miércoles, 14 de marzo de 2012

En TURIA, mi reseña sobre el Cuaderno de noche de Inka Martí



Foto: I.N., Hyde Park, Londres, 2012

Inka Martí
Cuaderno de noche
Atalanta
Páginas 160
Precio 10 Euros


El reino de Morfeo

A algunos escritores nos interesa y fascina tanto el lenguaje onírico que agradecemos el recuerdo de los sueños, aunque sean pesadillas.  No sólo porque los sueños son noticias del inconsciente –que gobierna la ficción de los que escribimos a ciegas, sin saber—, ese amo implacable del que habla Natalia Ginzburg en “El oficio de escribir”, que “nos ayuda a mantenernos en pie, a tener los pies firmes sobre la tierra, a vencer la locura y el delirio, la desesperación y la fiebre. Pero quiere ser él quien manda y se niega a escucharnos cuando le necesitamos”. Los sueños nos permitirían el contacto que perdemos en los periodos de sequía y bloqueo, cuando ese niño-amo interior se rebela, porque no acepta nuestras pretensiones y quiere jugar libre. Los sueños serían una ventana abierta. No para interpretarlos, sino aunque sólo fuera para dejarlos flotar, para tenerlos cerca o aprender de ellos. Es difícil restituir el poder simbólico y metafórico de los sueños o la libertad, la desinhibición y la amoralidad que los caracterizan. O esa forma de interpelación de mostrarnos a nosotros mismos haciendo lo que no haríamos de día.
Muchas veces, los sueños se parecen tanto a la escritura de quienes los soñaron que permiten concluir que sí sirvieron como modelo. Es el caso de los turbulentos Sueños de Kafka, cuyos motivos son recurrentes en sus libros y le sirven para crear la atmósfera inquietante y angustiosa de su obra, esa prefiguracilo del nazismora, esa prefiguracin sus libros y le sirven para crear esa poderosa y angustiosa atmconcluir que sframosón no sólo del nazismo y la Shoah, sino también de la pesadilla de nuestro mundo extraviado, en el cual ya nadie puede volver a casa.
En el caso de Walter Benjamin, los Sueños son tan literarios y personales como el resto de su escritura y están tan llenos de sus preocupaciones teóricas e históricas que le sirvieron incluso para pergeñar ciertas teorías –cercanas a lo psicoanalítico— acerca de los sueños. Los dos son libros maravillosos publicados en nuestro país, aunque a mi juicio, el libro de Sueños de Theodor W. Adorno no tiene nada que envidiarles. Los sueños de Adorno están llenos de la angustia de la persecución y el genocidio judío, también de los encuentros perturbadores, el sexo, los burdeles, la enfermedad y la muerte, pero muestran la brillantez teórica del que sueña, cuando el protagonista es por ejemplo un concepto filosófico abstracto. Y tienen la particularidad de estar transcritos libremente, listos para el diván, inquietantes y turbadores.
La fascinación por ese lenguaje no significa que no lo suframos. El propio Kafka se lamenta de que sus pesadillas, de una riqueza surreal negra y completamente inmersa en su poética, son peores, más agotadoras que el insomnio. Alude a esas “noches perdidas”, dice que duerme al lado de esos sueños, batallando, o que siente como si hubiera dormido en una nuez. Sin embargo, a juzgar por sus escritos, sus sueños le resultaron muy útiles y esas noches no se perdieron para él ni para el mundo.
En su exquisito Cuaderno de noche, Inka Martí publica una pequeña selección de sueños que ha anotado rigurosamente durante largo tiempo. Sesenta y cinco frente a mil es una proporción tan reducida que en cierto modo define una voluntad de expresión, una poética.  
Recorrer y leer estos sueños resulta muy sugestivo. Pocas veces sentirn las mezquindades del paisaje urbano, ni  Porque estos sueños parecen soñados en ssaje simbo en una nuezos, esos sueños le resuá aquí el lector que está invadiendo de modo violento o excesivamente transgresor la intimidad ajena, aunque naturalmente tenga que haber algo de eso; algunas escenas que muestran su escatología libre o la amoralidad del territorio onírico. Los sueños del Cuaderno de noche son luminosos, llenos de ese mismo fulgor vital y de la mirada azul de esta periodista y editora de origen germánico que entró en la creación literaria con cuentos de niños. Y lo son aunque esté presente en ellos el acecho de lo oscuro, la violencia y el peligro que “siempre está ahí”, pero también la fuerte ambivalencia de los sueños y esa voz esperanzadora pero también vertiginosa que recuerda la multiplicidad de puertas posibles por abrir…
Un perro de cuyas fauces surge una serpiente, un bebé carbonizado que adquiere expresión para decirle a la soñante que huya, torres con escaleras de caracol, los delfines que conoce de otros sueños, las águilas y el toro sacrificado, o esa criatura animal y mítica que violenta a la soñante abriéndole con sus uñas dos regueros de sangre en los brazos y vertiendo en ella su saliva, la casa de la muerte y el olvido, la esfera que respira, el hombre cocodrilo, la India, los gitanos y el chamán que oficia una extraña boda, las entrañas de un árbol, el asno blanco que parece hecho de luz, el jardín sagrado, los símbolos ancestrales, las túnicas y el laberinto, los búhos, las rosas antiguas, una bandada de pájaros que se levanta con un gesto brusco de la soñante, como en la poesía de Li Bai o Qing Zhao, un templo sintoísta o esos besos de su pareja donde la saliva se convierte en un néctar de plata con la sensación de infinito amor, como besos de otro mundo.
Bien prologado y convenientemente contextualizado por Jacobo Siruela, el libro encaja, coherente y complementario, con la línea nocturna de Atalanta que abrió el propio Jacobo Siruela con su magnífico ensayo onírico. La poética hermética y el resplandor de Cuaderno de noche recuerdan a los sugerentes Cuentos de lo extraño, de Robert Aickman, también publicados por Atalanta, por la riqueza del paisaje simbólico y la atemporalidad de los escenarios. Porque estos sueños parecen soñados en un no-tiempo, no albergan las mezquindades del entorno urbano: no hay pilas de platos sucios, ni zapatillas rotas, ni bares grasientos, ni automóviles o estruendo del tráfico, no están los personajes siniestros que habitan también el mundo (excepto la imagen premonitoria en la que un avión vuela peligrosamente cerca de los rascacielos de una gran ciudad, antes del 11S). Es como si lo peor de la cotidianeidad y la fealdad del cemento de nuestro pobre país no lograra entrar en este reino onírico verde, azul y salvaje, el hálito vital de Inka Martí, el reino nocturno de Atalanta.