domingo, 4 de septiembre de 2005

Soma Morgerstern

Foto: Canal de l'Ourcq, encontrada en Internet
Otra reseña que hice para La Vanguardia Cultura/s y que nunca salió
Soma Morgenstern En otro tiempo. Años de juventud en la Galitzia oriental Minúscula Traducción de Teresa Ruiz Rosas. Edición, notas y postfacio de Ingolf Schulte 590 PÁGINAS 30 EUROS En otro tiempo puede considerarse una primera parte de las memorias de Soma Morgenstern (Budzanów, Galitzia oriental, 1890 – Nueva York, 1976), dedicada a la infancia como paraíso perdido. El dolor que bloqueó a Morgenstern durante años, por el horror de lo vivido y la pérdida (“Cartas perdidas, amigos perdidos, mundo perdido. Hermanos perdidos en Dachau, hermana perdida en Birkenau, madre perdida en Theresienstadt...”), le impidió escribir lo que se echa de menos en estas memorias: su vida de escritor, su relación con figuras como Musil, Benjamin, Alma Mahler, Roth o Canetti, el peso sangrante de la Historia que los separó, los años de Nueva York, etc. Esos recuerdos hay que buscarlos en sus apasionantes memorias “indirectas”, sesgadas: Alban Berg y sus ídolos y Huida y fin de Joseph Roth, publicados en España por Pre-Textos. Además, están sus novelas: El hijo del hijo pródigo y la trilogía Destellos en el abismo. Pero este libro tiene un encanto especial. Con una estructura inspirada en los Cuadros de una exposición de Mussorgski, son “Paseos”, escenas o retablos que sintetizan momentos de su infancia y juventud en la Galitzia oriental. Dibujan, con un estilo desnudo y ligero y una sensación mágica de tiempo detenido, el vínculo emotivo de Morgenstern con el paisaje rural de su niñez (el bosquecillo de alisos y el pozo donde se reflejaban las estrellas que le enseñó su amigo perdido, o la escena de él mayor en Canadá, disimulando las lágrimas ante su amiga al ver los campos de heno), establecen la condición urbana de los judíos frente a los campesinos, trazan ya su relación intensa y difícil con la fe –de joven se hace ateo, pero vuelve a la religión por una vía puramente estética, tal vez para acercarse a la memoria de su padre, y al final de su vida será la novela la que llene el vacío espiritual—, fotografían la amistad, y el amor, incluso excesivo, que unía a su familia. En cierto momento, un joven mayor que él le advierte contra ese cerrado amor familiar. Tanta religiosidad y apego familiar pueden ser asfixiantes. Pero a Morgenstern le salva su vitalismo sensual y la identificación de la cultura judía con las distintas formas de conocimiento. Su pasión por la música, las lenguas, la ciencia, el teatro, la literatura, su base clásica humanística –pese a la decepción ante los griegos, que aceptan la esclavitud sin rebelarse, y de ahí la cita aristotélica que cierra el libro calificando a los esclavos de “instrumentos animados”—, brillan en estos cuadros pictóricos luminosos, junto con su cultivo de la amistad y el intercambio intelectual. Hay retratos de maestros, campesinos, compañeros de escuela, con una ironía no exenta de ternura, también una feroz desmitificación ética de personajes (como la escena en Nueva York, en que tuerce el gesto cuando unos chicos americanos arrojan bolas de nieve a Beethoven y les sugiere que las dirijan contra la estatua de Morse) que incurrieron en antisemitismo o desigualdad, y por encima de todo, la mirada humana de un escritor que Adorno juzgó con dureza, mientras que Musil le consideró un autor decisivo y Berg le admiró siempre. Con las mujeres, su mirada es contradictoria. Si bien el apego a su madre y el reconocimiento de su papel como “espíritu movens” de la familia son obvios, y si bien aparecen mujeres a las que admira, también hay momentos de extrema misoginia, en particular uno terrible: de niño, sorprendió la violación invisible, muda y en grupo de una muchacha, pero el escritor no la distingue del sexo libremente consentido. Hay escenas de una poesía callada y de un humor maravillosos y respiran como los cuadros vivientes de un artista contemporáneo. Se trata, en efecto, del mundo que destruiría el nazismo y que no volvería a ser. La traducción y la edición impecables, con las notas investigativas del editor alemán, intensifican el placer de su lectura.

miércoles, 17 de agosto de 2005

Luis Magrinyà en La Vanguardia Cultura/s

Foto: I.N., Madrid, 2010
Narrativa Un experimento inteligente ISABEL NÚÑEZ Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) ya se había revelado como un narrador interesante antes de ganar el premio Herralde de novela con Los dos Luises en el 2000, sobre todo por sus relatos Los aéreos (1993) y Belinda y el monstruo (1995). Intrusos y huéspedes es la crónica, en forma de diario, de un proceso de depresión larvada, en la primera parte, y de la reconstrucción e integración del mismo personaje, en la segunda. Un hombre separado, ex actor de teatro dedicado a la enseñanza, se ve desbordado por la intrusión de un hijo adolescente al que apenas conoce, que se instala a vivir con él y le obliga a sustituir sus rutinas y a soportar su confusión con la ayuda de fármacos. Sin embargo, el proceso dista mucho de parecerse a lo previsible.
La pesadilla y el agobio se reflejan en el primer diario entre consideraciones sobre el mundo del teatro, que sirven al protagonista como materia para su reflexión, en un curioso ejercicio de autoanálisis compuesto de matizaciones y contradicciones constantes.
No se trata sólo del desfile de jóvenes que aterriza bruscamente en la casa y que acaba sustituyendo al hijo viajero, sino sobre todo, del territorio común de su conexión y entendimiento, el instrumento que servirá al protagonista para reintegrarse a través de un proyecto inusual, una investigación sobre las drogas, con la misma fruición feliz de la que hablaban Himanen y Torvald en La ética del hacker; un experimento que nada tiene de casual, ya que todos los personajes, incluido el protagonista, han buscado en la farmacología legal o ilegal vías para encajar en el mundo.
La precisión del lenguaje, el estilo riguroso de Magrinyà, su ética y su amoralidad, su humor y su extrema seriedad, su capacidad de sorprender con noticias ocultas convertidas en nuevos requiebros de la trama ayudan a construir este curioso experimento, que sumirá en la perplejidad a más de un lector.
La cuestión de las drogas se plantea efectivamente como materia de investigación y tiene el peso ético y la naturalidad necesaria para convertirse en objeción legítima a la hipocresía con que se abordan políticamente estas cuestiones, prohibiéndonos cada vez más sustancias –la siguiente es el tabaco, pero no los productos MacDonald’s—, y a la vez permitiendo y fomentando incontables materiales tóxicos, contaminantes, cancerígenos y peligrosos en la industria, en la construcción, en los productos de limpieza o en la atmósfera.
Por otra parte, está la paternidad, aquí vista casi de soslayo, el retrato de ese padre desconcertado, con la angustia asaltándole en el supermercado, la luz de la calle, la soledad repentina de su espacio, precipitándole hacia los lexatines o llevándole a seguir por la casa a la mujer que limpia, o proyectándole a ese diario concebido como muro para no tener que hablar con su hijo de las cosas, como herramienta de impostura y justificación, o como simple espacio de pensamiento.
Es cierto que los jóvenes que aparecen son personajes secundarios en un escenario auténticamente teatral –incluyendo al hijo que huye, en una de las discutibles elipses de la trama—, y se proyectan casi como sombras, hermosas y melancólicas imágenes de intoxicación, descripciones físicas de sus estados, algunas frases certeras. Como si tan sólo existieran en la cabeza del protagonista. Estructuralmente, los contrapesos son discutibles y la densidad también. Muchas veces he tenido la impresión de que la historia resultaba demasiado ajena, demasiado particular y elíptica para atrapar a un lector o para dejar huella. Y sin embargo, de un modo extraño, irregular y sorpresivo, hay algo aquí que funciona, que despierta el interés dentro de la atmósfera melancólicamente fría, del olor químico de laboratorio casero y los mensajes de Internet, hay una trasposición vital verdadera, en el acto de exponerse, que sí deja huella y que a veces llega a brillar con un extraño fulgor.
Luis Magrinyà
Intrusos y huéspedes
ANAGRAMA
232 PÁGINAS
15 EUROS

miércoles, 8 de junio de 2005

Reseña de Eduardo Berti en La Vanguardia




Foto: I.N., Londres, 2012
Novela
A vueltas con un personaje de Borges
Un hombre y su esposa conciben el proyecto de un libro donde se unirían todos los Funes existentes

ISABEL NÚÑEZ - 08/06/2005

Eduardo Berti (Buenos Aires, 1964) ha colaborado como periodista y crítico literario en los principales periódicos argentinos. Ha publicado dos libros de relatos, Los pájaros y La vida imposible, y dos novelas, Agua y La mujer de Wakefield, galardonados con diversos premios literarios y con gran éxito de crítica, además de los elogios de Alberto Manguel y Rodrigo Fresán. Todos los Funes fue finalista del premio Herralde de Novela 2004. 
Hijo de una mujer francesa y un misterioso tanguero rioplatense, Jean-Yves Funès es especialista en literaturas latinoamericanas y toda su vida ha estado marcada por la circunstancia de su apellido borgiano (Funes el memorioso), acentuado a la francesa por el gesto fortuito de su abuela gala. Su mujer ha sido una alumna atraída a su curso por el mismo nombre literario y ambos han concebido el proyecto de un libro donde se unirían todos los personajes llamados Funes, partiendo del insomne memorioso de Borges, para pasar por otros tantos de Bioy Casares, Cortázar, Roa Bastos, Horacio Quiroga o Umberto Constantini, y sin negar siquiera la referencia al grotesco Louis de Funès. Ya viejo, viudo y enfermo, Funès viaja de París a Lyon para asistir a un congreso y allí sigue tropezándose con otros tantos Funes vivos e insólitos, en un itinerario casi onírico, con ciego homérico incluido, entre su debilidad física, la memoria obsesiva que motiva su renuncia a la escritura, los sueños borgianos del libro no escrito o que no hará falta escribir, los fantasmas y el pesado secreto, nunca revelado, de su simulación. Acechándole también, como un espectro (borgiano) más junto a la muerte, la paranoia de múltiples e insólitos plagiarios que amenazan con escribir y publicar el libro que él nunca llegó a terminar.
Todos los Funes está narrado con una fluidez sorprendente, ágil, ligera y brillante, que arrastra al lector imperceptiblemente hasta el final, sin perder nunca el pulso, la gracia o la firmeza. Berti utiliza con humor la estrategia borgiana de la metaliteratura, aprovechando para sembrar por todas partes sus guiños cómplices a los distintos narradores argentinos en un relato eficaz y placentero. |

miércoles, 13 de abril de 2005

Mi reseña de Maeve Brennan en La Vanguardia Cultura/s

Foto: Maeve Brennan retratada por George Bissinger, c.1949
Narrativa
Retorno a Dublín
ISABEL NÚÑEZ
Maeve Brennan
De visita
Traducción y prólogo de Ana Nuño
LUMEN
120 PÁGINAS
13,50 EUROS
Maeve Brennan (Dublín, 1917 – Nueva York, 1993) trabajó como comentarista de moda en Harper’s Bazaar, y como crítica literaria y redactora en los brillantes años cuarenta y cincuenta de The New Yorker (con el seudónimo The Longwinded Lady escribió aceradas crónicas urbanas en la célebre sección “The Talk of the Town”, centrándose en La Otra Mitad, el lado pobre, sórdido y solitario de Nueva York, ciudad que definió como “la más temeraria, ambiciosa, confusa, cómica, triste, fría y humana de todas las ciudades”), fue asidua de las tertulias del Algonquin –sucesora de Dorothy Parker— y publicó relatos magistrales de infancia, exilio y relaciones, al parecer autobiográficos. Elegante y excéntrica, recogió el legado de mordacidad e ingenio de Dorothy Parker, pero sin su resistencia para sobreponerse al dolor interno. Tras su fracaso matrimonial con un escritor de la revista, sufrió depresiones y accesos psicóticos y se dedicó a la vida vagabunda. The New Yorker le ofreció un alojamiento, pero ella sólo aceptaba refugiarse en el lavabo de señoras de la revista. Cuando murió en 1993, en un oscuro asilo, llevaba casi treinta años sin publicar y se había convertido en homeless.
El interesante prólogo de Ana Nuño cuenta mucho más de esta escritora genial, olvidada durante décadas, cuya obra empieza a ser recuperada también entre nosotros gracias a Lumen. En este caso, se trata de una novela breve, De visita, que constituye un botón de muestra suficientemente persuasivo para leer el resto de sus relatos. La joven Anastasia King vuelve a Dublín, ciudad de su infancia, que abandonó con su madre para vivir en París. Muerta su madre y desaparecido también el padre, Anastasia se dirige a la casa familiar con la idea de echar raíces allí. Pero no cuenta con la dureza y el resentimiento de la abuela paterna, que no está dispuesta a permitir su presencia y le reprocha la huida de su madre, identificándola con ella.
Su soledad respira en el paisaje de Dublín, en las “inexpresivas fachadas” o en los “rostros sombríos”. Como dice Clare Boylan en el prólogo de la edición americana, “Brennan no se limita a escribir sobre la soledad. La habita. La exhibe. La eleva a forma artística.” Pero en su paisaje, la belleza y el dolor están siempre entrelazados y en esa asociación radica parte del hechizo.
En las habitaciones de la casa, con un jardín “cercado por un silencio impenetrable”, se dibuja la imposibilidad de entendimiento entre estas mujeres, que parecen observarse acechantes, incapaces de transmitirse calor o complicidad. La implacable, fría y sectaria moral católica que lo ensombrece todo impide a Anastasia refugiarse en la iglesia, de donde es prácticamente expulsada, aunque la hilera de mendigos sí recibe ayuda.
Un legado familiar destructivo personificado por la abuela terrible (y por otro algún personaje secundario, como la madre dominante y posesiva de la pobre señora Kilbride) y la resistencia de la protagonista a aceptar la ausencia de amor y de esperanza, en una obstinación ciega, inocente o vengativa –aunque sea a costa de su propio sufrimiento— componen el fondo de la historia. Cada línea y cada imagen dublinesa distorsionada por la lluvia palpitan con la duda de uno de tantos seres machacados por esa institución maléfica que puede ser la familia, donde las mujeres han sido muchas veces también, mal que me pese reconocerlo y utilizando las palabras de Ana Nuño, “vectores de culpa y de crueldad”.
Elogiada por Alice Munro, Brennan es una escritora deslumbrante, con una precisión minuciosa y exquisita, y el elegante castellano de la traducción vehicula perfectamente su economía luminosa. El distanciamiento sesgado le permite a la autora construir su relato con pinceladas maestras y una delicadeza ligera, que equilibra el peso emocional, posándose de pronto en pensamientos que iluminan la ágil narrativa, como la frase citada al dorso del libro: “El hogar es un lugar de la mente. Cuando está vacío, vibra. Vibra con los recuerdos, rostros, lugares y épocas pasadas. Imágenes queridas se alzan indóciles y componen un espejo para la vacuidad.”
He leído De visita de una sola vez, y sólo puedo felicitarme por esta cuidada edición y desear que se publiquen también sus cuentos.