sábado, 18 de abril de 2009

Texto de presentación de mi audiolibro CRUCIGRAMA

Foto: I.N., en Belgrado, 2004
Sobre la voz Yo empecé a leer en voz alta desde muy pronto. Cuando era pequeña, al llegar a Barcelona, a los 5 años, y gracias a mi perversa tía Rottenmeyer, sabía leer, escribir, sumar, restar y las tablas de multiplicar. Pero aterricé en una clase donde nadie sabía nada. Durante un año estuve leyendo cuentos en voz alta mientras las demás niñas aprendían a dibujar las letras. Era siempre la narradora en las funciones teatrales y me obligaban a leer los evangelios en la iglesia, porque era un colegio de monjas... hasta que me negué, para poder escapar de las misas. Cuando me expulsaron de ese colegio, fui a otro no mucho mejor, y cuando llovía y no podíamos salir al patio, me pedían que contase una historia, así que me sentaba en una mesa y contaba lo que se me ocurriera, aunque fuese la película que había visto el día antes. Enseguida me acostumbré a hablar en las asambleas y lo hice hasta que acabó el franquismo (si aceptamos la tesis de que acabó realmente alguna vez). Luego, durante mucho tiempo, dejé de hablar y leer en público. Hasta que un día, Jorge Herralde, editor de Anagrama, me pidió que presentara el libro de una autora británica, sáfica y osada, Sarah Waters, a la que yo había entrevistado y defendido en una reseña. Aquello me puso extrañamente nerviosa: hasta el último momento no sabía qué diría. Cuando llegó el día D, la pobre autora estaba más asustada que yo: tuve que acompañarla a tomarse un copazo. Pero cuando comprobé que la gente me escuchaba con atención, se reía con mis bromas y me aplaudía, me dieron ganas de subirme a la mesa, micrófono en mano, y cantar una canción, tal era el alivio que sentía. Después de eso recuperé mi vieja formación didáctica y he dado conferencias en instituciones y clases en posgrados de universidades. Y empecé a leer mis textos en público, animada precisamente por Carles Hac Mor, que prácticamente me obligó a leer mi texto El cec de l’Odissea, el bloqueig i un somni d’editors en una presentación de Esther Xargay y hasta logró que cantase una canción ante los presos de Quatre Camins. Al principio iba muy deprisa, luego me he ido calmando. Es verdad que con la voz vehiculamos otras cosas, intensificamos el contenido de algunas palabras, ponemos el peso aquí o allá: siempre recuerdo la melancolía y el misterio que mi profesor de literatura de Unitec atribuía al diftongo en la u gongorina (la gruta de Polifemo era “süave bostezo de la tierra”); contemplo la coloración fonética de las palabras, los significados otros que tienen en la historia de cada uno, todo lo que se les ha ido agregando, recuerdos y connotaciones particulares, asociaciones y parentescos insospechados, como se enredan las algas a un ancla hasta transformarla o como esas adherencias de algas, lapas, conchas y redes que arrastra el fondo exterior de las barcas. Son cosas que sólo la voz puede expresar. A mí siempre me ha sorprendido que, para fomentar la lectura, en este país apenas se recurra a la voz, no se utilice jamás la radio, que las emisoras no inviten a los autores a leer cuentos, poemas y novelas, como se hace en otros lugares. Que no haya en las librerías lugar para cds literarios, como en Francia, y no sólo para los ciegos y la gente mayor. Que se organicen tan pocas lecturas. Como si la tradición literaria no empezase así, con los niños que escuchan a sus madres o padres leyendo, o con los contadores de historias de los mercados árabes. Precisamente las modulaciones de la voz, sus colores afectivos son las claves que permiten entendernos a los bebés y a los gatos y perros. Porque el tono añade otros significados a las cosas. Creo que es Enrique Vila-Matas el autor que colecciona grabaciones de escritores. Es como si en este país el mercado editorial y el mundo cultural hubiera olvidado los poderes de la voz. Hace poco, en una institución donde dábamos una conferencia Lydia Oliva y yo nos pidieron que no leyéramos porque, dijeron: “nuestro público no lo entenderá”. Naturalmente, fue todo lo contrario, logramos hechizarles leyendo historias de escritoras y fotógrafas. Por eso el nacimiento de Llibres de Veu es un acontecimiento feliz y yo estoy muy contenta de que Crucigrama vaya por ahí como una barca, con todas las algas y los objetos incrustados de mi historia, dándole otra vida al libro.

miércoles, 15 de abril de 2009

Cuentos de Clarice Lispector La Vanguardia Cultura/s

Exuberante y misteriosa ISABEL NÚÑEZ
La familia de Clarice Lispector (Ucrania, 1920 – Río de Janeiro, 1977) emigró a Brasil cuando ella tenía meses de edad, huyendo de pogroms y hambre. Clarice se consideraba brasileña. A los 23 años publicó una novela innovadora, Cerca del corazón salvaje. Escribió cuentos infantiles, columnas periodísticas, novelas y relatos, en una prolífica y magnética obra que edita Siruela en castellano. Estos Cuentos reunidos son una celebración de su genio y su escritura única. Aunque haya elementos –afinidades, no influencias— de La señora Dalloway woolfiana en ese tiempo casi detenido de algunas narradoras, o del misticismo de Hesse o hálitos de Robert Walser y Katherine Mansfield, nada se parece realmente a su mirada. Es como si sus antenas le permitieran oír y tocar lo que nadie siente, recibir mensajes de los pájaros, del viento, los árboles, un perro o una gallina, conocer los impulsos y la extrañeza de la infancia y la adolescencia. Ante un mundo espiritual germánico o cerebral anglosajón, opone la exuberancia húmeda de Brasil, una naturaleza poderosa que estremece con su sensualidad oscura y luminosa al tiempo. Algunos cuentos son meditaciones o experimentos de lógica, otros autobiográficos y vemos a Clarice con su máquina de escribir –interrumpida por atropellos vitales, un insecto, preguntas asombrosas de los niños, la extraña criada llegada de un bosque y enmudecida por un hallazgo que no puede formular—, con la placidez de su dominio literario. Otros son sombríos y hablan del suicidio, de la muerte por agotamiento o de la vida en márgenes de locura y medicación. Sus mejores personajes son femeninos porque la autora se pregunta sobre esa condición, pero aquí hay de todo salvo estereotipos, y su comprensión acoge de igual modo a hombres, viejos y niños, sin excluir ningún ser vivo. El encuentro de una niña y un perro pelirrojos, las visiones del zoo, el profesor de matemáticas que abandona un perro porque no soporta su exceso de amor, la gallina que huye de su verdugo, vuela al tejado y recibe a cambio más tiempo de vida, la niña que roba rosas de un jardín de ricos, o la mujer que se deshace de las suyas por demasiado hermosas y cuando se arrepiente, es tarde y se aproxima la locura, o la familia cuyo frágil equilibrio se quiebra con la irrupción nocturna de tres enmascarados. Esos momentos epifánicos en que el aire se estremece o la humedad perturba o el universo ardiente deja oír sus latidos a una mujer que se cepilla el pelo. Lo que no se puede decir, ni elaborar. El deseo que está en todos y que no encaja en las convenciones ni la razón. La soledad, la pérdida y el olvido, la locura delirante que nos acecha en cada interpelación. Hay cuentos filosóficos, de injusticia y justicia poética, o misterios del destino. En ellos su mundo secreto se nos ofrece fugaz, con extraña generosidad. En esta cuidada edición, con magnífico prólogo de Miguel Cossío Woodward, las traducciones son un lujo, aunque los ibéricos tengamos que renunciar a pluscuamperfectos y a modos del subjuntivo, y adivinar que la mantis se llama esperanza. En ese cuento, la imagen final del verde y delicado insecto en un brazo y los ojos que lo contemplan me recordó a Vinyoli: “La vida qui la viu? No un jaç/ banal, no boques de diner,/ sinó robins en la quieta/ palma indefensa d’una mà capaç/ de retenir-los i meravellar-se’n” (La vida ¿quién la vive? No un lecho banal, no bocas de dinero, sino rubíes en la quieta palma indefensa de una mano capaz de retenerlos y maravillarse). Clarice Lispector
Cuentos reunidos
Siruela
Traducciones de Cristina Peri Rossi, Juan García Gayó, Marcelo Cohen y Mario Morales
544 PÁGINAS
29,90 EUROS

jueves, 2 de abril de 2009

Varlámov en el Cultura/s

Foto: I.N. Los almeces que el ayuntamiento proyecta talar en la plaça Joaquim Folguera, 2009
Narrativa Paradojas vitales ISABEL NÚÑEZ Alexéi Varlámov (Moscú, 1963) es uno de los escritores rusos más interesantes del momento; ha obtenido diversos premios literarios, entre ellos el Solzhenitsin (2000), y Acantilado ha anunciado ya la publicación de otros dos libros suyos. En El nacimiento, una mujer se queda embarazada cuando ya ha renunciado a tener hijos, ha asumido su esterilidad, y su relación matrimonial se ha convertido en desencuentro silencioso. El marido utiliza sus largas caminatas por el bosque para enfrentarse a sus pensamientos, a la frustración de no haber hecho la vida que quería ni haberse casado por amor, y la mujer, culpable, espera que él la abandone y espía los gestos de él como posibles indicios de su infidelidad o su fuga definitiva. El embarazo les atrapa por sorpresa, en plena agitación social y política, y es precisamente cuando empiezan los problemas fisiológicos, la gravedad, el maltrato médico y las amenazas para el bebé cuando descubren su tremendo deseo de ese hijo. Y en ese forcejeo oscuro y sin apenas palabras entre ellos, se redescubren amándose con un ardor callado, que hasta entonces ignoraban. El sistema médico, el sistema hospitalario cruel sirve de espejo crítico de la Rusia contemporánea, pero más allá de las particularidades, vemos la cruel arbitrariedad y la violencia médica, sin empatía, tan extendidas en nuestro país e inherentes a la historia de la medicina, como demostró Françoise Héritier. Y más allá de la paradoja vital de la pareja, de su entorno contemporáneo y del bebé que con tanta dificultad se abre paso a la vida, la historia nos arrastra, –en el castellano elegante de Selma Ancira— y sorprende la falta de ruido, de banda sonora: oímos el frondoso y helado silencio, dolorido, de El bosque de abedules de Wajda o El bosque del duelo de Naomí Kawase: la respiración de esos árboles rusos, con su hojarasca crujiente y húmeda y su aire frío, los pensamientos atropellados del hombre, proyectados y latiendo en el paisaje invernal, con la mezcla de deseo y aprensión de la mujer ante los cambios de su cuerpo, cuando siente el parto como un arrancamiento o cuando mira a ese ser arrugado y escuálido sin comprender la intensidad de su apego, y ese fuego sordo y salvaje que recorre a la pareja y les ata a su pequeño, al margen del mundo. No se la pierdan.
Alexéi Varlámov. El nacimiento. Acantilado (Traducción de Selma Ancira) 160 PÁGINAS. 15 EUROS