En primer lugar, dar las gracias a Esmeralda Berbel, por su iniciativa al invitarnos a este reto literario, y al editor de Demipage, David Villanueva, por acogernos hospitalariamente en su fondo editorial en un momento en que tantos editores se acobardarían doblemente ante el género epistolar y el género femenino.
Diría que la correspondencia es una conversación con menos interrupciones, que monologa para dialogar y se toma forzosamente su tiempo para reflexionar; algo que ha cambiado con el correo electrónico, y sin embargo es obvio que el correo electrónico ha resucitado y promovido la correspondencia, aunque readaptándola al ritmo precipitado de esta época.
Pero con más o menos tiempo de reflexión, con más o menos inmediatez, la correspondencia es pura conversación reflexiva, ¿y qué es la amistad en definitiva sino una larga conversación a través del tiempo, a veces a lo largo de la vida? Aunque también podría definirse como un baile, sin duda hay una coreografía de lo amistoso, aunque no haya sido tan abordada como la coreografía de lo amoroso (yo titulé así una conferencia que hice en un ámbito psicoanalítico: Coreografías del deseo).
Pero lo que sentí yo cuando al fin me tiré al sofá junto a mi gato Rufus a leer este libro de una forma sistemática, y acabé de leer estas cartas, fue que el conjunto era rico y generoso: por la cantidad de reflexiones que había sobre la amistad y el deseo, la escritura, lo amoroso, lo físico, el mundo en el sentido político y la posición ética, la correspondencia y los diarios, la cocina, la vida de mujeres y hombres, los hijos, las pérdidas, las familias, la música y el cine, los terremotos y los abuelos pioneros, España y Latinoamérica, la soledad y el bullicio de las grandes ciudades, el paisaje, la nieve que lo engulle todo… y es que este libro reúne, para mí, dos condiciones felices:
1) Es un libro de escritoras (o traductoras y cineastas)
Eso significa que la reflexión no está llena de lugares comunes, sino que hay forzosamente una elaboración, que se trata de personas que han accedido en cierta manera a la zona de sombra de la vida, no sólo a vivir, sino a intentar entender lo que se vive, y también lo invisible, lo que está detrás de lo aparente, para escribirlo, además de esa felicidad de recurrir siempre a las citas de otros escritores, lo cual es una mina de diamantes. Y nos ofrecen una mirada especial, una voz propia sobre el mundo: eso siempre es una suerte para el lector. Y lo digo porque yo he entrevistado siempre a escritores y soy consciente de ese privilegio. Incluso al hablar de la guerra (como los escritores que entrevisté en los Balcanes), quien escribe (o hace cine) tiene una mirada particular, una reflexión sobre el mundo.
2) Es un libro de mujeres
Y aunque generalizar siempre es arriesgado, suele ocurrir que las mujeres, por la vida que han hecho, no tengan tanto miedo de abordar ningún tema, que mezclen lo íntimo y vital con lo teórico, que se atrevan a filosofar libremente –como sólo Montaigne- en un contexto personal, abordando temas como los celos, la pérdida, el deseo, la maternidad, el conflicto entre amigas, los propios miedos, en una escritura del yo, incluso con nombres y apellidos.
Y además, Esmeralda ha tenido esa idea genial de asociar escritoras españolas (catalanas) con escritoras latinoamericanas, algunas ya casi reconvertidas por su vida aquí, otras completamente desde allí. Y ese diálogo enriquece y ayuda al libro, lo hace mucho más vivo, y llena la lengua de todas las matizaciones y diferencias. Al fin y al cabo, este pobre país nuestro, que no fue capaz de conservar como otros la riqueza y el poder de su viejo imperio, sí retuvo algo fuerte y poderoso, que a veces olvidamos, y es esta lengua, que hablan millones de personas y sigue creciendo en el mundo con su empuje, a pesar de los políticos y su torpe codicia y a pesar de la penuria de la educación a la que nos han empujado, al menos en este lado del charco.
A mí, que me he situado casi siempre en la escritura del yo, y que vivo entre libros, la correspondencia entre escritores siempre me ha fascinado. Hay un libro maravilloso, que se tradujo en España y pasó desapercibido. Yo lo reseñé. Se trata de la Correspondencia entre Flaubert y Georges Sand. Es asombroso, entre dos escritores tan desiguales, puesto que Flaubert, que tiene una pensión y no necesita sufrir para ganarse la vida, es un escritor gigantesco, perfeccionista, absolutamente enfermo de literatura según la definición vilamatiana (citando a Lobo Antunes) de la literatosis (cuando la vida ya casi sólo interesa para escribirla, aquello de “Cuando empiezo a sufrir enseguida me pregunto: ¿y esto, podré utilizarlo en una novela, un cuento?”), mientras que Georges Sand, que es brillante pero escribe para ganarse la vida, está mucho más interesada en la vida per se, goza del mundo y su sensualidad, y ambos se admiran por eso, él reconoce fascinado y reclama la sagèsse de ella, mientras que ella descubre que ese aislamiento aparentemente triste de la vida de él es en realidad puro goce para él y admira su vocación absoluta de escritor, su entrega al arte.
Sólo citaré algunos libros epistolares que para mí han sido referencias casi míticas. La correspondencia entre Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, que es magnífica, porque muestra una amistad llena de pasión intelectual, de admiración y respeto mutuos, el tiempo que Adorno se tomaba en leer todos los trabajos de Benjamin y criticarlos con un esfuerzo diplomático para comunicarle sus objeciones y disensiones y a la vez su apoyo y sus elogios, por ejemplo, o cómo intentó salvarle de sí mismo y de la Historia, y a la vez con qué lucidez y conocimiento habla Benjamin de la obra de Adorno.
La tercera es la de Mary McCarthy y Hannah Arendt, que también es una correspondencia llena de mutua admiración y pasión intelectual, y en la que ambas abordan la obra de la otra con un conocimiento especial y privilegiado, y aunque es desigual el nivel personal o de vida íntima que se revela en esas cartas, el resultado es interesantísimo, con esas dos miradas de ensayista y narradora, consciente e inconsciente y su diálogo sobre el mundo.
De la correspondencia entre Rodoreda y Salas me interesó la manera en que Rodoreda habla de su escritura, cómo diferencia entre sus libros más innovadores, los que más le interesan, donde va mucho más allá, como son Quanta,. Quanta guerra y La mort i la primavera, respecto a los más comerciales y conocidos como La plaça del Diamant.
O bien ese libro maravilloso de Sigfried Unseld, El autor y su editor en el que incluye las cartas al editor de Kafka, Walser, Hölderlin. Es difícil imaginar un editor así en nuestra época.
La lista sería inacabable, sólo aludiré a uno que acaba de salir y es la Correspondencia entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet, magnífica, de dos escritores muy distintos pero que analizan la obra del otro y se critican y valoran sin darse nunca al elogio fácil ni caer en ningún sentimentalismo, en una amistad que es una conversación vehemente, una manera de pensar pasando lo propio por el otro, con una gran añoranza de ese encuentro siempre postergado. Como aquellas cartas de Marina Tsvietáieva, Rainer Maria Rilke y Boris Pasternak que nos leyó Selma Ancira en una conferencia de Caixafòrum.
La reflexión sobre la propia escritura o la propia obra hecha en voz alta, a través del diálogo con otro resulta muy interesante no sólo para otros escritores, sino también para cualquier lector amante de los libros.
En España hay poca tradición de publicar libros de cartas y en general los editores huyen de este género, y yo creo que se equivocan. Hay un público apasionado y potencialmente creciente, que busca esa escritura en la que el escritor reflexiona sobre su trabajo y muestra su vida. Son lectores de diarios, de cartas y también de biografías, aunque las biografías varían muchísimo en calidad e interés puesto que no es nuestro autor favorito quien escribe, sino muchas veces un desconocido, a veces demasiado cientifista o informativo, o bien demasiado dado al gossip, demasiado voyeurista, demasiado sórdido, que de tanto buscar los trapos sucios de la vida del escritor o el artista, acaba olvidando contarnos la relación entre su vida y su obra, que es lo que buscamos los lectores de ese género.
En París hay un museo de la correspondencia (antes estaba en la rue Nesle, ahora en el blvd Saint Germain) con una sección maravillosa donde están expuestas en vitrinas cartas de escritores, artistas, actores famosos del XIX y el XX, cartas con dibujos, bromas, códigos internos, cartas que hablan del hambre que están pasando o de las miserias de la relación con el editor o de la guerra o de las batallas personales o de sus relaciones y sobre todo, también de sus obras. Se lo recomiendo.
Y es que la cultura francesa ha privilegiado lo epistolar (desde antes de Madame de Sevigné). Como la anglosajona, donde se publican tomos de miles de páginas con las cartas de los escritores. Cristina Peri Rossi me decía el otro día que un libro de correspondencia entre mujeres difícilmente encuentra eco en los medios, revistas y suplementos literarios. Y esto lo añado yo, son medios ya de por sí reducidos y generalmente misóginos, donde algunos críticos se atreven no sólo a ningunear sino también a dar lecciones (incluso de moral) a las escritoras mujeres. Y sin embargo, siempre hay un momento en que las cosas cambian y por ese momento hay que resistir e insistir; quién sabe si esta vez vamos a conseguir un eco más largo.
Volviendo a No se lo cuentes a nadie, este libro empieza muy poderoso con la correspondencia de Cristina Peri Rossi y Diana Decker, donde se aborda con osadía y sin máscaras la ruptura de la pareja, el duelo, la pérdida, el deseo y la posesión, citando muy hábilmente a Freud y a Stefan Zweig. En esas cartas hay una escena realista del desentendimiento y la neurosis cotidiana contada con una ironía afectuosa y despiadada, absolutamente genial, pero a la vez se habla de la ficción, las cartas, la novela y la impostura o la verdad en los diarios, la sempiterna relación entre la realidad y la ficción.
Luego siguen Liliana y Elena Bossi, que hablan de la escritura no planificada, lo que yo llamo la escritura a ciegas, se remontan al peso en la memoria de las primeras cartas y al significado asociativo y simbólico o fantasmático que tiene para ellas el género epistolar; Elena Bossi cita un caso de relatos interruptos en forma de cartas y su deseo de saber (la amiga que contaba sus affairs sentimentales pero nunca los acababa, empezaba con otro), se habla de la falta de tiempo de las mujeres, y de una larga estancia en un aeropuerto como algo envidiable y soñado, al fin tiempo solitario para escribir, leer, contestar mensajes, hablar por teléfono sin interrupciones, y también de la adaptación dramatúrgica de lo escrito, la puesta en escena, y de otra teatralidad más bélica situada en el Estado de Israel. O de la memoria sensual del placer y los caquis y la sensualidad de la cocina.
En nuestras cartas, Elena Vilallonga y yo hemos hablado del bloqueo, de la escritura que da sentido y la inquietud de la no-escritura, de la degradación de la ciudad, de la naturaleza, la maternidad, el duelo y las pérdidas, de la infancia, de sueños y suicidios, de los toros, de los asuntos de la Polis. Antes de leerlo yo pensaba: casualmente en ese año de nuestras cartas, no me ocurrió apenas nada, salvo la escritura y algunos viajes. Y es verdad que nada más cerrar las cartas, se murió mi madre, empecé una relación amorosa, me operaron, se terminó la relación amorosa y empezó otra, y una de mis hermanas enfermó gravemente. Todo mi mundo se vio revolucionado y nada de eso había asomado siquiera a nuestras cartas. Para mí, acostumbrada a llevar un blog y a convertir lo que me ocurre en una construcción literaria libremente recombinada, supuso una extraña perplejidad no estar arriesgándome tanto como otras veces en ese decir sin decir que se ha convertido en mi especialidad y enfrentándome a la contención de Elena. En cierto momento estuve a punto de abandonar el libro y lo habría hecho de no haberme dado cuenta de que había pasado algo muy importante en mi vida en esa época y era la novela. La novela de mi infancia que siempre había querido escribir, la batalla por abordar todo eso y el cambio radical del principio al final de esas cartas. Sólo que entonces no me daba cuenta.
En la correspondencia de Lydia y Esmeralda, en cambio, se abordan sin miedo cuestiones personales, la relación y los conflictos con padres y hermanos, una vieja cuestión pendiente y sangrante que había congelado la amistad de las dos corresponsales en el momento de la separación de una de ellas, la enfermedad del padre, la lejanía y la posible sustitución de una hermana, y luego también los sueños, la escritura, los hijos, las lecturas, la memoria…
Y de las cartas de Alejandra Costamagna y Andrea Palet me gustaría destacar ese abuelo pionero con su carga histórica del país y su retrato novelesco de un personaje y su entorno, los terremotos con su carga metafórica y vital, la posición de las dos corresponsales en el mundo contemporáneo, en las redes, los twiteos, el sentirse espiadas, la mirada de los otros…
En conjunto, creo que nos ha quedado un libro rico y energético, con múltiples voces, con esas parejas de baile que danzan su propia coreografía sobre el paso del tiempo con ritmos distintos y con esa alegría de las citas, que nos iluminan y puntúan la lectura como instrumentos musicales. Esperemos que la fuerza de estas voces logre romper esa barrera invisible. Yo, a pesar de mi objeción con el título, me alegro de haber participado. Gracias a todas por su escritura generosa y vital, por la energía epistolar que nos hemos dedicado a los dos lados del charco.
Y gracias a todos vosotros por venir
Isabel Núñez, martes 4 de octubre, La Central del Raval