Foto: Eugène Atget, Pont Neuf, París, 1925
Obsesivo y onírico Pinget
Narrativa
Una verdad elusiva
ISABEL NÚÑEZ
Robert Pinget El inquisitorio
Marbot Ediciones
Traducción de Elisenda Julibert
431 PÁGINAS
27 EUROS
Narrativa
Una verdad elusiva
ISABEL NÚÑEZ
Robert Pinget El inquisitorio
Marbot Ediciones
Traducción de Elisenda Julibert
431 PÁGINAS
27 EUROS
Robert Pinget (Ginebra, 1919 – Tours, 1997) estudió Derecho en Suiza, pero se aburrió de la abogacía y en 1946 se trasladó a París para dedicarse a la pintura y luego a la escritura. Publicó el libro de relatos Fantoine et Agapa en 1951 y fue asociado al Nouveau Roman. Su estilo anticonvencional producía recelo en los editores, pero gracias al apoyo de Robbe-Grillet y Albert Camus, entre otros, logró publicar en Éditions de Minuit, editor al que se mantuvo fiel. Amigo de Samuel Beckett, éste tradujo La Manivelle de Pinget al inglés y Pinget, a su vez, tradujo All That Fall de Beckett al francés.
Autor prolífico –catorce novelas y diez piezas teatrales—, su talento para el diálogo brilla en esta obsesiva y onírica El inquisitorio (1962), su novela más ambiciosa y conocida. En una entrevista, Pinget decía que empezó El inquisitorio sabiendo sólo la frase “Responda sí o no”. Siempre escribía a ciegas, de oído, puesto que la musicalidad de una frase le arrastraba.
En esta extraña novela, el criado de un castillo es interrogado por un misterioso personaje, seguramente policial, con motivo de la desaparición de un secretario, y sin embargo, como en las historias de Kafka, la sed de saber de quien interroga va mucho más allá de establecer esa verdad o de encontrar al personaje; quiere saberlo todo. Así, la historia se ramifica en una descripción rica y minuciosa de secretos, cuadros, habitaciones, relaciones y excentricidades, y la búsqueda se convierte en un tapiz narrativo, una interrogación sobre el propio lenguaje, sobre la vida, sobre el reflejo de ese universo del que “sus habitantes sólo percibimos fragmentos opacos”. Y el personaje, que declara en un lenguaje agramatical, empieza a contradecirse y buscarse él también en la curiosidad del otro y su lógica oculta, con un sentido que siempre se nos escapa.
Hay que felicitarse de la traducción y la audacia de Marbot por El inquisitorio (Premio de la crítica francesa en 1961), en estos tiempos de aburrida banalidad comercial, un libro del que Beckett, conmovido e impresionado, destacó “la escritura inaudita de sutileza y transparencia” y “la especie de iluminación de Poema que lo aureola todo”. Y es cierto. Hay algo hondo y maravilloso en la teatralidad de Pinget, homenajeado en París mientras escribo estas líneas.
Autor prolífico –catorce novelas y diez piezas teatrales—, su talento para el diálogo brilla en esta obsesiva y onírica El inquisitorio (1962), su novela más ambiciosa y conocida. En una entrevista, Pinget decía que empezó El inquisitorio sabiendo sólo la frase “Responda sí o no”. Siempre escribía a ciegas, de oído, puesto que la musicalidad de una frase le arrastraba.
En esta extraña novela, el criado de un castillo es interrogado por un misterioso personaje, seguramente policial, con motivo de la desaparición de un secretario, y sin embargo, como en las historias de Kafka, la sed de saber de quien interroga va mucho más allá de establecer esa verdad o de encontrar al personaje; quiere saberlo todo. Así, la historia se ramifica en una descripción rica y minuciosa de secretos, cuadros, habitaciones, relaciones y excentricidades, y la búsqueda se convierte en un tapiz narrativo, una interrogación sobre el propio lenguaje, sobre la vida, sobre el reflejo de ese universo del que “sus habitantes sólo percibimos fragmentos opacos”. Y el personaje, que declara en un lenguaje agramatical, empieza a contradecirse y buscarse él también en la curiosidad del otro y su lógica oculta, con un sentido que siempre se nos escapa.
Hay que felicitarse de la traducción y la audacia de Marbot por El inquisitorio (Premio de la crítica francesa en 1961), en estos tiempos de aburrida banalidad comercial, un libro del que Beckett, conmovido e impresionado, destacó “la escritura inaudita de sutileza y transparencia” y “la especie de iluminación de Poema que lo aureola todo”. Y es cierto. Hay algo hondo y maravilloso en la teatralidad de Pinget, homenajeado en París mientras escribo estas líneas.