martes, 13 de marzo de 2007

Supervivientes judíos: Nicole Krauss


Foto: Sinagoga de Berlín

La Vanguardia Culturas, 05/04/2006

Novela
Entre Grace Paley y García Márquez

ISABEL NÚÑEZ

Nicole Krauss (Nueva York, 1974) se graduó en Stanford e hizo un posgrado en Oxford. En cierta ocasión, asistió a una conferencia de Josif Brodskii y le entregó sus poemas. No esperaba recibir noticias, pero él la llamó al día siguiente y pasaron siete horas juntos trabajando en ellos. Más tarde, Krauss abandonó la poesía. Su primera novela, Man walks into a room, tuvo una excelente acogida crítica.

Antes de que su segunda novela, La historia del amor, llegara a las librerías norteamericanas, Krauss ya aparecía en todos los suplementos literarios. El director de cine mexicano Alfonso Cuarón dirige la película, basada en un libro que ha merecido los elogios de Coetzee y de Ali Smith, además del entusiasmo unánime de la crítica y la traducción a veinticinco lenguas. En las entrevistas, Krauss se ha quejado de que siempre le hablen de su marido, el también escritor Jonathan Safran Foer, y en parte es injusto contribuir a esa desigualdad, pero la comparación resulta inevitable, puesto que ambos comparten mucho más que el éxito, la juventud y la adaptación al cine de sus segundas novelas: una gran similitud en la mirada a su pasado, también común, de abuelos judíos del Este europeo que sobrevivieron al Holocausto y se establecieron en Nueva York, y cuya dolorida nostalgia de la pérdida sólo se ve dominada por un intenso vitalismo y una alegría (agridulce, crítica, analítica, autoirónica, siempre apegada a la cultura, pero alegría al fin) de vivir.

El viejo escritor y cerrajero Leo Gursky perdió a Alma, su novia -embarazada-, camino del exilio, perdió la vivencia de la paternidad y también perdió en el traslado la novela que había escrito sobre ellos, La historia del amor, a manos de su amigo Litvinoff, al que no volvió a ver y, en una soledad interrumpida por las visitas de su amigo y vecino Bruno, procura asegurarse de que alguien le vea todos los días, y lleva un cartel que dice: "Me llamo Leo Gursky, no tengo familia, llamen al cementerio Pinelawn, tengo una parcela en la sección judía. Gracias por su amabilidad". Gursky es uno de los dos protagonistas principales. La otra es Alma Singer, que se llama así por el personaje de la novela perdida de Gursky, una niña excéntrica y solitaria que intenta con los procedimientos más peregrinos que su madre, traductora viuda, deje de estar sola, y que proyecta primero ser paleontóloga, luego viajar a la Antártida y al fin acaba aprendiendo pintura por puro accidente. A partir de aquí, los sucesos se encadenan en una especie de paródico thriller, con ciertas resonancias austerianas por la influencia del azar en todas las cosas, y empieza a caer una lluvia de interrogantes sobre la cotidianeidad de Alma, que investiga el pasado de sus padres, la novela que les fascinó (y que ahora su madre traduce por encargo de un misterioso desconocido), rastrea la vida del escritor que la firmó, Litvinoff, descubre a Isaac Moritz, el hijo escritor de Gursky, y sigue muchas otras vías que le permiten relativizar la pérdida de su padre y el fin de su romance con un judío ruso, Mishka. Todo esto en una exuberancia imaginativa de personajes y momentos mágicos, llenos de una sutil y particular complejidad de matices y en un tono que conecta con Todo está iluminado (está claro que Jonathan Safran Foer también se ha inspirado en el pasado de ella), y a la vez resucita y reactiva deliberadamente el encantamiento de Cien años de soledad, matizado por un humor judío americano y femenino que homenajea a Grace Paley, sin excluir cierta locura al estilo del judío ruso Isaac Babel.

Ninguna de estas influencias oculta el núcleo duro de verdad personal de Nicole Krauss, su imperiosa necesidad de contar, que a veces se pierde en el puro torrente de pequeñas historias tangenciales, pero que recupera con su obvio talento, su energía y sus cualidades de narradora. Una novela muy sugerente.


Nicole Krauss La historia del amor / La història de l´amor. Traducción al castellano de Ana
M. ª de la Fuente y al catalán de Ernest Riera Salamandra / RBA-La Magrana
(288 / 272 págs. 16 / 18 €)

lunes, 12 de marzo de 2007

Balcanes: Dubrakva Ugrešić en Quimera


Quimera (diciembre 2003)


TODOS SOMOS PIEZAS DE MUSEO
DUBRAVKA UGREŠIĆ

Isabel Núñez


Dubrakva Ugrešić (Zagreb, 1949), escritora, brillante ensayista y profesora universitaria de literatura eslava, abandonó la antigua Yugoslavia en 1993, convertida en persona non-grata por el pensamiento único y oficial nacionalista, y se fue a vivir a Holanda, exceptuando períodos de enseñanza en Universidades norteamericanas.
Sus obras se han publicado en inglés, francés, alemán, holandés y otras lenguas, y ahora hay que felicitarse de que Alfaguara haya decidido darla a conocer en España con El Museo de la Rendición Incondicional. En inglés y francés se encuentran también sus novelas y relatos In the Jaws of Life y Fording the Stream of Consciousness, además de múltiples ensayos.
Como un álbum de fotografías, esta novela sorprendente y extraordinaria va reuniendo fragmentos, pensamientos, diarios, cartas, retratos de amigos, citas literarias y proyectos de artistas contemporáneos que componen los fragmentos del mosaico del mundo contemporáneo.
El título alude a un museo de Berlín, con sede en el edificio donde se firmó la capitulación de Alemania al fin de la II Guerra Mundial y situado en el barrio del antiguo Berlín Este, con los antiguos cuarteles soviéticos y contenedores con las pertenencias de los soldados soviéticos que los ladrones fuerzan por las noches.
La protagonista y narradora, una especie de variante de la propia escritora, es una mujer croata de 45 años, escritora exiliada en Berlín, que reflexiona sobre el significado del exilio e intenta componer su identidad o preservar la memoria que la guerra se empeña en borrar, en una ciudad que ella ve como un museo viviente, como un yacimiento arqueológico donde el paseante puede detectar los sedimentos de cada época, la herencia dolorosa del hervidero de la historia que se reúne en los mercadillos de la ciudad, donde se venden esvásticas junto a hoces y martillos y figuritas de Lenin, y donde se reúnen refugiados balcánicos en busca de otros compatriotas. “Todos nosotros somos piezas de museo”, dice alguien.
En la soledad de una ciudad helada donde el tiempo parece transcurrir de otra manera, mientras la narradora se resiste aún a aprender alemán y habla casi sólo con el cartero o el conserje, reflexiona sobre la edad y el envejecimiento, sobre la memoria perdida, va construyendo sus recuerdos en forma de álbumes de fotos, fragmentos o imágenes que son, como dice la cita de Susan Sontag, memento mori.
Y en esa memoria fragmentada aparece la madre de la protagonista, con sus recuerdos de la II Guerra Mundial y la infancia de posguerra de la narradora y su nostalgia de los hijos, y los gestos de su madre parecen filtrarse victoriosamente en los gestos inconscientes de la hija, casi a su pesar, como por una voluntad materna de permanecer.
Otras imágenes congeladas despiertan otros pensamientos, cruces con personajes en otras ciudades o en el mismo Berlín. Obras y proyectos de Ilya Kabakov o de artistas contemporáneos en Berlín, que son también reflexiones sobre culturas perdidas, sobre el rescate de la memoria histórica, sobre la lucha contra el olvido, sobre la ciudad como superposición de historias. Conversaciones con una vecina rusa, con un colega, preguntas en voz alta. Das is Kunst? ¿Qué es el arte? Y una de las respuestas, de un colega: “El arte es un intento de defender la integridad del mundo, la secreta unión entre todas las cosas. Sólo el arte presupone una secreta relación entre la uña del dedo meñique de mi mujer y el terremoto de Kobe.”
La narración de un encuentro amoroso fugaz de la narradora en un congreso de Lisboa o de una antigua conocida en un café de una ciudad norteamericana, el recuerdo de una amiga berlinesa y sus aventuras cocinando para marineros islandeses o enamorándose de un albañil al otro lado del muro, o una anécdota que dibuja la vida en Zagreb, cualquiera de esas fotografías de la maleta imaginaria de la exiliada croata sirven para desatar el hilo de sus pensamientos y para mostrar su arte de narrar.
Y los sueños vagamente premonitorios y los atisbos de lo que vendría, los signos que ya estaban en la forma de ser de un país, en la cultura comunista, en la falta de crítica, en las décadas de violencia, tan cercanas.
“Vivíamos en una ciudad en la que la gente caminaba un poco de lado (...) porque nunca se sabía de dónde vendría la bofetada (... donde el odio se cultivaba como una planta doméstica (...), una ciudad de oscuros rincones, donde las vidas se gastaban deprisa, porque eran baratas, los odios eran vehementes y los amores tibios.”
Mucho más adelante, aparecen las amigas de la narradora, en una fotografía de grupo. Es especialmente memorable la reunión de las amigas universitarias, con sus conversaciones teóricas sobre las dietas y su avidez sensual hacia la comida –que también es una celebración de la multiculturalidad: delicias turcas, quesos serbios, nata salada, pasteles de Eslovenia con semillas de amapola y nueces, baklavas y fideos dulces kadaif con pasas y cestitas de chocolate, ensaladas y pasta—, sus amantes y maridos, su costumbre de echarse las cartas del Tarot, la idea de la mediana edad como ir tapando agujeros de una barca sin pensar nunca en el naufragio final o como una lucha contra el colesterol, todo se congela mágicamente y culmina en el momento mágico de la aparición de un extraño ángel sexuado que las llena de nostalgia física y después se va repartiéndoles una pluma y el olvido a cada una, menos a la narradora, a quien le deja la memoria.
Pero aún más memorables son los retratos vitales de esas amigas, que sirven para componer en un momento, en apenas unos trazos ligeros y brillantes, el relato de la guerra que convirtió la antigua Yugoslavia en tres pequeños países desiguales, llenos de heridas, de destrucción y de culpa. Una de ellas se queda donde está, en pleno peligro, con los alumnos divididos entre los dos bandos, refugiada en la bañera de su casa con una mesita donde pone el tabaco y la bebida (y cada vez bebe más) y un gato, Behemot, que le sirve de estufa, y el teléfono desde el que llama a las amigas mientras aún hay comunicaciones. Otra se queda en Sarajevo y su carta única explica, casi mejor que la exposición que aún hoy puede verse en el museo de la guerra de esa ciudad, cómo se organizó la supervivencia durante el asedio, sin electricidad, sin comida, sin calefacción, cómo todos aprendieron a cocinar de la nada, a cortar leña, a fabricar estufas y mandiles, cómo los niños vivían encerrados, las casas eran agujereadas, la comunidad judía repartía comida entre los bosnios, y sobre todo, cómo huir no parecía una solución para todos los que decidieron quedarse. Otra, serbia en Zagreb, tuvo que volver a Belgrado, casada con un croata, aprendió a no tener miedo, a aceptar las humillaciones, pasar fronteras, proteger a su hijo. Otra cambió su discurso y se hizo nacionalista croata. Y así sucesivamente, se construyen todos los matices con retratos personales, nunca estereotipados porque si algo tiene claro esta escritora y ensayista, es la lucha contra los estereotipos (Véase sino su colección de ensayos titulada en inglés Culture of Lies) y contra las mentiras oficiales que devoran a la gente.
Y en esa sucesión de fragmentos y fotografías de un álbum multicultural, rico y lleno de matices, de países distintos, de personajes con peso retratados con una agilidad sintética asombrosa –que la versión castellana, eficaz y elegante, transmite con fluidez—, la sabiduría histórica y literaria y el conocimiento del arte contemporáneo se unen a la capacidad poética y la fuerza de las imágenes y todo se estructura mágicamente entorno a esa idea del mundo y la ciudad como museo viviente y de la memoria como identidad y la escritura como lucha contra el olvido, con una coherencia que parece extrañamente espontánea, como si una mano invisible ordenara el caos y encontrara felizmente el lugar idóneo de cada cosa. Porque, como dice Dubravka Ugrešić, crecerá la hierba sobre las casas destruidas y a los testigos también acabará cubriéndoles la hierba.
En conjunto, un libro distinto, ambicioso y brillante, donde el diario, la narrativa, el pensamiento y la poesía se articulan en ese museo del nombre más largo del mundo, ese museo de la historia por donde desfila el dolor de todas las guerras y los éxodos y la vida, la comida, el sexo, la amistad y la conversación, en el baile de fotografías de una autora inteligente y llena de humor, que piensa por su cuenta.

El Museo de la Rendición Incondicional

Traducción de Mª Ángeles Alonso y Dragana Bajić. Alfaguara, 2003, 352 págs.

Argentina: Di Benedetto

La Vanguardia Culturas (2/2/2005) Narrativa Cuentos desde la cárcel ISABEL NÚÑEZ
Antonio Di Benedetto (Mendoza, 1922-Buenos Aires, 1986) escribió estos cuentos en la cárcel, durante la dictadura argentina. En ese año de cautiverio, fue sometido a dos simulacros de fusilamiento. Como le rompían los papeles, envió sus relatos en forma de cartas a su amiga, la escultora Adelma Petroni, como si fueran sueños. La editorial Adriana Hidalgo presenta además la trilogía de novelas Zama, El silenciero y Los suicidas de este escritor reconocido por Borges, Roa Bastos (integrantes del jurado que premió uno de estos cuentos, Los reyunos) y Cortázar. Todos estos relatos describen situaciones que respiran el absurdo de la condición humana, las relaciones y la incertidumbre del destino. Sus personajes expresan un sentimiento opresivo o un encierro interior, del que intentan en vano huir. No se trata de cuentos urbanos, sino que la mayoría transcurren en una geografía semidesértica, tal vez la pampa, llena de animales merodeadores, de caza, violencia y hambre o sed. En El juicio de Dios, un capataz de obra acude a una casa a pedir agua para sus hombres, es confundido con unseductor por la pura palabra de una niña pequeña y se ve amenazado y violentado hasta que la conclusión llega,como una burla reveladora. En Aballay, el culpable de un asesinato huye desposeído de todo, como un anacoreta, decidido a pagar su culpa comiendo sólo lo que le sea dado. En Obstinado visor, un personaje visionario en tres momentos de su vida es objeto de burla de su propio poder y sólo lo comprende demasiado tarde.
En Los reyunos, la encarnación de un antiguo rey marca a sus seres próximos cortándoles una oreja. También los animales se infiltran en las escenas paródicas de estos Absurdos. Una realidad tragicómica He leído este volumen tras el espléndido Relatos de Kolyma, en que el ruso Chalamov describió el infierno siberiano. Me preguntaba por la influencia de las situaciones de encierro y penalidades sobre la sensibilidad y el talento de un escritor. En ambos casos (y hay infinidad de ellos), el talento aprovechó el sufrimiento para brillar más aún, aunque Chalamov ingresó en un manicomio tras su liberación, y Di Benedetto se exilió y casi desapareció en España antes de volver a la Argentina democrática. Hay una angustia melancólica y un humor absurdo comunes a estos escritos de cautiverio.
Aunque estos relatos de Di Benedetto carecen de la perfección de Chalamov, o del cariz cotidiano de la muerte en Kolyma, tienen momentos fulgurantes, escenas de una rara poesía, sobre un fondo en que la soledad y el tiempo parecen los únicos protagonistas capaces de mover las riendas de la narrativa, con personajes atrapados en una tragicomedia contemporánea.
Antonio Di Benedetto- Absurdos - Adriana Hidalgo Editora (287 págs. 9€)

Sudáfrica: Coetzee, Kentridge y Goldblatt

Foto David Goldblatt
Lateral (septiembre de 2002)
Coetzee, Kentridge, Goldblatt: Paisajes de la memoria
Isabel Núñez En la obra de Coetzee, Sudáfrica es un paisaje de fondo, inescapable. El peso doloroso de la vergüenza y el odio de la vieja segregación y el expolio, y al mismo tiempo la proximidad, las relaciones ambivalentes entre el mundo negro y el blanco. Incluso en la huida representada por el protagonista de Juventud, que se marcha a Londres empeñado en olvidar su pasado sudafricano y cortar todos los lazos, el país, con su luz especial, su extraña escenografía y su sangrante historia cobra aún más fuerza como identidad, como telón de fondo. Ciertamente es difícil sustraerse a una realidad histórica como el apartheid, con su larga estela de consecuencias. Pero tampoco es tan fácil ni tan habitual el dominio de Coetzee a la hora de convertirlo en materia literaria o en una mirada personal especial, poética, distante y a la vez conmovedora. Para mí, el descubrimiento de ese paisaje, de la memoria obsesiva de color terroso, de las inmensas extensiones de tierra donde las excavaciones mineras abandonadas han asolado todo, convirtiendo los alrededores de Johanesburgo en una especie de desierto lunar, o de la extravagante arquitectura de los templos ubicuos con que los blancos intentaban legitimar lo ilegitimable, tuvo un origen literario. Todo empezó con la traducción del catálogo de William Kentridge (Johanesburgo, 1955) para el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona. Kentridge es un artista de origen judío con una obra muy especial, insólita. Hace unos dibujos animados construidos con un método rudimentario y tal vez anacrónico, pero muy simbólico. Va dibujando, borrando, redibujando y alejándose para filmar con la cámara cada nuevo gesto. Sus dibujos, animados o sobre soporte fijo, reviven la fuerza de los grabados críticos de Hogarth o del propio Goya. Una obra suya de teatro, Woyceck on the Highveld, realizada conjuntamente con The Handspring Puppet Company, me impresionó vivamente. Kentridge escenifica el material real de los testimonios de los Juicios para la Verdad y la Reconciliación, en que los testigos –familiares y víctimas de persecuciones, vejaciones y torturas, o bien perseguidores implicados en tales actos— declaraban públicamente para aclarar y reconocer las fechorías perpetradas por el régimen racista. En la obra, las víctimas son marionetas, pero también hablan los actores que las mueven, y además están los dibujos animados que obligan a diversificar la mirada. El distanciamiento del humor y la poesía logran la catarsis con un efecto sorprendente, que recuerda a lo que el artista Art Spiegelman hizo al abordar el sufrimiento de su padre en los campos de exterminio de Hitler en su magnífico Maus. Cuando le dije a Kentridge que me había hecho pensar en Art Spiegelman, se alegró porque conocía y apreciaba su trabajo. Mi siguiente contacto con Sudáfrica estuvo también asociado a la traducción y al MACBA. Traduje el catálogo de David Goldblatt (Randfontein, 1930), cuya exposición retrospectiva se celebró en dicho museo y puede verse mientras escribo estas líneas en la Documenta de Kassel, comisariada por el también sudafricano Okwui Enwezor. Goldblatt, también de origen judío, y de ahí la cultura de la memoria y el análisis, compone un retrato individualizado, un relato propio del escenario sudafricano. Viaja en un autobús de madrugada para mostrar el largo viaje que los mineros sudafricanos deben hacer a diario: expulsados de sus tierras, expropiados y despojados de todo, desterrados a kilómetros de distancia de su trabajo, en las áridas tierras sobrantes que ningún granjero blanco podía aprovechar. Goldblatt se sumerge en las profundas minas y retrata a los mineros y el peligroso proceso de extracción de una riqueza que les es sustraída. O retrata sencillamente a la gente, de todos los grupos: los boers, los ultraderechistas, los patronos, los religiosos, la población negra o hindú, los propietarios de pequeños negocios expropiados y trasladados, los barrenderos, los trabajadores de la limpieza, las imponentes iglesias de la minoría blanca, los niños. Su mirada es abierta, sin juicios, un acercamiento que respeta y confía en el espectador, nos presenta a sus personajes, nos los muestra, y al mismo tiempo no es una mirada fría ni indiferente, sino completamente humana y empática, de alguien que se interroga e intenta comprender la violencia del mundo, el peso de la historia, a través de las pequeñas historias de la gente. El catálogo de Goldblatt incluía un texto de Coetzee sobre el paisaje y la luz africanos y su difícil relación con el concepto paisajístico europeo y decimonónico, reflejado en la pintura y la poesía romántica inglesa. Una nueva revelación. Cuando acabé con los textos de Goldblatt empecé a buscar libros de Coetzee: Infancia, Desgracia, Juventud, Vida de los animales, y no he parado hasta ahora. Así compuse mentalmente ese paisaje analítico, dolorosa y felizmente transformado en obra, ese background histórico del que ninguna sensibilidad puede escapar. La sensibilidad inteligente de Coetzee nos devuelve las impresiones y pensamientos de una conciencia precoz, para percibir el odio y todas las desigualdades en una red compleja. Y lo hace en su tono sobrio, de una fluidez sencilla y perfecta. El deseo, la melancólica desesperanza frente al conflicto de Desgracia, las distintas formas del amor o la complicidad (Edad de hierro) o la tristeza adolescente de Juventud (la diferencia entre los sueños y la realidad o la dificultad de escapar a sus raíces), todo está descrito con la misma fina precisión, el tono rítmico y elegante. Una escena de Infancia. En su cumpleaños, invita a sus tres mejores amigos a tomar helados en el Globe Café. Él se siente “principesco”. “La ocasión sería memorable, si no la estropearan los andrajosos niños de color que se pegan a la ventana para observarlos”... En las caras de estos niños no percibe el odio que, lo admite, él y sus amigos merecen por tener tanto dinero mientras que ellos no tienen ni un penique. Por el contrario, son como los niños que van al circo y se tragan el espectáculo completamente absortos, sin perderse nada.” Todo el mundo puede sentirse segregado, marginado en una sociedad tan estratificada y racista. Cuando, en el colegio, le preguntan “¿qué eres?”, a qué religión perteneces, el corazón le martillea mientras duda qué contestar. No es judío, no es católico, no es cristiano, su familia “no es nada”. Pensando ingenuamente en Cicerón y la cultura clásica, contesta "Roman Catholic": eso le vale sufrir otra segregación, pero es tarde para negarlo y declararse “cristiano”, como la mayoría protestante. Aterrado y silencioso, ha conseguido esquivar los azotes que sufren sus compañeros de colegio, manteniéndose en segundo plano. Pero también tiene que disimularlo para no suscitar la agresividad de los otros. No cuenta en su casa nada de lo que ocurre en la escuela. Se siente lejos de la masculinidad bruta de su padre y demasiado cerca de su contradictoria madre: asfixiado y dependiente, siente el peso del sacrificio que ella hace por sus hijos y le reprocha que le haya protegido tanto, que no le haya dejado curtirse con los castigos paternos, que ahora sea tan vulnerable. “La infancia, dice la Enciclopedia Infantil, es una época de alegría inocente... Nada de lo que él experimenta en Worcester, en casa o en el colegio, le lleva a pensar que la infancia sea nada más que una época de apretar los dientes y resistir.” He dicho que Coetzee capta todas las desigualdades en la sociedad terriblemente racista de Sudáfrica. Esto incluye la desigualdad femenina. Pocos escritores hombres han explicado tan bien sus sentimientos ambivalentes al respecto. Si la raíz de la misoginia está, como tan bien explica Christianne Olivier en Les enfants de Jocaste, en la dependencia excesiva (exclusiva, pero traicionada) de la madre en la primera infancia, bastaría con leer a Coetzee para comprender la teoría. Trasladados de Ciudad del Cabo a Worcester (un lugar parecido al infierno para el protagonista de Infancia), su madre no sabe conducir y decide aprender a ir en bicicleta. El marido se ríe de ella (sus amigos hombres le secundan), la censura, se burla ante la obstinación que la lleva a aprender sola. Su hijo simpatiza con ella, pero un día la ve un instante, pedaleando por una avenida de álamos con su blusa blanca. “Su pelo revolotea al viento. Parece joven, casi una muchacha, joven, fresca y misteriosa... escapando de él, escapando hacia su propio deseo. Él no quiere que se vaya. No quiere que ella tenga deseos. Quiere que se quede siempre en la casa, esperándolo. No suele aliarse con su padre contra ella: su única inclinación es aliarse con ella contra el padre. Pero en este caso, él está con los hombres.” Al final, ella acaba abandonando la bicicleta. Él sabe que la han derrotado. “...Y sabe que él tiene parte de la culpa. La compensaré algún día, se promete.” J. M. Coetzee. Desgracia (Barcelona: Mondadori, 2000) Infancia (Barcelona: Mondadori, 2001) Las vidas de los animales (2001) Juventud (Barcelona: Mondadori, 2002) Edad de hierro (Barcelona: Mondadori, 2002)

domingo, 11 de marzo de 2007

Corea y Japón: Chang-rae Lee

Culturas (Martes 13 de abril 2004) Detrás de la verdad ISABEL NÚÑEZ
Chang-rae Lee - "Una vida de gestos" - Traducción de Jesús Zulaika- ANAGRAMA (360 págs.17 €) ISABEL NÚÑEZ - 07/04/2004 En una pequeña ciudad de provincias del Estado de Nueva York, con su honrado establecimiento de material médico y ortopédico, Franklin Hata se ha esforzado por ser un ciudadano modélico, mediante sus gestos de extrema discreción y afabilidad, como un peaje en su intento de ser aceptado en una cultura extraña. Su actitud suave y perseverante le ha granjeado un respeto especial y la gente acude a él consultándole como si fuera un auténtico médico, con cierta veneración oriental. Originario de la marginada minoría coreana de Japón, el señor Hata tiene un oscuro pasado cuyo melancólico peso se expresa en los silencios y la actitud del personaje y que predomina asombrosamente en estas páginas, escritas con una economía elegante y una engañosa quietud. A medida que su hija adoptiva crece y la dificultad de relación con ella se hace más evidente, el tranquilo Hata va reconectando con los demonios de su pasado, que se nos revela casi en la tercera parte del libro. La experiencia que el protagonista habría preferido olvidar ha condicionado su presente y le ha llevado en cierto modo a fracasar (o a renunciar) en todas sus relaciones afectivas. Tal vez precisamente por el silencio que se ha impuesto sobre sus emociones, por la separación entre su auténtica manera de sentir y la necesidad de contentar a otros. Pero también por las dramáticas condiciones de la relación amorosa y pasional que tuvo en un contexto mucho más turbulento. En realidad, la historia de las jóvenes coreanas convertidas en esclavas sexuales para el placer de los soldados del ejército imperial japonés en la Segunda Guerra Mundial, donde Hata era oficial médico, es el núcleo que afecta y da sentido a toda la narración. Este acontecimiento histórico tiene hoy una triste vigencia, tan vergonzante y difícil de asumir como entonces, no sólo porque hace relativamente poco que el Estado japonés reconoció y pidió perdón por esos crímenes de las "casas de consuelo" y porque aún no se ha logrado la compensación de las víctimas –aproximadamente 200.000–, algunas de las cuales murieron y otras sobrevivieron con graves secuelas fisiológicas y psíquicas, sino porque el abuso y la violación sistemática de las mujeres sigue siendo una característica generalizada en las guerras actuales. Chang-rae Lee entrevistó a algunas supervivientes coreanas de aquella sclavitud, pero tuvo que buscar un ángulo distinto. En su primera versión, ua de esas mujeres contaba la historia en primera persona. La difícil decisión de cambiar dio estructura literaria y sentido a la historia. Fue el descubrimiento de un personaje sesgado lo que inspiró al autor: la idea de cómo viviría uno de aquellos hombres ocultando su pasado y digiriendo su culpa. Pero sobre todo, y esta es seguramente la clave de su acierto, en "Una vida de gestos", es más importante lo invisible que lo visible, es decir, todo lo que Hata ha silenciado con su meticulosa estrategia gestual y aparente, y que se rebela irónica e insidiosamente contra él.
Del mismo modo que su condición secreta, de espía, traicionaba al protagonista de "Lengua materna" –y la estructura de thriller era casi su coartada estructural–, aquí, lo silenciado, aunque su desvelamiento se produzca en pocas páginas, es lo que da vida a todo lo demás. El ángulo sesgado, delicado y púdico con que aborda ese tema sangrante, evitando hábilmente sentimentalismos mediante su táctica de distancia, a través de la melancolía suburbana y el camuflaje de su americanizado protagonista, la historia de amor y empatía que vivió en ese pasado y su fracaso para purgar su culpa y darle salida simbólica a través de la adopción, y el contraste de su carácter en el presente son los elementos que construyen una trama eficaz. Es el punto de vista de un hombre implicado en el bando perverso, que observa a esas mujeres, pero la sobriedad, al rescatarlas sin vehemencia ni falsa inocencia, ayuda a consolidar el núcleo ético de verdad literaria de esta sorprendente novela. Por su actitud, los dos protagonistas de las novelas de Chang-rae Lee comparten el silencio, la disciplina del secreto. Podríamos identificar cierto rasgo oriental (¿o tal vez británico?) en esa cortesía de la ocultación y el distanciamiento emocional; una idiosincrasia que contrasta con la ruidosa exhibición del yo americana y occidental. Chang-rae Lee explota con brillantez su legado oriental y su extraordinaria capacidad de observación, que convierte a sus personajes en espectadores privilegiados de sus propias vidas. Aunque el autor alude al "Dublineses" de Joyce como influencia principal, muchos críticos le han comparado a Ishiguro, probablemente por la capacidad de despojamiento y la extraña calma con que puede explorar las emociones. En definitiva, un nuevo valor seguro en la literatura contemporánea. Detrás de la verdad LA VANGUARDIA - 07/04/2004
Chang-rae Lee (Corea del Sur, 1965) nació en Seúl, pero a los dos años se trasladó a EE.UU. con sus padres. Estudió en Yale y en la Universidad de Oregon. Su primera novela, "En lengua materna" (Anagrama, 2003), recibió el PEN Hemingway Book Award y el American Book Award. A través de la crisis de una relación, el autor exploraba con humor y melancolía temas de identidad, o cómo la pérdida de un hijo, unida al carácter y la condición de espía del protagonista –lleno de secretos y de silencio–, podían minar la historia de una pareja. La sobria economía y el distanciamiento (¿oriental?) ya hicieron brillar entonces el talento literario de Changrae Lee. "Una vida de gestos" es su segunda novela.
Por el juego con los géneros, su obra puede considerarse posmoderna: "No soy un escritor experimental, pero siempre me ha gustado mezclar distintas convenciones. Las historias son convencionales en cierto nivel, pero los personajes no participan tanto de esos códigos. En 'Lengua materna', yo jugaba claramente con la convención de un thriller o una novela de espías, pero sin involucrarme tanto en ese género; me interesaba en un nivel mecánico, para luego intentar ir más allá", ha declarado. Ciertamente, sus dos novelas plantean, entre otros temas más personales como la soledad o las dificultades de relación, cuestiones que pueden considerarse políticas: la identidad, la inmigración, la violencia contra las mujeres, la injusticia silenciada... Pero cuando le preguntan si se considera un escritor político, Changrae Lee responde: "Creo que si eres un artista, acabas siendo político... Ser artista significa contar una verdad, con todas las implicaciones que tiene". Su interés por las mujeres esclavizadas en las "casas de consuelo" del ejército japonés fue esencialmente humano. "Yo observo momentos humanos", ha dicho. Tras leer sobre los hechos, decidió viajar a Corea para entrevistar a varias de estas mujeres, que vivían en la casa cedida por unos monjes budistas. Para él, lo más revelador no fue descubrir ningún dato nuevo, sino escuchar sus voces, ser testigo de sus relatos y su verdad: "Nada puede compararse a eso". Pero era un material "terrible, paradójicamente demasiado directo como para encontrar un núcleo dramático en él. Y entonces surgió un nuevo personaje lateral". "Mi mente lo siguió fuera de aquella escena... Lo imaginaba como un hombre próspero en otro país, con una familia, aunque atípica..." "Para mí, eso es lo que debería hacer la ficción: centrarse en las consecuencias de un hecho, histórico o no, y mostrar qué pasa, cómo vive la gente en la estela de ese hecho. Porque muchos sobreviven y a veces muy bien. Es lo escalofriante de la naturaleza humana...". Bien acogido por el público y la crítica, elegido por "The New Yorker" como uno de los veinte escritores del siglo XXI y finalista de la lista de "Granta", Chang-rae Lee es obviamente un autor a seguir.

BALCANES: Marianne Costa

Foto: Estación de Vukovar
Culturas (25 de mayo 2005) Novela
Terapia bosnia ISABEL NÚÑEZ - 25/05/2005
Marianne Costa nació en Francia a finales de los años sesenta. Su trayectoria es ecléctica: licenciada en Literatura Comparada, fue cantante de rock, trabaja como actriz y traductora, aprendió serbocroata, se fue a Sarajevo en la posguerra balcánica, donde dirigió talleres de escritura y colaboró con el activo Centre André Malraux. Ha publicado dos libros de poemas, Angels & after (2001) y Pin-up chrysalide (2004), es tarotóloga y forma equipo con Alejandro Jodorowsky, con quien firmó La vía del tarot (2004). Su primera novela, El infierno prometido, respira esa multiplicidad de intereses. Cuenta la historia de Alicia quien, tras superar una depresión, se enamora de un barman, un hosco (balcánico) obsesionado con la guerra, que fuma sin parar, repite estereotipos sobre la heroica lucha de sus hermanos abandonados y posee a Alicia sin apenas mirarla. El día en que él la abandona, ella pierde el olfato. Tras varias visitas a un terapeuta semigurú y unos rituales de psicomagia, Alicia se marcha allá, al país de la guerra, donde trabajará como traductora, terapeuta, periodista oficiosa, testigo de crímenes de guerra. Para quien haya visitado ese país es fácil reconocer el paisaje rural de Bosnia y la ciudad de las colinas, tan vulnerable a los francotiradores durante el asedio, agujereada por los impactos, o la efervescencia vital y la hospitalidad asombrosa de sus habitantes. Además de los pastelillos de amapola, el físico de la gente o la compulsión de fumar, la Biblioteca Nacional incendiada, la arquitectura austrohúngara-soviética-otomana, he reconocido algún personaje real de Sarajevo en estas páginas.
La trama acumula sorpresas y la novela está escrita con una fluidez que facilita la lectura de corrido. La voz de la autora es inteligente y su aire etéreo no le impide profundizar en el análisis del personaje y sus relaciones. En el proceso, la anticarrolliana Alicia pasará al otro lado del espejo, se curará de su relación desequilibrada y hallará otras formas de encuentro. El humor irónico, la fuerza poética del lenguaje esotérico-analítico, junto con la frescura y el ritmo, son las herramientas que utiliza Marianne Costa para construir su historia.
Hay un núcleo de sinceridad en la novela y momentos capaces de perdurar. También está la crítica a la no-reacción europea durante el conflicto, la sumisión de la prensa a los estereotipos y sus escandalosos silencios, el engaño de los acuerdos de Dayton (siempre sin nombres, como la escena que parodia la visita del intelectual mediático al territorio en guerra, obviamente el charmant BHL luciéndose en Sarajevo con su vistosa partner) y la perplejidad ante la violencia sádica que caracterizó el conflicto. La traducción apoya el texto con eficacia. Marianne Costa El infierno prometido - Traducción de María Teresa Gallego Urrutia - SIRUELA (373 págs. 22,50 €)

BALCANES: Judi Zeh

Foto: El viejo puente de Mostar
La Vanguardia Cultura/s (15/01/2003)
Secuelas de una guerra Tarantino en los Balcanes ISABEL NÚÑEZ
Juli Zeh (Bonn, 1974) es una de las nuevas revelaciones que nos llegan de Alemania en avalancha, pero su trayectoria particular, su actitud y su forma de escribir la convierten en un caso atípico. Zeh estudió Derecho en Leipzig, con máster en Derecho Internacional y diploma en Literatura. Trabajó para la ONU en Nueva York y Cracovia. Ha publicado un libro de viajes por Bosnia y dos ensayos, con numerosos premios. Los derechos de su novela Águilas y ángeles se han vendido a quince países y la crítica alemana la ha acogido con entusiasmo. El narrador de la novela, Max, es un joven y brillante jurista que, tras un pasado de drogas y excesos, logra el éxito en un gran bufete especializado en derecho internacional. El repentino suicidio de su novia, la frágil y no tan inocente Jessie, reaparecida como un fantasma del pasado, pidiéndole protección, trastorna su vida y su carrera. Max confía su historia a Clara, una periodista radiofónica que le utiliza como material de investigación para su tesina, y juntos emprenden un viaje a Viena.
La narración retrospectiva y los hechos del presente revelarán, tras la sombra de Jessie, una oscura trama de tráfico de drogas en pleno conflicto de los Balcanes, como fuente de financiación serbia e implicando a los propios genocidas perseguidos internacionalmente. El primer rasgo que sorprende en este insólito thriller es la extrema dureza de la narración, sobre todo en la primera mitad del libro, donde una violencia gestual, casi simbólica, se une a la árida y escatológica descripción de la vida cotidiana de Max, marcada por la desesperación y la soledad ensimismada, el abandono vital y la ausencia de ideales. Sólo el humor inteligente y la sutileza de las imágenes ayudan a atravesar esas páginas, donde los personajes no se permiten ni un ápice de afecto, ni siquiera de respeto. Después, el acercamiento físico y cierta ternura entre Max y Clara, unidos por intereses coyunturales, o el amor adivinado en la crónica que hace Max sobre la enigmática Jessie permiten continuar la lectura y ofrecen el contrapeso a los signos de la trama oculta.
La crítica feroz a la sociedad contemporánea y la forma desvergonzada y amoral con que la expone le han valido a Zeh la comparación con Houellebecq, pese a la diferencia temática que los separa. En este caso, se trata de la hipocresía y la implicación de la sociedad internacional en el conflicto balcánico, con la sanguinaria crueldad de la guerra. También se trata del siempre polémico discurso de la introyección de la violencia social –con su vertiente autodestructiva de drogadicción o su ciego individualismo sin escrúpulos– en la actitud personal de los protagonistas: de ahí la asociación con Tarantino. La dureza de los hechos asociados al conflicto de los Balcanes o el amargo cinismo con que los acepta el protagonista implican una reflexión sobre la amoralidad del sistema, el auténtico significado de las guerras y los intereses ocultos que las mueven, las limitaciones de los tribunales internacionales y la violencia arbitraria de la guerra. El expediente del sádico criminal de guerra serbio exculpado gracias al bufete de abogados de Max, o una escena de horror sádico en Bosnia, narrada por Jessie, mensajera de la red de traficantes de cocaína,son algunos ejemplos. La idea de que las guerras contemporáneas sirven para hacer negocios, conseguir petróleo o garantizar el expolio y los beneficios de las grandes corporaciones late en estas páginas.
Águilas y ángeles no es una novela amable, ni dulce, sino triste y desazonada, pero ofrece claves para repensar nuestro mundo contemporáneo, imágenes poéticas de un universo personal, personajes intensos capaces de conmover, momentos de humor y fina ironía y, sobre todo, el dominio literario de una autora sorprendentemente joven, con todos los recursos para desarrollar una brillante carrera literaria. Entrevista a Juli Zeh "Echo de menos la moralidad" LA VANGUARDIA - 15/01/2003 I. N. La escritora alemana Julie Zeh refleja en "Águilas y ángeles" una visión despiadada de la corrupción y la hipocresía internacional en el conflicto de los Balcanes, a través de una historia de amor y de pérdida marcada por el pesimismo. En la primera parte de su novela, sorprende la dureza, la crueldad gestual entre los protagonistas. Yo intentaba mostrar un estado mental y emocional, un estado en el que alguien ya no es capaz de compartir ni comunicar con los demás seres humanos. Max se perdió al perder a su adorada Jessie y al dejar su trabajo, en el que creía de una forma casi religiosa. El principio de la novela marca el punto más bajo posible del estado de la mente, el corazón y el alma de Max. A partir de ese grado cero emocional, se inicia un proceso de reconstrucción de su personalidad, que él logra contando su historia e intentando comprender qué hechos han determinado su destino. Max afirma que, como jurista, es amoral. ¿Se identifica con esa actitud?
No. Yo me considero una persona moral, con una ética. Toda mi vida he buscado un orden ético capaz de redefinir los términos de bien y mal (ya que nunca he logrado confiar en una religión). Soy una persona que echa de menos la moralidad; y probablemente ése sea ya el estándar más elevado de moralidad posible en nuestra presente situación cultural y filosófica. Lo que dice Max en el libro se deriva de una actitud que yo he descubierto a menudo escuchando a colegas del ámbito legal. Usted es alemana, pero vive en Zagreb. Hábleme de su trabajo y de la vida en los Balcanes. En realidad vivo en Leipzig, me gusta esa ciudad... También me gusta Zagreb y tengo que volver. Ahora trabajo durante dos meses para la embajada alemana. Son prácticas de dos años con abogados alemanes antes del último examen de estado. En cuanto a Zagreb, no es una ciudad representativa. La actual situación de los Balcanes apenas se percibe desde aquí. La ciudad tiene un aspecto muy similar al de Viena y se hace todo lo posible para que parezca incluso más "occidental" que París. La guerra queda en segundo plano, la gente no habla de ello aquí (en Bosnia, la gente es mucho más abierta en ese aspecto); intentan concentrarse al máximo en el futuro. Hábleme de su libro "Die Stille ist ein Geräusch" y de sus ensayos y artículos. "Die Stille ist ein Geräusch" es un libro sobre Bosnia y Herzegovina en el que cuento mis experiencias allí y los sentimientos y pensamientos que surgieron a raíz de un viaje por Bosnia en el verano del 2001. En mis ensayos y artículos he abordado muy distintos temas: la situación de la joven literatura alemana en la actualidad, mi generación y su relación con el dinero y la profesión, la ampliación de la Unión Europea, los Balcanes... Escribo en "Die Zeit" y "Der Spiegel", ocasionalmente en "Die Welt". ¿Qué escritores le interesan más? Balzac, Dostoievski y Thomas Mann son mis maestros. Arno Schmidt es mi favorito en el sentido de cómo abordar el lenguaje. Y mi autor contemporáneo preferido es Olga Tokarczuk. ¿Qué es lo que le interesaba más al escribir "Águilas y ángeles"? Lo que más me interesaba era expresar ideas y sentimientos que me inquietaron durante un largo periodo de mi vida. La mayor parte de ellos surgían o estaban asociados a las relaciones personales. La trama de la novela –política, tráfico de drogas, conflicto bélico, etcétera– es más bien un telón de fondo para mí. Lo más importante son las relaciones entre Max y Jessie, y Max y Clara. En cuanto a la guerra en Bosnia, lo que más me sorprendió es que, visto desde allí, no parecía que el conflicto fuera la consecuencia del odio entre los tres grupos étnicos que viven en ese país, según nos contaban los medios en Occidente. ¿Cree que en su generación no existe el consuelo de la amistad o quizás de la propia literatura? ¿O ese nihilismo es sólo una exigencia narrativa de su novela? Yo creo que mi generación es incluso muy optimista (comparada a la de los ochenta, en que todo el mundo estaba esperando la guerra nuclear). El nihilismo de la novela es un nihilismo "personal" de Max (y en parte, también mío), que surge de una actitud psicológica frente a ciertas experiencias de fondo. Toda esta configuración juega un rol crucial, pues demuestra que nada de lo que existe en un contexto hiperindividualista sirve para apoyar a alguien cuando cae de verdad. Mi generación es optimista mientras todo vaya bien y nadie intente descubrir la verdad subyacente. Pero una mala experiencia fuerza a pensar las cosas con mayor profundidad, y entonces no sirven de apoyo las ideas con las que vivimos.

BALCANES: Mathias Enard



Foto: I.N., Gato de Sarajevo, 2003




Soliloquio del francotirador
Novela



ISABEL NÚÑEZ



Culturas, 01/12/2004




Un francotirador, apostado en los tejados de una ciudad no identificada, cualquier Beirut de nuestra época (o Sarajevo o Vukovar, aunque los nombres arabizantes evocan Oriente Medio), se concentra en la perfección del tiro como lo haría un samurai o un artista clásico. Perdida ya no sólo toda moralidad, sino cualquier sentido de la realidad más allá de los límites de su propia supervivencia, el narrador contempla a los demás habitantes del mundo como hipotéticos blancos y se relaciona con ellos casi exclusivamente como tirador. La guerra ha invadido la ciudad, ha engullido y transformado la cotidianeidad y la depreciación de la vida humana es tan completa que su horror sólo aparece aquí como el paisaje que atraviesa el orgulloso y solitario protagonista, prestigioso héroe que apenas concibe ya una realidad sin guerra, un trabajo que no consista en matar. La presencia de una adolescente a la que contrata para que cuide de su enloquecida madre –se trata, sobre todo, de acallar las protestas de los vecinos por los gritos de la mujer alucinada– es el único elemento capaz de alterar ese paisaje. El deseo parece, por un momento, despertar ternura, contención y cierta alegría en el narrador. Pero es un momento fugaz, ilusorio, un pequeño paréntesis en su mente de psicópata.

Narrada con un dominio y una economía de lenguaje que deslumbran, esta novela breve, que le valió a su autor el premio Emée de La Rochefoucauld y el Prix des Cinq Continents de la Francophonie 2004, restituye con precisión la realidad de la guerra como orgía, según la definición de Durkheim. Más allá de la falacia de atribuir la fiesta de la sangre y la embriaguez de la violencia a unos cuantos locos primitivos, el autor la devuelve a su lugar, inherente a la condición humana y la civilización, reverso de nuestra sociedad, por el simple procedimiento de convertir al francotirador en narrador. Mediante sus gestos, sus pensamientos y su poética del horror, recordamos que la guerra no es una excepción, sino una condición crónica, que estalla una y otra vez tras los intervalos de una paz ficticia, una paz que camufla otras guerras soterradas de poder económico y social y dominación
La perfección del tiro es la sorprendente primera novela de Mathias Enard (1972), traductor y profesor de lenguas orientales, que ha vivido en Oriente Medio durante años y en la actualidad reside en Barcelona. Espléndidamente traducido por Manuel Serrat Crespo, este libro de tan cuidada edición es uno de los primeros frutos de Reverso Ediciones, la nueva editorial impulsada por Ana Nuño y apoyada en su presentación por Juan Goytisolo, como iniciativa contracorriente ante las estrechas limitaciones mercantiles del mundo editorial. Uno de los rasgos que muestran su excepcionalidad es el lugar que se concede a la traducción, reflejado en la presentación del traductor que se hace en la pestaña del libro. Sin duda el nacimiento de esta editorial es una buena noticia para los lectores, pero también para críticos y traductores.

BALCANES Igor Marojević

Foto: I. N, Igor Marojević en Port Bou, 2005

NARRATIVA
Igor Marojević, El engaño de Dios, Barcelona, 2006, 77 pp.
(escrito para Letras Libres, no llegó a publicarse)

En general, las novelas de las épocas que preceden a los momentos históricos de locura generalizada suelen ser especialmente interesantes, como ocurría respecto al nazismo, en el Adiós a Berlín de Isherwood o sobre todo, en La nave de los locos de Katherine Anne Porter. Captar la atmósfera de esos momentos ayuda a imaginar cómo empiezan a extenderse los prejuicios, el miedo, el extrañamiento que acaba empujando a la gente a adherirse a un discurso desenfrenado e irracional. El engaño de Dios, la novela de Igor Marojević (Vrbas, 1968) no se sitúa precisamente antes, sino en plena guerra de la ex Yugoslavia, en plena era Milošević, y sin embargo comparte con esas novelas la perspectiva que permite captar lo ocurrido de otra manera. ¿Cómo lo hace?
Creo que la literatura es también una cuestión de ángulo. Un ángulo distinto desde el que contemplar las cosas. En este caso, se trata de un ángulo oblicuo, sesgado. Estos personajes, que giran de forma hiperbólica en torno a la idea del suicidio, sirven, si la literatura es también fuente de conocimiento, para dibujar el amargo panorama de la ex Yugoslavia, y de una ciudad, Belgrado, justo antes de ser bombardeada por la OTAN. La sensación de vivir en un lugar donde todo el mundo parece haberse vuelto loco.
El protagonista, Oliver Jablan, mientras recopila bibliografía y reflexiones sobre la renuncia a la vida, decide, en un interesante (e irónico) requiebro típico de su autor, renunciar a la renuncia, buscando una forma alternativa de morir sin tener que actuar. Empieza su periplo huyendo de ese pueblo de Perast que ya había inspirado a Marojevic un cuento con ese título, publicado en castellano por la revista Lateral, en la pura tradición bernhardiana del anti-heimat, el odio y la crítica al propio país, que para un escritor es amor-odio, siempre ambivalente, puesto que esa tierra que detesta también es su obsesión, la fuente de su prosa. Perast es, para Marojevic, un lugar que mata, un bonito pueblo marítimo cuya atmósfera –tal vez las aguas subterráneas que circulan bajo sus calles, especula el narrador—, produce un extraño ánimo lúgubre en sus habitantes, incluso en los visitantes ocasionales, que acaba conduciendo inevitablemente al suicidio. En ese itinerario entre Perast y la ciudad de Belgrado, Oliver va descubriendo a una serie de personajes tan obsesionados como él, que buscan la muerte de distintas maneras o se dejan morir, en un curioso intento de sustraerse a la ira de Dios, engañándole en su pecaminosa búsqueda de la muerte con su dejación aparentemente involuntaria, a ese mismo Dios que quizás, como sugiere el título o como escribió Gonzalo Pontón en el excelente texto de la contraportada, tal vez les haya engañado a todos.
Así, a excepción de la voluble y excéntrica bibliotecaria Vanda, que resulta la más valerosa, los demás buscan otras vías, otras formas de matarse: la literatura suicida, la música que mata, el bronceado en las cabinas de sol artificial, el riesgo físico en el trabajo, el sexo llevado al extremo o incluso la propia negación de la cuestión, con una delirante asociación anti-suicidio llamada Ptolomeo I, o bien –un detalle real que demostraba la locura del momento— los carteles de TARGET colocados en la frente de los belgradenses que esperan ser alcanzados por el fuego de la OTAN. La danza de todos ellos se va desplegando alocadamente hasta el desenlace final, en una extraña fiesta, una mascarada que coincide con el bombardeo de 1999.
Ese ángulo sesgado o esa alegoría le permite al autor contar todo esto, sin tener que hablar nunca strictu senso del nacionalismo extremo, ni del discurso desaforado que llevó a la guerra, ni de los crímenes que se cometieron, transmitiendo de un modo más delicado la sombría locura que cimentó la destrucción de un país. Y da unas claves para comprender la experiencia de otros serbios que sólo podían sufrir las consecuencias de la locura dominante, lo que significa para alguien con sensibilidad o espíritu crítico vivir en la ex Yugoslavia, no sólo entonces sino quizás también ahora, que apenas sale en nuestros medios (excepto en el reciente entierro de Milošević, en torno al cual, los miembros de un grupo anarquista celebraron una performance clavándole una estaca como si fuera un vampiro, un signo de que su espíritu no ha muerto ni su guerra ha terminado). Un país donde el libro de un criminal de guerra o del asesino del primer presidente demócrata siguen siendo best-séllers y donde otros criminales fugados siguen escondidos y apoyados por las mafias locales y una parte de la población, para no entregarlos al Tribunal Penal Internacional de La Haya. De todo esto se habla de alguna manera en El engaño de Dios, sin necesidad de nombrarlo.
Lo particular permite acceder a lo universal a través de las microrrealidades de estos personajes, con la elegancia de evitarnos lo obvio y de transmitir el dolor con una distancia irónica, a través de una parodia general. La economía, incluso el formato de nouvelle, que ahora suelen rechazar los editores más mercantiles, convierte esta historia en una lectura fluida y placentera.
Sin abandonar la contención emocional ni un humor negro a veces disparatado, el narrador muestra también lo que le une, pese a todo, a la vida, aunque sea como pura supervivencia melancólica: por un lado la sensualidad, los olores de las cosas, la contemplación fascinada, burlona, y diría que también misógina de las mujeres que le rodean, pero sobre todo, su capacidad de percibir la ironía que rige las cosas, la tragicomedia que convierte en patético e hilarante el destino del mundo. Como en la frase de Truman Capote de que “el mundo está loco y lo único cuerdo está en el arte”, todos estos vínculos con la vida, con la posibilidad de contarla, transmiten su pasión por la literatura, que sería el terreno seguro, la salvación que redime casi todo lo demás, la literatura como un lugar mejor en el que vivir.

Barcelona y Argentina: Jordi Bonells

Foto: Barcelona, 1936 Culturas La Vanguardia (6 diciembre 2006)
ESCRITURAS Narrativa
Quien se aleja de su casa ya ha vuelto
ISABEL NÚÑEZ
Jordi Bonells - Dios no sale en la foto / Déu no surt a la foto. Traducción al castellano de Isabel Lacruz Bassols
y al catalán de Pau Joan Hernàndez. FUNAMBULISTA / EDICIONS 62 - 206 / 144 págs. - 15,95 / 16 €
ISABEL NÚÑEZ En Esperando a Beckett, Jordi Bonells (Barcelona, 1951), presentado en el posfacio como "un desaparecido de nuestra literatura", escribió algo que fascinó a Enrique Vila-Matas: "Nací en Barcelona, y toda mi vida me la he pasado y me la pasaré yéndome de ella. No hay nada que hacer. Es la razón por la que intento ir lo menos posible a mi ciudad natal: cuando estoy en ella sólo tengo ganas de abandonarla. Vivo en una permanente desaparición... Por el contrario, he vivido en Buenos Aires durante algunos años y sólo tengo una idea en mente: volver allí cuando me jubile, o antes si puedo. Lo trágico es que quizá no vuelva nunca y mi temor, por uno de esos extraños tumbos de la vida, es acabar viviendo en Bélgica y que me entierren en Bruselas". Es la esencia del personaje del propio Bonells, narrador de los tres libros que ha publicado en España, un catalán convertido en escritor de culto francés, que sólo ha vuelto a escribir en castellano "porque un editor madrileño quiso publicarme". Profesor de literatura hispánica en Toulon, finalista del premio Herralde en 1988 y del Planeta en el 2000, Bonells vive en Marsella, con su mujer argentina y su hijo y, según declara, no tiene amigos franceses, sino argentinos, y no usa el catalán porque "ya no me quedan amigos con quienes hablarlo". Desdeña géneros y clasificaciones con cierta irritación y se sitúa en un terreno bartlebiano. Dice que no le interesa hablar de libros (ya lo hace en sus clases), que sólo escribe cuando le sobra tiempo, que sus gustos literarios son antiguos, y reivindica a Papini y a Zweig, pero es borgiano confeso, beckettiano por inspiración, y la asociación con Bolaño y Vila-Matas es inevitable desde su deslumbrante La segunda desaparición de Majorana (donde el narrador viaja a Buenos Aires en busca de un físico italiano desaparecido) y su escritura, no sólo por la distorsión de los géneros y la metaliteratura, sino también por la ironía y el tono, es claramente contemporánea. Dios no sale en la foto es la evocación del padre muerto, la revisitación de una ciudad que desaparece bajo las excavadoras (la fiebre inmobiliaria que ha devorado los jardines, pero también la Barcelona anarquista y revolucionaria, hoy enterrada y convertida en inmenso centro comercial), la reconstrucción de lo que no sale en la foto –con ese personaje de Dios irónico, un dios que duda e improvisa sobre la marcha, desbordado por un mundo complejo y por la estupidez y la perversión de los hombres–, como reverso de lo que se cuenta, los amigos anarquistas en las calles rodoredianas, la familia, la tensión erótica encarnada en la tía monja, frustrada hasta una poética locura, y cierta inocencia en la resolución narrativa de esos personajes que contrasta con un agudo registro de la pérdida, de ese padre del que la hermana y el narrador ya no hablan, pero que "no ha salido de nuestras vidas. Al contrario, ha entrado en lo más hondo de ellas".
Si bien la ficción autobiográfica permite a Bonells construir un hilo reiterativo que salta de uno a otro de sus libros, ciñéndose a ese material personal, también muestra quiebros poéticos fabuladores que recuerdan a Isak Dinesen, Carson McCullers o al Günter Grass de El tambor de hojalata. Así, ese padre que de pequeño estudia piano con una profesora vieja y fumadora, y las volutas de humo que le obligan a tocar lagrimeando los valses de Chopin, le harán odiar el instrumento y le convertirán irónicamente en adicto al tabaco. Un padre anarquista que acabará como chófer de un alemán en una mansión de Sant Gervasi, siempre con un humor negro que no excluye cierta nostalgia estética: "Creo que la guerra española consagró el triunfo del fracaso... la victoria no vale lo que la renuncia".
En Esperando a Beckett, Bonells traza su pasado en una ciudad de la que decidió huir "para no desaparecer", adentrándose en un ingenioso juego de letras B que explicaría sus fobias y filias y su obsesión por Beckett, al que lee "como quien mira un cuadro", sin entender el francés, entre la biblioteca del señor alemán y la librería Letteradura. Las mismas referencias familiares, filosóficas (Spinoza, Schopenhauer) y literarias se ordenan de distinta forma, idénticas piezas de un puzzle distinto, en un remix de escenas como aquella en la que el narrador lleva a su hijo a ver la casa donde vivió, que las excavadoras están destruyendo. Sin perder el equilibrio entre la ligereza de su juego y su pesimismo bernhardiano, obsesionado por la pérdida y la fatalidad. Era difícil superar La segunda desaparición de Majorana, donde el pulso narrativo de Bonells es firme y no sufre irregularidad ni descalabro alguno. Apoyado en la historia de Argentina, en la banalidad del mal arendtiana (el nazi oculto con una vida pequeña y afable, a la espera del momento en que será al fin descubierto y su destino cambiará conla frase: "Un momentito, señor"), pero también en la celebración de la ciudad de Buenos Aires, con sus atractivos y horrores, el psicoanálisis, el boxeo, los escritores (Gombrowicz, Puig, Chatwin, Arlt...), los amigos, los desaparecidos de la dictadura, la corrupción de Menem, la exuberancia libre y expresiva de la lengua porteña y, al final, la ficción devora la realidad como la selva recubre una antigua civilización: Majorana logra su autonomía, sumiendo al narrador en una nueva perplejidad.

Madrid: Jesús Ferrero

La Vanguardia Cultura/s
Escrituras - Novela - Un símbolo del 39
ISABEL NÚÑEZ
Jesús Ferrero, Las trece rosas. SIRUELA (233 págs.17,50 €)
ISABEL NÚÑEZ - 07/05/2003 En el contexto de recuperación de la memoria histórica de este país, que parece despertar por fin de su amnesia, coincidiendo con la emergencia de la conciencia crítica en la calle, aparecen también felizmente resonancias de esa misma sensibilidad en la literatura. En este caso, Jesús Ferrero (Zamora, 1952) se aleja del género documental o de la novela histórica y simplemente toma un hecho dramático, la ejecución de trece mujeres, menores de edad, por pura ideología o afinidades con el bando republicano. El hecho, que generó cierta leyenda pese a ser silenciado, fue uno de tantos gestos simbólicos de brutalidad ejemplarizante y vindicativa del victorioso frente nacional.
El silencio despiadado que cayó sobre estas víctimas inocentes, como sobre tantos otros desaparecidos hasta hoy (el Gobierno actual aún se niega a sufragar las excavaciones para encontrar sus tumbas, aunque sí financia las búsquedas de muertos del bando nacional en Alemania), sólo añade un componente dramático más sobre su destino. Se trata de una novela poética, a veces casi épica, donde el autor muestra su maduración mediante un despojamiento y una contención que no tenían sus anteriores novelas. Tal vez su mayor acierto (literario) sería contar estas escenas como parte de un delirio, una locura, una percepción distorsionada que afecta a todos, verdugos y víctimas. Las presas no ven o se les difuminan los contornos de la realidad, o acaso sea la proximidad del manicomio, donde un muchacho cree que lo que ve forma parte de un rodaje, pero también uno de los policías torturadores confunde a su víctima con la novia inaccesible que aún le rechaza. La sensación de asfixia que transmiten esas distorsiones de la percepción, pero también los sueños como vía de escape, los movimientos de esas mujeres, casi describiendo una coreografía (de ahí el acierto de la foto de Pina Bausch en la cubierta), todos esos elementos forman un engranaje poético que funciona, mientras que la narración va más allá y adquiere una verdad profunda, una verdad poética que no pretende simplemente contar la historia de este país, sino que viaja al meollo, a su base simbólica, para decir algo más, decir algo literariamente. Esta profundidad nueva sitúa a Ferrero lejos de "Belver Yin". Por otra parte, diría que su mirada sobre estas mujeres, el acercamiento y penetración más sutil en el universo de sus personajes femeninos, tiene algo de reconciliación con el género femenino, o en todo caso parece distanciarle del autor que afirmó una vez en la televisión que no existían mujeres escritoras, que Jane Austen o Virginia Woolf eran sólo un fraude. Si los años, su sensibilidad literaria o la conciencia de vivir en un país tan profundamente misógino le han curado de esa enfermedad, parece un motivo para felicitarnos. En conjunto, Jesús Ferrero ha logrado componer un cuadro poético original, con su mirada sobre uno solo de los gestos trágicos de la España terrible de 1939.

BALCANES Aleksandar Hemon

Narrativa Sarajevo desde América ISABEL NÚÑEZ Aleksandar Hemon - “El hombre de ninguna parte” - ANAGRAMA - Traducción de Damián Alou (255 págs. 14,50€)

Un escritor serbio decía hace poco que Aleksandar Hemon (Sarajevo, 1964) ha logrado escapar de la influencia decisiva de Danilo Kis sobre todos los escritores de la antigua Yugoslavia adoptando el inglés y convirtiéndose en escritor norteamericano. Pero sin duda, una de las cosas que más fascinan a la crítica anglosajona es la renovación del idioma, de la cultura narrativa y de la forma que Hemon aporta con su legado kisiano contemporaneizado y filtrado por su particular uso del inglés. Otro de los logros de Hemon que producen el encantamiento desde las primeras páginas son esas imágenes cuya potencia no es sólo visual, sino emocional: contienen la esencia de su humor melancólico, de su tristeza irónica, tan eslava, tan balcánica, de su poética sarajeviana, de su fascinación mitteleuropea por el peso de la historia visto como narrativa, no como épica, sino con la lente microscópica de un personaje. Todo esto, que ya aparecía en la magnífica serie de relatos “La cuestión de Bruno” (Anagrama, 2001), se reafirma en esta insólita novela, “El hombre de ninguna parte”, el “Nowhere Man” de la canción de los Beatles, el mismo Jozef Pronek del relato “La cuestión de Bruno”, que intenta sobrevivir en Chicago mediante una serie de trabajos miserables, luchando por escapar a su extranjeridad maldita, con su inglés defectuoso de balcánico (la cómica dificultad de poner artículos para los hablantes de una lengua que no los tiene), que le sirve al autor para reforzar su autoironía característica, mientras, lejos del personaje, su país se fragmenta y destruye en la guerra salvaje de los años noventa, que parece no haber tenido nunca fin. También hay un retorno al pasado, en un largo capítulo que cuenta la juventud de Jozef, su banda de música filobeatle, sus torpes iniciaciones amorosas, su incursión a Kiev, la amistad y la destrucción juvenil, el pasado comunista, la infiltración de la política y la administración en la vida cotidiana. Y después, de nuevo en Chicago, su acercamiento al amor, intentando sustituir el dolor y el pesar que le oprimen, mientras las cartas de los amigos le envían noticias de guerra –cómo la metralla se lleva las piernas de su ex novia en un mercado, cómo se suicida un caballo hambriento, cómo el rencor y la conciencia de ser destruidos vuelve locamente agresivos a algunos sarajevianos—, y Jozef contempla su propia pulsión destructiva en una escena doméstica con un ratón. No falta un enigmático final histórico que resitúa al “hombre de ninguna parte”. Pero antes, Hemon nos ha desconcertado con sus juegos de personalidad, con ese Jozef siempre desdoblado, que se presenta a sus interlocutores con identidades y nacionalidades distintas (en una ocasión, simplemente como “otra persona”), o que conserva un yo quieto y espectador mientras su cuerpo destroza los muebles que le rodean en su desesperado arrebato de tristeza infantil... Y sobre todo, con esos narradores fantasmas, que intervienen en la historia a traición, abriendo misterios de fantasía e interrogantes sobre su sospechosa omnisciencia, como la mano que calma a Jozef en su ataque post-ratón, murmurándole unas palabras en serbocroata. Pero incluso esa fantasía liga bien con la fantasía ambiental, donde todo, las persianas que farfullan, los colgadores de toallas que tiemblan, la butaca que abraza al que se sienta, las mariposas que se arrancan las alas una a otra en el estómago de Jozef, reinterpretando la típica expresión inglesa de las náuseas, el papel higiénico que palpita como una medusa en el váter, las gotas tercas del grifo, el conductor que le apunta y dispara con el dedo al pasar, los huevos hirviendo como ojos sin iris, todo participa de esa melancolía literaria y autoirónica de un Hemon que se libera de su historia contándonosla y convirtiéndola en pura literatura. Y la versión castellana de Damián Alou, pese a los que escollos a los que se enfrenta, transluce la estructura inteligentemente sencilla del inglés de Hemon y el placer casi sensual que el autor parece hallar en la escritura.

BALCANES Dubravka Ugrešić

Narrativa Ámsterdam, ciudad arenosa del exilio ISABEL NÚÑEZ Dubravka Ugrešić - El Ministerio del Dolor - Anagrama - Traducción de Luisa Fernanda Garrido Ramos y Tihomir Piśtelec (304 págs. 18 € ) Algunos afortunados lectores españoles conocerán ya a Dubravka Ugrešić (Zagreb, 1949), por su excelente e insólita novela anterior, El Museo de la Rendición Incondicional (Alfaguara, 2003). Allí, la narradora croata, exiliada tras el conflicto que destruyó la antigua Yugoslavia, utilizaba su desubicación en Berlín para apresar con su mirada inteligente e irónica el mapa contemporáneo de esa ciudad-museo de la historia, donde todo el encarnizamiento y la complejidad del siglo XX muestra sus rastros visibles y el propio turista es invitado a participar (opuesto a nuestra ahistórica Barcelona, que construye incluso en el lugar donde fueron fusilados cientos de ciudadanos y borra toda memoria de la ciudad rebelde, en una imagen sólo comercial, suficiente para los turistas del alcohol). Construía su propio álbum identitario, fragmentado y agridulce, con los retratos tragicómicos de las amigas separadas por la guerra, los diálogos desconcertados con la madre, los grupos variopintos de ex yugoslavos que se detectan entre sí por las calles berlinesas, el sexo fugaz, los artistas que dibujan la memoria, la soledad y la burlona nostalgia siempre lúcida de su vivencia del exilio. En El Ministerio del Dolor, la narradora es de nuevo una croata exiliada a quien ofrecen una plaza de profesora de serbo-croata en Ámsterdam y que enseguida comprende que el aula es un campo minado y la lengua y las palabras, capaces de hacer estallar la guerra que todos se han llevado consigo sin querer. Son las dificultades y conflictos de Tanja Lucić, su búsqueda de un territorio común en el pasado remoto de los alumnos, la rebelión silenciosa de una parte de la clase y su relativo triunfo sobre la profesora, los gestos de cada personaje, la común ironía que no excluye nunca el dolor –tampoco cuando uno de ellos se suicida, dejando unas pistas para interpretarle—, la obsesión por la palabra y la angustiosa incapacidad de usarla, como en el juego que acerca y aleja a la narradora de uno de sus alumnos, con una escena de callada violencia que sólo el final resuelve, y la atmósfera casi acogedora del barrio rojo de las putas, la desnudez y exhibición privada de la ciudad arenosa, los encuentros fugaces y equívocos donde el intercambio de fluidos permite cierta pacificación, y la reflexión audazmente literaria y analítica de su mirada. Cada elemento encuentra su lugar preciso en el engranaje hábil y melancólico de la novela, con un tono donde el agotamiento emocional, la carga del dolor acumulado no puede derrotar, aunque lo intente, la energía intelectual de esta gran autora. De nuevo, la mirada sobre Ámsterdam, sugerida en la cita de Cees Noteboom al inicio del libro, es tan penetrante y llena de matices que me ha hecho preguntarme si acaso entre todos los viajeros, será el exiliado quien pueda ver mejor las ciudades que le acogen y devolver su imagen con mayor claridad. O tal vez sea ese un talento especial de Dubravka Ugresic y sus narradoras, llenas de la perplejidad chejoviana que permite la mejor literatura. El título, irónico pero clave para comprender el fondo duro de esta novela arenosa como la bajura del terreno de Ámsterdam, es el nombre de un club sadomasoquista de la ciudad y los alumnos de la profesora Lucić lo utilizan para aludir burlescamente a uno de sus trabajos ocasionales mejor pagados, confeccionar ropa S/M para la ciudad holandesa. ¿Cómo gestionar ese dolor histórico y personal y cómo digerir todas las facetas de esa forma geométrica y compleja que es el exilio? No se trata ya sólo del desarraigo, de las dificultades sobre la propia identidad, construida sobre un pasado más o menos común, ni del pretexto que supone para cambiar de vida y dejar atrás relaciones vencidas, se trata también y sobre todo de la violencia, de esa misma violencia ante la cual fingimos sorprendernos al verla en guerras ajenas, la que nos habita, está en nuestros vecinos y está en nosotros y puede generar rupturas y estallidos insospechados que no tendrán cura. La antigua Yugoslavia es un país complejo, tan desconocido entre nosotros como su gran literatura, y Dubravka Ugrešić , atacada y perseguida por el régimen patriarcal de Tudjman, es una de sus voces más sugestivas e interesantes. No se la pierdan. Perfil: Pesadilla balcánica
Dubravka Ugrešić (Zagreb, 1949) ha publicado en España la novela El Museo de la Rendición Incondicional (Alfaguara, 2003) y los ensayos Gracias por no leer (La Fábrica, 2004). Traductora, profesora en la Universidad de Zagreb, fue una de las 5 escritoras estigmatizadas por la prensa oficial de Franjo Tudjman como “las brujas de Rio” (en la cumbre feminista de Rio de Janeiro, alguna de ellas denunció que la supuesta guerra nacionalista encubría una auténtica guerra contra las mujeres, con las violaciones sistemáticas de bosnias y croatas en los campos de concentración serbios), publicaron sus teléfonos y dirección para que cualquiera pudiera avasallarlas. Perdieron sus trabajos, vivieron la cobardía de amigos y colegas que las traicionaron, y acabaron por marcharse. Ugresić ha vivido en distintas ciudades de Europa, como Berlín y Ámsterdam, y sus libros, elogiados por Susan Sontag o Timothy Garton Ash, han tenido una acogida crítica excepcional, tanto en Europa como Estados Unidos. La misma ironía, unas veces ligera y otras sarcástica y amarga, con que analiza el exilio en estas dos novelas, impregna sus declaraciones en Barcelona. No tiene esperanza en el futuro de su país. Define a la protagonista de El Ministerio del Dolor como una narradora traumatizada, que apenas puede contar su dolor, ni nos deja ver a sus estudiantes, sólo oírles. En la versión original, su forma de hablar revela si son eslovenos, macedonios serbios, bosnios, croatas, montenegrinos. Ella sólo se refleja en ventanas y escaparates de una ciudad, Ámsterdam, que se exhibe impúdicamente. Incluso en el juicio de Milošević en La Haya, en lugar de mirarle a través del cristal, prefiere verlo en la pantalla de televisión, como parte del escenario irreal. Dice Ugrešić que su libro “trata de la culpa, y la autohumillación a la que se somete la narradora sólo es un síntoma de ese sentimiento”. Recuerda el dicho según el cual hacen falta 20 años para que un país se cure de una guerra, y añade que “nada se ha resuelto: la gente no quiere hablar, prefieren sentirse víctimas”, e ironiza: “víctimas de la historia y víctimas históricas, víctimas del imperio otomano y del imperio austro-húngaro, del comunismo y el nacionalismo, futuras víctimas de la Unión Europea y víctimas de una futura invasión china, porque dos chinos han abierto una pequeña tienda en Zagreb”. Y lo mismo ocurre con los exiliados: “La autocompasión es el sentimiento favorito de la especie humana, porque excluye la responsabilidad y permite la regresión infantil.” Según Ugrešić, los nacionalistas extremos que apoyaron lo que ocurrió durante la guerra siguen conservando sus puestos en la Universidad, la administración, la prensa y la televisión. Dice que El Ministerio del Dolor no es una novela autobiográfica, aunque “sin mi experiencia nunca habría podido construirla”. Bromea sobre las diferencias entre su narradora y ella, o sobre su impresionante formato físico, y sobre la relación sadomasoquista de profesora y alumno dice que “eso es lo único autobiográfico de la novela”.

Madrid y Andalucía: Dulce Chacón


Foto: castaño gallego, pescada en Internet

La Vanguardia Culturas, 6/11/2002

Recuperar la memoria histórica
Isabel Núñez


La voz dormida - Dulce Chacón -Alfaguara. (388 págs. 15,95 € )


Desde hace unos años, empezamos a ver signos de interés por la historia reciente de España, tanto en el ámbito de la historiografía como en la literatura y el cine. Tal vez sea la normalización tras un período de amnesia espectacular, en el que las alusiones al franquismo y a la Guerra Civil eran sólo escenográficas o folklóricas. El análisis histórico es necesario para comprender el presente, más aún en un país marcado por esos 40 años de dictadura, donde la pasividad ciudadana, la falta de debate y de cultura democrática de agitación conforma el legado del franquismo, con un analfabetismo político preocupante.
No es casual que el archivo histórico del franquismo se halle en manos de una fundación privada (franquista) que restringe la consulta a su antojo, mientras que los de Hitler o Mussolini son de acceso público.
En este contexto y el del machismo imperante en el país con la cota más alta de Europa de muertes por violencia de género, hay que saludar el libro de Dulce Chacón (Zafra, Badajoz, 1954). El empeño de rescatar la memoria silenciada de las mujeres del bando republicano –que lucharon en la retaguardia del frente y luego en la guerrilla, perseguidas, torturadas y encarceladas, separadas de sus hijos, fusiladas, etc.—, es sin duda necesario y loable.
La novela se centra en mujeres de extracción popular, recluidas en la cárcel de Las Ventas: Pepita, que milita en el Partido por amor a su guerrillero, Hortensia, que ve retrasada su ejecución hasta que dé a luz, la siempre solidaria y animosa Reme o la rebelde Tomasa.
Dulce Chacón, poeta y novelista, premio Azorín 2000 con “Cielos de barro”, recogió los testimonios de las supervivientes y sus familiares. Su trabajo de documentación es serio y riguroso y sus fuentes se incluyen en los agradecimientos del final del libro.
Las condiciones miserables de la cárcel –piojos, sabañones, frío, hambre e infecciones—, el triste papel de la Iglesia española en la represión franquista, las continuas ejecuciones, la crueldad del trato a las presas y a sus familiares y sobre todo, la solidaridad y la fuerza de carácter de esas mujeres para conservar la dignidad y la cordura.
Un material vivo y verídico tan contundente, lleno de carga histórica y del dolor de un país, plantea dificultades. Es una lástima que Dulce Chacón se decidiera a novelarlo porque la ficción es la peor parte del libro. Todo es demasiado simple, demasiado previsible y superficial. No hay profundidad en los personajes, que apenas muestran contradicciones ni avanzan o cambian. Y sin embargo, la pura concatenación de los hechos particulares tenía suficiente fuerza dramática y habría constituido un excelente libro testimonial.

Barcelona: Lidia Falcón

(La Vanguardia Cultura/s 18/2/04)
Memorias Una mujer ilustrada en la España franquista ISABEL NÚÑEZ Lidia Falcón “La vida arrebatada” Anagrama (415 págs). 18 E
Lidia Falcón O’Neill (Madrid, 1935), nacida en una familia de tradición progresista, intelectual, feminista y de izquierdas desde principios del siglo XIX, pasó su juventud en la siniestra España de la posguerra. El retrato melancólico de la belleza rebelde y turbadora que aparece en la portada ofrece un contraste cruel con el relato de sus vicisitudes y su lucha por sobrevivir en la miseria material e intelectual que condicionaría a este país para siempre. En ese aspecto, la crónica social y política que se desgrana en estas páginas mientras la joven Lidia se ve despojada de la complicidad feminista de su madre, al sucumbir a un matrimonio precoz y fallido con un hombre mediocre, y obligada a vivir en la penuria, con sórdidos empleos y pensiones dudosas, sobrellevando su doble maternidad (¿y cómo evitarla, en una ciudad donde los preservativos sólo existían en el barrio chino y nunca en la sociedad bienpensante?), demuestra cruelmente una verdad que sólo unos pocos, como Haro Tecglen, han puesto de manifiesto en este país: aunque España se recuperó de la pobreza –y el desarrollo ha liberado aparentemente a la clase trabajadora de su esclavitud, amueblando su vida con productos de consumo y cierto bienestar material—, quedó condenada a la muerte intelectual y a la miseria educativa; es un país sin espíritu crítico, sin debate, sin apenas pensamiento, que sigue ostentando el récord europeo de violencia misógina, con Universidades generalmente mediocres e infradotadas, donde las revistas literarias no pagan a sus colaboradores y las tarifas de traducción son inferiores a las de México. Este panorama es tan sólo la herencia de lo que cuenta Lidia Falcón en sus memorias. Su lucha por sobrevivir y al mismo tiempo, su lucha por la dignidad intelectual y la restitución de los derechos básicos de las mujeres en una sociedad pacata y triste, que la obligaba a ocultar su condición de separada y su nueva convivencia con el entonces activista Eliseo Bayo, su esforzada carrera de Derecho, su tesón contra la censura y la misoginia presente también en los partidos de izquierda, o los peores años de soledad intelectual, en una Barcelona donde los progresistas e ilustrados habían huido, habían muerto o vivían ocultos, son parte de una losa que no nos hemos quitado de encima. La recuperación de la memoria histórica forma parte de la necesaria educación que en España brilla por su ausencia. Ese es el valor primero del libro de Lidia Falcón, pero hay muchos otros, como expresa, por ejemplo, la ambigüedad del título, porque la trayectoria de esta mujer –licenciada en Derecho, Arte Dramático y Periodismo, doctora en Filosofía, doctora honoris causa por la Universidad de Wooster, Ohio, fundadora de “Vindicación Feminista” y “Poder y Libertad”, creadora del Partido Feminista en España, partícipe del Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer en Bruselas, autora de 35 libros de ensayos y narrativa y referencia obligada del feminismo internacional— está llena del espíritu “arrebatado” que la ha animado en su lucha contra la muerte en vida; es la crónica de una gran pasión vital, donde, como ocurre en el feminismo, lo personal se une a lo ideológico, evocando la idea de Marguerite Duras de que las grandes pasiones son siempre pasiones políticas.