La Vanguardia Cultura/s, 14 noviembre 2007
Rant vive en Middleton, una de esas poblaciones americanas sin futuro, donde el viento disemina las basuras y llena las alambradas de condones y compresas, en la escatología cruel típica del autor. Su padre violó a su madre, de 13 años. De niño, mientras busca los huevos de Pascua, le pica una viuda negra, y su padre le obliga a seguir buscando huevos. El veneno no lo mata, le cambia la vida. Ese chico con olfato de lobo asocia la ponzoña al sexo y busca algo que lo mate, mete la mano en las madrigueras, contrae la rabia y la propaga besando a las chicas y embarazando a las maestras.
En Rant, la estructura de biografía oral permite a Palahniuk ahondar en su aparente no-estilo, en la tradición despojada de Amy Hempel, Tom Spanbauer y Dennis Johnson. Una especie de tábula rasa con ritmo rudo y una aparente aculturalidad.
Pero Palahniuk no controla el delirio con la mano férrea de Pynchon (ni la economía de Flannery O’Connor), y la multiplicidad de hilos e ideas corre el riesgo de saturar al lector, atrapado en la narrativa de esos personajes analfabetos que filosofan en su desierto espiritual –“en la vida todo es carne o es dinero”—, y en su estrepitosa ausencia de sueños.
Desde el arranque hilarante de la novela, con el padre de Rant en un avión, la escena en que Rant confiere a Halloween horror verdadero, con corazones animales y ojos ensangrentados, o sus escondites de monedas de oro bajo mocos pegados a la pared, o la obsesión por los partes radiofónicos de accidentes ocurridos mañana, el mito del asesino en serie que infecta con su saliva, su doble final y las coordenadas de ciencia ficción –el mundo dividido en una clase inferior nocturna y una clase diurna, con toque de queda, controles infecciosos y viajes en el túnel del tiempo—, todo crece en el exceso.
Es como si a Palahniuk le hubiera dado pereza eliminar materia de otras historias. El autor ya ha anunciado que seguirá con el personaje. Y aquí, sus seguidores encontrarán no sólo ejemplos del genio Palahniuk, sino también esa voz suya, que restituye incansable la pesadilla americana, capaz de devorar lo que queda de la Vieja Europa.
Un vertedero americano
ISABEL NÚÑEZ
Chuck Palahniuk
Rant. La vida de un asesino
Mondadori
Traducción de Javier Calvo
George Plimpton comparó su biografía oral, Capote, a una fiesta imaginaria cuyos invitados hablaran del escritor, contradiciéndose en sus filias y fobias. En la nota preliminar, Palahniuk alude al libro de Plimpton y a Edie (Sedgwick) de Jean Stein. Dos biografías de personajes reales contadas por sus rivales y colegas de excesos, espectadores de sus teatralidades más o menos trágicas. Con demasiadas páginas.
ISABEL NÚÑEZ
Chuck Palahniuk
Rant. La vida de un asesino
Mondadori
Traducción de Javier Calvo
George Plimpton comparó su biografía oral, Capote, a una fiesta imaginaria cuyos invitados hablaran del escritor, contradiciéndose en sus filias y fobias. En la nota preliminar, Palahniuk alude al libro de Plimpton y a Edie (Sedgwick) de Jean Stein. Dos biografías de personajes reales contadas por sus rivales y colegas de excesos, espectadores de sus teatralidades más o menos trágicas. Con demasiadas páginas.
Rant es una novela contada como biografía oral, con efecto Rashomon y múltiples digresiones, como las (brillantes) lecciones de psicología del vendedor de coches. Entra en la ciencia ficción ciberpunk (high tech, low life) subrepticiamente, para resolver la trama en un bucle edípico.
Rant vive en Middleton, una de esas poblaciones americanas sin futuro, donde el viento disemina las basuras y llena las alambradas de condones y compresas, en la escatología cruel típica del autor. Su padre violó a su madre, de 13 años. De niño, mientras busca los huevos de Pascua, le pica una viuda negra, y su padre le obliga a seguir buscando huevos. El veneno no lo mata, le cambia la vida. Ese chico con olfato de lobo asocia la ponzoña al sexo y busca algo que lo mate, mete la mano en las madrigueras, contrae la rabia y la propaga besando a las chicas y embarazando a las maestras.
De mayor, Rant lidera un divertimento ballardiano, el partycrash (aquí, choquejuerga): circulan en coches de recién casados, con latas colgando, y chocan unos contra otros.
Chuck Palahniuk (Washington, 1962), que ha publicado en castellano Superviviente (El Aleph), Nana, Asfixia y Fantasmas (Mondadori), y Diario, una novela en NEB, etc., creó El club de la lucha (El Aleph) cuando trabajaba como mecánico de camiones. En una entrevista contó que escribía tumbado bajo el camión. Su padre se unió a una mujer que huía de un amante violento, y cuando éste salió de la cárcel los mató a los dos y quemó la casa. Estos datos biográficos no suman ni restan nada a su innegable talento de escritor, pero se filtran en la atmósfera despiadada y brutal, la sensación turbadora de sus novelas.
En Rant, la estructura de biografía oral permite a Palahniuk ahondar en su aparente no-estilo, en la tradición despojada de Amy Hempel, Tom Spanbauer y Dennis Johnson. Una especie de tábula rasa con ritmo rudo y una aparente aculturalidad.
Su humor satírico utiliza el dolor amargo de la infancia para contar la distopia americana, el reverso del éxito. Ese dolor está inextricablemente unido al placer, pero también a la violencia latente de las clases populares y la vida urbana contemporánea.
Pero Palahniuk no controla el delirio con la mano férrea de Pynchon (ni la economía de Flannery O’Connor), y la multiplicidad de hilos e ideas corre el riesgo de saturar al lector, atrapado en la narrativa de esos personajes analfabetos que filosofan en su desierto espiritual –“en la vida todo es carne o es dinero”—, y en su estrepitosa ausencia de sueños.
Desde el arranque hilarante de la novela, con el padre de Rant en un avión, la escena en que Rant confiere a Halloween horror verdadero, con corazones animales y ojos ensangrentados, o sus escondites de monedas de oro bajo mocos pegados a la pared, o la obsesión por los partes radiofónicos de accidentes ocurridos mañana, el mito del asesino en serie que infecta con su saliva, su doble final y las coordenadas de ciencia ficción –el mundo dividido en una clase inferior nocturna y una clase diurna, con toque de queda, controles infecciosos y viajes en el túnel del tiempo—, todo crece en el exceso.
Es como si a Palahniuk le hubiera dado pereza eliminar materia de otras historias. El autor ya ha anunciado que seguirá con el personaje. Y aquí, sus seguidores encontrarán no sólo ejemplos del genio Palahniuk, sino también esa voz suya, que restituye incansable la pesadilla americana, capaz de devorar lo que queda de la Vieja Europa.