Narrativa
Un experimento inteligente
ISABEL NÚÑEZ
Luis Magrinyà (Palma de Mallorca, 1960) ya se había revelado como un narrador interesante antes de ganar el premio Herralde de novela con Los dos Luises en el 2000, sobre todo por sus relatos Los aéreos (1993) y Belinda y el monstruo (1995).
Intrusos y huéspedes es la crónica, en forma de diario, de un proceso de depresión larvada, en la primera parte, y de la reconstrucción e integración del mismo personaje, en la segunda. Un hombre separado, ex actor de teatro dedicado a la enseñanza, se ve desbordado por la intrusión de un hijo adolescente al que apenas conoce, que se instala a vivir con él y le obliga a sustituir sus rutinas y a soportar su confusión con la ayuda de fármacos. Sin embargo, el proceso dista mucho de parecerse a lo previsible.
La pesadilla y el agobio se reflejan en el primer diario entre consideraciones sobre el mundo del teatro, que sirven al protagonista como materia para su reflexión, en un curioso ejercicio de autoanálisis compuesto de matizaciones y contradicciones constantes.
No se trata sólo del desfile de jóvenes que aterriza bruscamente en la casa y que acaba sustituyendo al hijo viajero, sino sobre todo, del territorio común de su conexión y entendimiento, el instrumento que servirá al protagonista para reintegrarse a través de un proyecto inusual, una investigación sobre las drogas, con la misma fruición feliz de la que hablaban Himanen y Torvald en La ética del hacker; un experimento que nada tiene de casual, ya que todos los personajes, incluido el protagonista, han buscado en la farmacología legal o ilegal vías para encajar en el mundo.
La precisión del lenguaje, el estilo riguroso de Magrinyà, su ética y su amoralidad, su humor y su extrema seriedad, su capacidad de sorprender con noticias ocultas convertidas en nuevos requiebros de la trama ayudan a construir este curioso experimento, que sumirá en la perplejidad a más de un lector.
La cuestión de las drogas se plantea efectivamente como materia de investigación y tiene el peso ético y la naturalidad necesaria para convertirse en objeción legítima a la hipocresía con que se abordan políticamente estas cuestiones, prohibiéndonos cada vez más sustancias –la siguiente es el tabaco, pero no los productos MacDonald’s—, y a la vez permitiendo y fomentando incontables materiales tóxicos, contaminantes, cancerígenos y peligrosos en la industria, en la construcción, en los productos de limpieza o en la atmósfera.
Por otra parte, está la paternidad, aquí vista casi de soslayo, el retrato de ese padre desconcertado, con la angustia asaltándole en el supermercado, la luz de la calle, la soledad repentina de su espacio, precipitándole hacia los lexatines o llevándole a seguir por la casa a la mujer que limpia, o proyectándole a ese diario concebido como muro para no tener que hablar con su hijo de las cosas, como herramienta de impostura y justificación, o como simple espacio de pensamiento.
Es cierto que los jóvenes que aparecen son personajes secundarios en un escenario auténticamente teatral –incluyendo al hijo que huye, en una de las discutibles elipses de la trama—, y se proyectan casi como sombras, hermosas y melancólicas imágenes de intoxicación, descripciones físicas de sus estados, algunas frases certeras. Como si tan sólo existieran en la cabeza del protagonista. Estructuralmente, los contrapesos son discutibles y la densidad también. Muchas veces he tenido la impresión de que la historia resultaba demasiado ajena, demasiado particular y elíptica para atrapar a un lector o para dejar huella. Y sin embargo, de un modo extraño, irregular y sorpresivo, hay algo aquí que funciona, que despierta el interés dentro de la atmósfera melancólicamente fría, del olor químico de laboratorio casero y los mensajes de Internet, hay una trasposición vital verdadera, en el acto de exponerse, que sí deja huella y que a veces llega a brillar con un extraño fulgor.
Luis Magrinyà
Intrusos y huéspedes
ANAGRAMA
232 PÁGINAS
15 EUROS