viernes, 23 de mayo de 2008

Mi texto de presentación de la novela de Paulina Fariza


Foto: Manel Armengol, Bellis perenníssima, 2006

Un cuento chino sobre la felicidad – Paulina Fariza

Cuando Paulina me propuso que presentara su novela, me advirtió: “Ya verás que somos muy distintas escribiendo, pero creo que puede haber algunas afinidades”. Nos encontramos en uno de los pocos bares posibles del barrio extraño donde las dos habitamos para que me pasara el manuscrito y estuvimos un rato hablando de escritura y de la felicidad que se siente cuando se está escribiendo, con las antenas puestas para integrar cualquier cosa que se vea. Y ella aludió con cierta nostalgia a esa actitud, con una sonrisa muy suya y dijo: “Lo miras todo, ves y te ríes…” y me reconocí en esa sensación de mirada gozosa, aunque ella también habló del dolor de enfrentarse a la parte más oscura de cada uno y yo pensé en aquella idea de Lobo Antunes de la literatura como enfermedad, de nombre literatosis, que citaba Vila-Matas, en que el autor portugués dice: “En cuanto empiezo a sufrir, pienso: ‘¿Podré utilizar también esto para escribir?’”.
Leí las cinco primeras páginas de este Cuento chino… y acepté presentarla, porque enseguida me gustó la mirada perpleja de esa narradora inquieta, María, que con su nombre virginal representa a la vez a todas las mujeres. A medida que me adentraba en la historia comprobaba justamente lo distintas que somos en la escritura, pero su ritmo me arrastraba, de tal forma que en dos días me había merendado la novela. Y pese a la diferencia de posición, la suya mucho más festiva y mediterránea y la mía quizá más sobria, algunos elementos me resultaban muy familiares y cercanos. Y tengo que decir que me ha sorprendido e interesado la visión de una generación posterior a la mía, que no se regía por los mismos modelos rígidos, limitados, divididos y a veces incluso irreconciliables, sino que sus personajes se encuentran un mundo tumultuoso sin mapas ni guías para interpretarlo.
Primero pensé en esa narradora como una Celia lo que dice o Celia en el mundo contemporánea: seguramente aquí nadie sabrá de lo que estoy hablando: ese personaje de una serie infantil de Elena Fortún que yo leía de pequeña, una niña alocada y bulliciosa que miraba el mundo de la posguerra madrileña, el mundo de la religión y la educación autoritaria y los modelos morales entre el delirio surrealista y una crítica soterrada y tan hábilmente contenida como para pasar la censura.
Esta narradora es una Celia contemporánea, con la misma combinación de ingenuidad y mordiente, fantasiosa y tremenda como Celia, pero también drogota, incestuosa, escatológica, carne de pornografía, exploradora de todo, desacomplejada y bulliciosa, casi sin prejuicios estéticos ni éticos, y ese personaje permite a la autora integrarlo todo sin ninguna vergüenza, desde el mundo hortera y banal del tardofranquismo a todas las opciones vitales e ideológicas posibles, indicios de un país que empezaba a despertarse de la larga pesadilla dictatorial de regresión. La ideología izquierdosa, el lesbianismo, los movimientos sociales, la extrema derecha, las drogas, el feísmo, las bandas de música, la televisión, la pérdida, el sexo visto desde esa escatología tan valenciana, el humor, todo agitado en un molinillo para componer una especie de opereta, de zarzuela con su parte indudablemente fallera de tracas y bombas narrativas que ella hace estallar como planos visuales, como escenas cinematográficas.
Y es que María, esa protagonista sin ideología ni vergüenza se atreve con todo y tiene la desfachatez de enrollarse con un chico que no sólo tiene granos, sino que es de Fuerza Nueva y va por la calle en grupo dando palizas a sus víctimas. No puedo negar que ese punto de vista suyo me ha escandalizado, como su parodia del feminismo y la aparente falta de posicionamiento respecto a la memoria y las consecuencias de la guerra civil: esa narradora parecía incluso asumir que los dos bandos de la guerra pudieran juzgarse bajo el mismo rasero, olvidando la ilegitimidad del franquismo y el largo historial abusivo de la posguerra. Y sin embargo, no es cierto. No se trata de un posicionamiento real, sino simplemente, una vez más, de la libertad desvergonzada con que la autora construye su gran teatro del mundo, que expresa la confusión generacional de los que no tuvieron que luchar por los derechos de las mujeres ni por la liberación sexual, pues como ella misma ha dicho, todo eso les fue dado o se les presupuso, pero sin orden ni concierto, sin unas madres liberadas capaces de orientar, sin apenas maestros, y en un país donde aún mandaban los de antes. Para expresar esa confusión, la autora necesitaba precisamente el recurso de una actriz-narradora de mirada ingenua, que vaya descubriendo la realidad en su pura fragmentación y con toda su oscuridad, preguntándose y preguntando con la impertinencia libre e imprevisible de algunos niños.
María pasea por el mundo como si fuese el sueño de Ocho y medio de Fellini, un gran jardín donde va encontrando a todos los personajes, sólo que a ella, algunos de esos personajes y mundos le llegan por carta, como la amiga emparejada con un escritor austríaco al que idolatra. Y ahí me detendría un momento porque ese escritor prestigioso (al que Paulina reserva, como castigo simbólico, un destino casi almodovariano) pronuncia una importante maldición: “lo peor del mundo son esas escritoras que intentan reflejar el universo femenino en sus novelas”. Esa descalificación provoca a la autora, como el falso Quijote de Avellaneda provocó a Cervantes a escribir su segunda parte del Quijote, le sirve de motor para hacer precisamente eso, lo prohibido, integrando al imprudente que en la realidad dijera esa frase convertido en personaje de su sainete, y en esa clave construye su punto de vista ético pese a todo: reflejar el universo femenino, incluso con su parte escatológica, como el pesebre tiene su caganer.
Pero que nadie piense que se trata de una novela dirigida sólo o principalmente al público femenino. Creo que su humor paródico interesará a muchos lectores hombres, y al mismo tiempo, hay otra voluntad en el libro que es la gran novela de costumbres y los fragmentos de mosaico ensamblados para componer un todo interesante y hábilmente estructurado, pues cada personaje representa una de esas opciones vitales e ideológicas posibles de este país en el tardofranquismo, y con todos juntos Paulina Fariza arma su retablo, su friso social, su opereta del país, su comedia goldoniana con ese humor descreído y esa autoironía que nunca la abandonan, ni siquiera cuando la narradora se mira al espejo desnuda y embarazada o bien cuando comprueba sin lamentarse lo distinto que es su cuerpo del que tuvo una vez. Y en ese punto de vista y ese humor sin compromiso el libro es berlanguiano y ferreriano, aunque su época y su generación sean muy otras, y a veces incluso boadelliano. Y con todo, la cita que abre la novela es una clave para entender su verdadero posicionamiento. Paulina aspira a hacer su Middlemarch, es decir, situar, a través de su heroína, la posición de las mujeres en su país y su tiempo.
A mi modo de ver, Paulina Fariza recoge el legado de la novela picaresca española y de la ironía cervantina, incluso con ecos del Tirant lo blanc, para componer su retablo de las maravillas femenino, su celebración fallera y a veces mexicana de la vida y la muerte y su cuadro de un tiempo y un lugar, sin escatimar golpes ni heridas ni los fluidos y las manchas que éstas dejan. Y es que en estas páginas, la vida es una especie de parto múltiple, con su aspecto indudablemente escatológico, sus paredes carnosas, su sangre y placenta, con el dolor y la fuerza y toda la emoción que suscita.
Y yo, que casi sólo escribo cuentos, que son fragmentos sin ensamblar por mucho que estén sometidos a una estructura férrea y obligados a una economía implacable, he envidiado la capacidad de Paulina de construir ese armazón de la totalidad social casi sólo con el paseo o la trayectoria de la protagonista, y al mismo tiempo he gozado de esa gran libertad suya, que parece atreverse con todo, perdida toda timidez y todo pudor, con un efecto tremendamente musical en el que casi me parecía oír la voz cantante (literalmente) de Paulina, intensificando la sensación de ritmo y celebración vital, donde el mundo es una galería inmensa de personajes que asumen la multiplicidad de opciones y la vida, brutal y absurda y difícil, no es más que un baile general, una especie de cacería con fanfarrias donde unos resisten y otros van cayendo.
Y en su humor paródico, en esa inevitable mirada capaz de burlarse de sí misma y del mundo, sin negar la parte amarga ni los posos del café, o en la capacidad de encontrar la ironía de las cosas he captado la segunda afinidad nuestra. No es casual que Paulina me dijera que había apreciado el humor de mis cuentos y que su favorito era precisamente el más paródico, una historia amorosa que a algún lector le pareció de un pesimismo atroz, porque no sólo cada lector lee un libro distinto, como escribió Proust, porque pone la lupa en un lugar distinto, a la manera del óptico de Combray, sino que, como dijo Paulina, cada lector lee sólo lo que él o ella es.
Un cuento chino sobre la felicidad es una novela de la infancia y la adolescencia, una ópera bufa de iniciación amorosa e ideológica, un retablo social e histórico de un país, un libro sobre las mujeres y sobre la escritura, con su dosis contemporánea y posmoderna de libro dentro del libro y con todos los guiños metatextuales que Paulina Fariza se ofrece a sí misma y a los escritores que quieran entenderlos, y a la vez es una gran parodia musical de todo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Reseña en La Vanguardia Cultura/s

Narrativa Felix Krull en Budapest ISABEL NÚÑEZ János Székely (Budapest, 1901 – Berlín, 1958) empezó su andadura de escritor como poeta, luego como guionista y novelista. En los años 30 se fue con Lubitsch a Hollywood (donde ganó un óscar), y acabaría instalándose en Nueva York con su esposa, aunque en la caza de brujas de McCarthy tuvo que huir a México y a Berlín, donde murió. Novela de trasfondo autobiográfico, Tentación cuenta las andanzas de un chico pobre y bastardo en la Hungría de entreguerras, primero en un orfanato rural, luego como botones de un lujoso hotel de Budapest, explotado hasta la extenuación y con su madre desesperada entre el abandono y el hambre. Es inevitable evocar la magnífica novela inacabada de Thomas Mann, Las confesiones del estafador Felix Krull, aunque aquí no es tan importante la caracterización del personaje (el de Mann, un brillante embaucador que sabrá aprovechar su suerte) como la desesperación de la pobreza, la lucha por la existencia, la marginalidad de los pobres, el ascenso del nazismo y al otro lado, la esperanza llena de dudas del comunismo. Algunos críticos han calificado la novela de dickensiana, y sin duda la miseria y los personajes marginados lo son. Pero la escritura no tiene la poética de Dickens, ni el foco tremendo de su mirada, ni su musicalidad expresiva. En esta mezcla de desaliento vital, alcohol y deseos locos, hay momentos de brillo filosófico, y guiños de escritura al lector (como la inclusión de los Székely de Transilvania), y algo de la crueldad y los sueños de Grandes Esperanzas, algo de Dostoievski (la culpa unida a la violencia, la desesperación), y algo de Thomas Mann (el abismo que separa al botones de la dama clienta del hotel, y la fascinación e iniciación erótica con ella o la opción de utilizar los favores sexuales para ascender; aunque ambos protagonistas lo tomen de forma opuesta) y también del John Steinbeck de Las uvas de la ira (aunque estos personajes no están tan definidos ni son tan excéntricos, tan particulares como aquellos, para quedarse para siempre con nosotros). Todos esos hálitos compartidos laten en estas páginas, revisitados…en Budapest. La novela se sitúa allí, justo antes del horror europeo del nazismo y la shoah, bajo el mandato del almirante Horthy, y restituye cinematográficamente la ciudad para nosotros, esa ciudad hermosa, fría y dura para Béla, que no tiene dinero ni para coger el tranvía y se levanta tres horas antes para llegar al hotel, sin desayuno, y durmiéndose en el camino. Esa ciudad llena de porteros filonazis capaces de extorsionar y ocupar rápidamente el lugar de los deshauciados o presos, y del orgullo, el hambre y la rabia de los pobres, y la casi imposibilidad de que el mundo cambie, o los sueños americanos del protagonista. Tentación se lee bien, en una prosa sencilla, y ofrece claves para completar el puzzle europeo de esa época convulsa, con la aportación de un país cuya literatura apenas empieza a conocerse por estos lares. Bien editada, con un espectacular cuadro de Kees Van Dongen en portada (como las hermosas y sutiles acuarelas que ilustraban La Recherche), es una novela muy digna, que palpita con la carga de tristeza, esperanza y terror del siglo XX europeo.
János Székely
Tentación
LUMEN
Traducción de Mária Szijj
782 PÁGINAS
29,90 EUROS

miércoles, 7 de mayo de 2008

Reseña en La Vanguardia Culturas


Foto: I.N., Girona, 2008


Narrativa
Memoria y fabulación
ISABEL NÚÑEZ

Milena Agus (Génova, 1959) es profesora de literatura italiana en un instituto de Cagliari, Cerdeña. Sus novelas Mentre dorme il pescecane (2005) y Ali di babbo (2008) han tenido buena acogida de público, pero a raíz de su publicación en Francia, Mal de piedras se ha convertido en un best-séller europeo, con más de 400.000 ejemplares vendidos entre Francia, Alemania e Italia.
Escrita en tercera persona por una narradora-nieta, la novela traza la vida de una abuela excéntrica y poco convencional, en la Cerdeña de la II Guerra Mundial y el fascismo, una mujer que según interpreta otro personaje, asumió con su conflictividad todo el desorden necesario, en la fantasía de que toda familia necesita cierta dosis de locura, y un solo miembro paga el tributo para que los demás encajen en el mundo. La abuela somatiza su dolor o su falta de afecto en un mal de piedras que mata los embriones de embarazos posibles, ahuyenta a sus pretendientes con poemas libremente obscenos, y el hombre que se casa con ella lo hará para saldar una deuda familiar. Ella se presta con él a todas las representaciones eróticas y él olvida pronto la casa de citas, pero duermen sin tocarse y su placer no genera afecto. En el balneario donde la hermosa abuela cura sus piedras encontrará al objeto de su ensoñación amorosa, el Veterano, un personaje que permite a la autora hablar de la arbitrariedad de la guerra y la reconciliación del país.
Una escritura fluida, una poética fácil, un tono ensoñado y fantasioso que evoca el realismo mágico latinoamericano o tal vez El cartero y Pablo Neruda, un mundo de sensualidad que se aborda de forma natural, a veces escatológica o descaradamente erótica, sin gran economía literaria (pese a ser una novela corta) ni sentimental, ni gran exigencia, donde los estereotipos y lo previsible conviven con ideas inteligentes y metáforas dignas, y donde el talento, que lo hay, brilla en medio de una banalidad autonegligente o de un giro final tramposo. Cualquiera puede leer esta historia sin más, y un lector exigente detectará entre la ganga vetas que añadan matices a su percepción de las cosas.


Milena Agus Mal de piedrasMal de pedres
Siruela - Empúries
Traducción de Celia Filipetto – Andreu Moreno
116 PÁGINAS - 96 PÁGINAS
16 EUROS