jueves, 13 de septiembre de 2007

Balcanes: Dos intelectuales en Kosovo



Foto: I.N., Museo de Historia, Pristina, 2007


Letras Libres - "Dos intelectuales en Kosovo" por Isabel Núñez
Letrillas
SEPTIEMBRE DE 2007
BALCANES: Dos intelectuales en Kosovo
por Isabel Núñez


Para los serbios, Kosovo es un lugar simbólico negativo, la cuna de su identidad, asociada a la derrota contra los turcos, la tierra donde crece la mítica peonía roja, regada con la sangre de sus soldados, como cuenta Ismaíl Kadaré en Tres cantos fúnebres por Kosovo. Pero la mayoría de la población (muy joven: el 50% es menor de 35 años) es albanesa y aspira a la independencia. El legado histórico y cultural no puede ser más diverso. Imperio bizantino, austrohúngaro, otomano, ocupación italiana, serbia… Judíos sefarditas de la diáspora española, católicos y ortodoxos convertidos oficialmente al islam, y el pasado reciente: el comunismo yugoslavo, sui generis, de fronteras abiertas y sin censura, con propiedad privada, fronterizo con el implacable régimen albanés de Enver Hoxa. Y una importante comunidad gitana, los roma.

En estos últimos años, tras el bombardeo de la OTAN que les liberó del régimen de Milosevic, con el retorno de los expatriados, y sus viviendas destruidas por los paramilitares serbios, y con la corrupción generalizada, se ha construido sin licencia ni planificación. El paisaje urbano es una locura: grúas, cemento y polvo, casitas rurales
tras bloques inmensos y coches que lo invaden todo. A la espera de la independencia, la presencia internacional es apabullante: la ONU, el KFOR, las ONG…
He viajado a Pristina a hablar con dos intelectuales albaneses, Migjen Kelmendi y Shzelken Maliqi, para completar mi libro Conversaciones en torno a la guerra, donde entrevisto a escritores sobre el conflicto de los Balcanes.

Letras Libres - "Dos intelectuales en Kosovo" por Isabel Núñez
Pristina es un mar de cemento. La ciudad vieja, en torno a los bazares, conserva su estructura oriental, evoca la hermosa Estambul, pero pasada por el cemento comunista. Sólo una antigua mezquita –magnífica, en su humildad de mosaico azul–, una madrassa cerrada y alguna casa tradicional, de aire insólitamente vasco, se mantienen en pie.
Migjen Kelmendi, antiguo rockero, periodista y ensayista, montó el semanario Java como foro de debate para periodistas y escritores. Atravesamos la ciudad en su coche.
"Aquí se construye sin control", dice. "Es la corrupción del gobierno. Yo no quise un edificio ilegal", me explica al llegar a la sede de Java, en la ladera de una colina, junto a la Universidad Iliria, "y nos quedamos en éste, más pequeño… Pero toda esta efervescencia y crecimiento también me dan una impresión de energía, algo que reconducir. Hay que crear un movimiento cívico y democrático para luchar contra la corrupción, para cuando llegue el Estatuto."
Me habla del apartheid que impuso Milosevic a la comunidad albanesa. "No podíamos entrar siquiera en el bar del Grand Hotel, por ejemplo… Tuvimos que montar escuelas en las casas y los garajes, sin sillas ni pizarras…"
Luego vino la deportación masiva. De eso ha escrito Kelmendi, una pieza irónica, cuyo título, "Love Train", alude a una canción pop. "Nunca en mi vida imaginé que podría ocurrir algo así…", me dice. "Que podrían echarme de casa, deportar a una ciudad entera… ¿Por qué? No podían matarnos a todos. En la guerra de Bosnia, los serbios de Milosevic habían visto que era difícil matar a tanta gente, deshacerse de tantos cuerpos, del mal olor y las infecciones, y por eso decidieron echarnos de Kosovo", sonríe melancólico.
Les sacaron de sus casas y les condujeron a una estación, donde tuvieron que esperar bajo la lluvia, "la ciudad entera en una pradera", con gente mayor y enferma lamentándose, gente que gastaba bromas, partos que se adelantaban... Oían rumor de aviones y gritaban "NATO, NATO", pero seguían ráfagas de ametralladoras serbias. Y al fin, tras esperar toda una noche en que nacieron tres niños, llegó un tren, al que subieron atropellándose, empapados, hasta Macedonia, a un campo de refugiados albaneses, en pleno lodo, sin apenas alimento.

Migjen Kelmendi ha creado controversia al reivindicar la lengua gheg, dialecto oral de los albaneses de Kosovo, que nadie utilizaba para escribir. "En la Albania de Hoxa, se instauró el albanés unificado, pero los kosovares nunca lo dominaron, hablaban tosk, el dialecto del sur, y eran ridiculizados por los albaneses del norte. Ese prejuicio les ha llevado a avergonzarse de su lengua, la que todos hablan, el gheg."
"He intentado promover un debate sobre la identidad y la lengua, primero en Java y luego en el libro Who is Kosovar, pero implicaba romper un tabú. Los grupos de música que cantan en gheg suscitan fascinación en Albania. Si todos los albaneses de Kosovo hablan gheg, ¿por qué renunciar a escribir en la propia lengua? Todos se han puesto en contra. Dicen que no es el momento, que hay problemas más importantes.
Romper tabúes siempre es un desafío. Aunque resulte agotador. Nadie me ha invitado a hablar del tema en la televisión de Kosovo, pero sí en varias cadenas de radio y televisión de Albania."
"En Java escribimos en gheg, albanés estándar y serbio, para estar abiertos, fomentar el diálogo…" Java ha recibido el Press Freedom Award de los Reporteros Sin Fronteras de Austria.
En marzo de 2004, algunos albaneses de Kosovo quemaron iglesias serbias y atacaron a los miembros de esas comunidades, en una inversión del hostigamiento que habían sufrido. Java denunció los hechos calificándolos de Kristallnacht, frente al silencio y la justificación de otros. "Los albaneses no deben pagar a los serbios con su propia moneda", concluye Migjen. "Los culpables de la diáspora no son los serbios de Kosovo, sino los seguidores de Milosevic."

Otro tabú que ha roto es la reivindicación del legado oriental, el islam. "No es una cuestión religiosa", sonríe: "como creyente, soy más bien saganista" (¡de Carl Sagan!). "Se trata de la cultura. ¿Por qué renunciar a la riqueza del encuentro Oriente-Occidente en Kosovo?"


Shkelzen Maliqi es escritor, ensayista, ha sido editor de libros y de la revista literaria MM, asesor educativo de la Fundación Soros y, en los últimos años, además de escribir sus memorias, ha trabajado como comisario de arte y tiene un espacio galerístico, Rizoma. Ha escrito que la antigua Yugoslavia tenía bases frágiles desde el principio. Me cuenta que para él, "la guerra no fue una sorpresa". A finales de los ochenta, vio en Belgrado lo que se estaba preparando. "Yo hablo serbio sin acento y los nacionalistas se expresaban ante mí sin inhibiciones. Estaba trabajando allí y decidí volver a Pristina,no sólo por motivos personales, sino también por la atmósfera tan nacionalista y asfixiante que había."
Maliqi considera que los acuerdos de Dayton, donde ni se mencionaba Kosovo, tuvieron un efecto paradójicamente positivo. Fue "el fin de la ilusión de que la comunidad internacional apoyaría la independencia de Kosovo. Pareció que rehabilitaban a Milosevic, como garante del acuerdo de Bosnia. Sólo Estados Unidos
parecía sospechar del régimen de Milosevic e insistió en mantener las sanciones a Belgrado hasta que no se resolviera la cuestión de Kosovo."

"Con el sistema de apartheid, los albaneses fueron excluidos incluso de las asociaciones culturales y deportivas. Pero Serbia no pudo impedir que los casi 400.000 estudiantes y profesores continuaran su trabajo en instituciones paralelas, en los márgenes, los suburbios, donde eran mayoría y se sentían más seguros. La vida cultural se desplazó de las instituciones al underground. Se montaban exposiciones en restaurantes, representaciones teatrales en espacios improvisados…" "El Estado serbio utilizó su poder militar, primero para suspender la autonomía política de Kosovo, y luego intentó eliminar físicamente a una parte de sus ciudadanos. Les interesaba el territorio de Kosovo como ‘tierra sagrada’, pero no admitían la cohabitación con los albaneses."

La rápida reacción internacional para evitar un genocidio en Kosovo es el núcleo de su optimismo. "En contraste con las guerras en Croacia y Bosnia, tratadas como guerras ‘internas’ y locales, sin repercusiones globales (la limpieza étnica en Bosnia era para la comunidad internacional un problema moral y no geoestratégico), una guerra en Kosovo se veía como un posible efecto dominó, un conflicto más amplio…" "La guerra sucia y el éxodo del pueblo kosovar, de proporciones bíblicas, marcaron un desenlace amargo, pero también un turning point que puso fin a la pesadilla. La intervención occidental no sólo concierne a los albaneses y a Kosovo; es la respuesta a una gran crisis humanitaria, la obligación de la civilización de detener la limpieza étnica, el genocidio..."
Ve las dificultades para conseguir la independencia, pero afirma que "a Serbia le resulta enormemente costoso mantener a Kosovo bajo su control... Y en ese sentido, no tienen otra opción." Maliqi cree que la base social y la educación del comunismo son un buen legado, pero "los sistemas totalitarios no funcionan, por el ansia de poder y la corrupción que generan. El sistema creó también una pasividad. Prefiero una democracia estilo nórdico, con fuerte base social". Pero elogia la inteligencia política de Tito, que los mantuvo en paz, y en los setenta, los kosovares empezaron "una década dorada, que duró hasta los primeros conflictos."