miércoles, 17 de marzo de 2010

Robert Pinget, mi reseña del Cultura/s


Foto: Eugène Atget, Pont Neuf, París, 1925
Obsesivo y onírico Pinget
Narrativa
Una verdad elusiva
ISABEL NÚÑEZ 


Robert Pinget El inquisitorio
Marbot Ediciones
Traducción de Elisenda Julibert 
431 PÁGINAS
27 EUROS

Robert Pinget (Ginebra, 1919 – Tours, 1997) estudió Derecho en Suiza, pero se aburrió de la abogacía y en 1946 se trasladó a París para dedicarse a la pintura y luego a la escritura. Publicó el libro de relatos Fantoine et Agapa en 1951 y fue asociado al Nouveau Roman. Su estilo anticonvencional producía recelo en los editores, pero gracias al apoyo de Robbe-Grillet y Albert Camus, entre otros, logró publicar en Éditions de Minuit, editor al que se mantuvo fiel. Amigo de Samuel Beckett, éste tradujo La Manivelle de Pinget al inglés y Pinget, a su vez, tradujo All That Fall de Beckett al francés.
Autor prolífico –catorce novelas y diez piezas teatrales—, su talento para el diálogo brilla en esta obsesiva y onírica El inquisitorio (1962), su novela más ambiciosa y conocida. En una entrevista, Pinget decía que empezó El inquisitorio sabiendo sólo la frase “Responda sí o no”. Siempre escribía a ciegas, de oído, puesto que la musicalidad de una frase le arrastraba.
En esta extraña novela, el criado de un castillo es interrogado por un misterioso personaje, seguramente policial, con motivo de la desaparición de un secretario, y sin embargo, como en las historias de Kafka, la sed de saber de quien interroga va mucho más allá de establecer esa verdad o de encontrar al personaje; quiere saberlo todo. Así, la historia se ramifica en una descripción rica y minuciosa de secretos, cuadros, habitaciones, relaciones y excentricidades, y la búsqueda se convierte en un tapiz narrativo, una interrogación sobre el propio lenguaje, sobre la vida, sobre el reflejo de ese universo del que “sus habitantes sólo percibimos fragmentos opacos”. Y el personaje, que declara en un lenguaje agramatical, empieza a contradecirse y buscarse él también en la curiosidad del otro y su lógica oculta, con un sentido que siempre se nos escapa.
Hay que felicitarse de la traducción y la audacia de Marbot por El inquisitorio (Premio de la crítica francesa en 1961), en estos tiempos de aburrida banalidad comercial, un libro del que Beckett, conmovido e impresionado, destacó “la escritura inaudita de sutileza y transparencia” y “la especie de iluminación de Poema que lo aureola todo”. Y es cierto. Hay algo hondo y maravilloso en la teatralidad de Pinget, homenajeado en París mientras escribo estas líneas.

lunes, 15 de marzo de 2010

Una vieja reseña mía sobre Clarice Lispector

Foto: I.N. Hospital de Sant Pau, 2010
En La Vanguardia Cultura/s , publicada en agosto de 2004, de un libro maravilloso, que recomiendo con entusiasmo y que siempre me vuelve. La mía es una humilde reseña sin espacio suficiente y escrita en mis tiempos preblog y pre Crucigrama , pero se la dedico a Bel M., que ha leído de verdad a CL...
Una columnista excepcional
ISABEL NÚÑEZ
Clarice Lispector
Revelación de un mundo
AH, Adriana Hidalgo Editora (Buenos Aires)
Selección, traducción y notas de Amalia Sato
330 PÁGINAS
9 EUROS
Clarice Lispector (Ucrania, 1925 – Río de Janeiro, 1977) se trasladó con sus padres a Brasil a los pocos meses de edad, donde vivió y murió, pese a su condición viajera. A los 19 años publicó una novela, Cerca del corazón salvaje (1944), que revolucionaría la literatura brasileña. Después, en su vida de diplomática, periodista y columnista, continuó su prolífica y magnética obra con múltiples novelas y cuentos, que en España han publicado (aunque no en su totalidad) Siruela, Alfaguara y El Aleph. Este libro maravilloso, publicado en Buenos Aires por Adriana Hidalgo, reúne las crónicas que Clarice Lispector escribió para el Journal do Brasil, seleccionadas y traducidas por Amalia Sato. En esas crónicas insólitas, que por desgracia no podríamos ni imaginar en ningún periódico español de estos tiempos, Clarice Lispector habla de lo que quiere, cuenta historias, anécdotas, pensamientos, sensaciones. El espléndido retrato de la cocinera-vidente y su relación con esa chica extraña y silenciosa que limpia la casa, que quiere leer un libro de Lispector porque le gustan las cosas complicadas, y que un día acaba por enloquecer temporalmente, o la ira de la escritora por los horrores de la miseria y la desigualdad, o sus dudas al contar su vida en un periódico, o sus comentarios sobre la urgencia, el miedo, la compulsión y el hastío de escribir, cualquiera de esas piezas exhala la misma capacidad hipnótica que está en su ficción, aunque desde un ángulo estructural distinto, aparentemente muy sencillo y espontáneo, pero que transporta inesperadamente a su núcleo vital descarnado y palpitante, de una rara sensibilidad. Aquí también está, por tanto, otro de los encantos de la obra de Clarice Lispector y es la potencia de su feminidad, su capacidad de expresar sutilmente, sin tener que explicarlo, lo que significa ser mujer en un mundo organizado por los hombres, como descubrió Hélène Cixous en su ensayo sobre esta autora. Y es que estos fragmentos componen subrepticiamente la personalidad mítica de la escritora judía que hablaba con las erres guturales, con una belleza tan distinta como la que respiran sus historias, retratada por De Chirico, que se durmió fumando y que, cuando intentaba apagar el incendio, se quemó gravemente la mano derecha. Encabezó la famosa Passeata Dos Cem Mil contra la dictadura militar en 1968, separada y con dos hijos, apasionada, melancólica y transgresora, y su primera novela apareció en Francia con portada de Henri Matisse. Dice Clarice Lispector que no le interesan los géneros, sólo el misterio. Que se siente muerta cuando no escribe, pero también, en alguna parte, explica su terror ante ese mismo misterio que exhalan sus epifanías más otras: “Tengo miedo de escribir. Es tan peligroso. Quien lo ha intentado lo sabe. Peligro de hurgar en lo que está oculto (...) Para escribir tengo que instalarme en el vacío. En este vacío donde existo intuitivamente. Pero es un vacío terriblemente peligroso: de él saco sangre.” Efectivamente, el mundo de Clarice Lispector se revela aquí, como sugiere el título, y estas crónicas se convierten en otra entrada posible a su literatura, porque sería difícil leerlas sin sentir curiosidad por su ficción. Y en cuanto a los lectores ya contagiados del influjo de su obra narrativa, esta recopilación les sorprenderá, pese a las apariencias, con el placer de una prolongación inesperada de su voz.