Cultura/s Sobrevivir a dos mitos ISABEL NÚÑEZ Alexandre Diego Gary S. o la esperanza de vida Galaxia Gutenberg Traducción de Ignacio Vidal-Folch 160 PÁGINAS 17,50 EUROS Alexandre Diego Gary (1962) es hijo del prolífico novelista francés de origen lituano Romain Gary, dos veces premio Goncourt, y de la fulgurante estrella cinematográfica Jean Seberg, la Juana de Arco de Preminger (que sólo defendió el entonces crítico de la nouvelle vague, François Truffaut), protagonista de la godardiana À bout de souffle, cuyas imágenes de la pareja Seberg-Belmondo por París serían un icono de los sesenta. Seberg y Gary se suicidaron, uno tras otro. A. D. Gary, que estudió literatura en la Sorbona y que regenta un café-librería en el Raval barcelonés, llamado significativamente Lletraferit, emprende, treinta años después del suicidio paterno, la batalla eliotiana con las palabras para contar su vida sin contarla. Con un deliberado juego de máscaras y nombres –él es Sébastien Heayes, es “el hombre de San Sebastián”, es David Alejandro...—, expresa esa doble sombra, dos suicidios míticos sobre su vida. Su talento de escritor, las referencias cultas –a Leiris, a Baudelaire, Mandiargues, Soutine, Welles...—, la ironía y sus juegos de metáforas le sirven en ese forcejeo entre la necesidad de contar y la voluntad de proteger una imagen materna –y paterna— ya quebrada por los paparazzi, por el acoso del FBI, por todos los que, como su último partner, miembro de los Panteras Negras que acabó desvalijándola, contribuyeron al suicidio de la actriz. Gary dibuja al padre ausente, absorto en su obra, en ese piso lleno de objetos de arte, pintura y libros que él hará desaparecer, para sobrevivir. Traza un perfil discontinuo de la confusión vulnerable de su madre. Habla de “su madre española”, Eugenia, que le enseñó castellano y le ligó a este país. Cuenta su urgencia, durante años, de correr de una amante a otra, como su madre, de refugiarse en ellas, sumergido en alcohol y tranquilizantes, en hoteles y pensiones de Barcelona y París. O la desintoxicación en la clínica de pago, con la ironía analítica que le salva: “mi vida entera era una historia de inseguridad social”. Una historia fragmentada, con la feliz fotografía inicial, con enigmas e interrogantes, mausoleo imaginario de suicidas, erotismo, arrancamiento y escenas dolorosas de su madre. Y traductor de lujo, Ignacio Vidal-Folch, como en las dos novelas de Romain Gary recuperadas por Galaxia Gutenberg.

miércoles, 7 de abril de 2010

Mi reseña de Cynthia Ozick en La Vanguardia

Foto: I.N. Un jardín en la ciudad, 2010
Narrativa La maestría literaria ISABEL NÚÑEZ
Cynthia Ozick “El xal” El cercle de Viena Traducción de Dolors Udina 96 PÁGINAS 14,70 EUROS Este libro magnífico, auténtica joya que yo quise traducir, se compone de dos relatos, “El xal” y “Rosa”. El primero, breve, arranca con la frase “Stella frío, frío, el frío del infierno” y muestra a Rosa, joven polaca esquelética en un campo de concentración, con una criatura hambrienta buscando sus pechos secos, oculta bajo un chal protector, y una niña, su sobrina Stella, celosa de la pequeña y que en la fantasía de Rosa se convierte en caníbal y la devora. Y las voces fantasmas junto a las rejas electrificadas. Cuando Stella le quita el chal a la pequeña, ésta escapa del barracón y llora perdida, y un soldado llega antes que su aterrada madre. El tono de esta escritura ardiente y despiadada, con un ritmo musical y onírico, tiene resonancias del Quanta, quanta guerra, no sólo por la traducción, excelente, de Dolors Udina, sino porque compone un paisaje delirante del horror con los ojos de la adolescencia, en una poética llena de gracia y una feroz sensualidad que no se olvida. El segundo cuento, con distinta fiereza y humor negro enterrado, muestra a Rosa en Florida, treinta años después, con su loca lucidez, la mirada acusadora contra el mundo de alguien sin vida, que sólo quiere soñar sola: maldice la helada desmemoria de su sobrina Stella y recupera el chal que le permite, por transposición traumática, resucitar a su hija perdida, hacerla volar y brillar con sus vestidos y escribirle cartas en polaco, restituir ante ella la magnífica Varsovia, el padre que se sabía la Eneida de memoria, la madre delicada ante la que todos se inclinaban, la vida de antes. Dice Rosa que ellos tienen tres vidas, la de antes era su vida de verdad, allí donde nacieron, la de después es ahora, en un país que no recuerda ni comprende, donde no tienen identidad y el acento polaco surge como humo cuando hablan, la de durante es Hitler. “Antes es un sueño. Después es una broma. Sólo queda el durante. Y decir vida es mentir.” Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), autora prolífica y sólida, en la tradición literaria judío-americana, con novelas como Los últimos testigos, y cuentos como los de Levitación, superó a Carver, Updike y Cheever ganando tres veces el O’Henry. Es una suerte que se haya publicado y que Viena haya elegido a una traductora experta y sensible para la versión catalana.