viernes, 23 de diciembre de 2011
Text de presentació dels Poemes cínics de Santiago Subirats
miércoles, 9 de noviembre de 2011
Mi reseña del Socotra de Jordi Esteva en el Cultura/s
Foto: Jordi Esteva, Caminante en los altos
Viajes
Un mundo perdido
miércoles, 19 de octubre de 2011
Mi reseña de Clemens Meyer en La Vanguardia Cultura/s
Algo salvaje
Isabel Núñez
Clemens Meyer, La noche, las luces. Menoscuarto. Traducción de Ernesto Calabuig. 277 págs. 18 €
Clemens Meyer (Halle, Saale, 1977) está considerado el cronista oscuro de la Alemania del Este. En 2006 publicó su premiada primera novela, Als wir träumten (Cuando soñábamos), un duro retrato generacional, de jóvenes que se mueven en los márgenes sociales en los años de la caída del Muro. Su colección de relatos La noche, las luces obtuvo el premio de ficción de la feria de Leipzig.
Antes de estudiar literatura, Meyer trabajó en la construcción, como mozo de carga y vigilante en almacenes y fábricas. Mientras estudiaba, fue detenido por un delito menor y cumplió condena. Esa dureza le sirvió para construir su voz literaria.
Estos cuentos son poderosos y discurren en el lado salvaje o más sombrío de la vida urbana.
Un parado bebe y evita acudir a la oficina de empleo, a su madre le cortan la luz; un joven sueña otra vida con las postales latinoamericanas de un antiguo colega del bar; un narrador psicótico se acuesta con su escopeta y dispara por la ventana a una farola irritante mientras su amante, parecida a la Monroe, llora desnuda en la cama; el profesor obeso enamorado de una niña; el narrador que apuesta a los caballos para salvar a su perro enfermo; los viajes de una extraña pareja de dos ex colegas de la cárcel: uno seduce a otros hombres y el segundo irrumpe para robarles con violencia; un antiguo frutero adinerado que vive su soledad entre drogas y sexo de pago se arrastra en una suite de hotel recordando su vida; un ex convicto sale de la cárcel y las cosas se le tuercen; la pesadilla del viajante de vinos que se despierta en un tren sin saber por qué; un hombre casado sigue peligrosamente a una puta rusa; y sobre todo, el que para mí es su mejor cuento, magistral, “En los pasillos”: en una atmósfera industrial, en los turnos de la jornada nocturna de un economato y sus resquicios, surge el extraño fulgor de una atracción amorosa, sin que ocurra apenas nada, y una amistad que se estrellará con el gesto irreversible de uno de los dos hombres. En ese cuento, la economía y la contención de Meyer le permiten mostrar toda esa luz negra, la vida que late aún en la desesperanza y la muerte.
Sigamos la pista de Clemens Meyer y felicitémonos de su escritura potente, impecablemente traducida por Ernesto Calabuig, llena de humor negro y melancolía, con un insólito humanismo bajo la forma desnuda y despiadada.
sábado, 8 de octubre de 2011
Mi intervención en la mesa redonda Literatura en redes
La presencia en las redes resulta más importante en un país con muy poco espacio para lo literario, con suplementos y revistas reducidos al mínimo, pero sobre todo sin espíritu crítico, donde a los famosos y reconocidos se les adora sin exigirles nada, arbitrariamente, y a los no-reconocidos se les ningunea o masacra. Donde nadie tiene valor para señalar algo bueno si antes no ha sido reconocido y reafirmado por todos, o en el extranjero. El contrario de la escena francesa, donde los críticos afilan sus espadas y dentaduras cuando llega el último libro de los escritores célebres y donde muchos se atreven a defender lo desconocido.
Las redes están sin embargo dominadas por el mismo seguidismo y la misma cobardía. Eso por no hablar de la tremenda misoginia de la crítica literaria en este país, donde a las escritoras mujeres se les dan lecciones de moral o se las entierra, o bien se las compadece por su supuesta infelicidad en el espacio de una reseña. “Recluida en su soledad”, decía el otro día un muy buen crítico de una escritora inglesa que se separó de sus dos maridos. Como si el matrimonio garantizase la felicidad y la separación fuese síntoma de fracaso y desdicha… sólo para las mujeres, naturalmente.
Ahora bien, si los periódicos corren el peligro de desaparecer, como ellos mismos amenazan, tal vez los blogs de crítica literaria y de literatura puedan sustituir por completo ese espacio. En Francia, los blogs de crítica literaria son ya una plataforma importantísima; algunos de ellos tienen anunciantes o son financiados por publicaciones y editores y por supuesto, no sólo cuentan con miles de lectores, sino que algunos autores prefieren concederles a ellos sus entrevistas y los blogueros en cuestión publican sus libros de crítica a partir del éxito de dichos blogs.
Yo tengo teóricamente tres blogs, uno me sirve para despotricar políticamente y recoger artículos o vídeos (Polis); otro recoge mis artículos y reseñas publicados en La Vanguardia Cultura/s u otras revistas; y el otro es Crucigrama, donde escribo autoficción (y a la vez hablo de libros, películas, etc), es decir, una construcción literaria de lo biográfico, enmarcada en las llamadas escrituras del yo.
Algunos lectores no comprenden esa clase de escritura. Una vez hablé de mis manías del desayuno y vinieron decenas de comentaristas a contarme lo que les gustaba desayunar. El intercambio interesante no tiene que ver con un contenido vital literal, sino con algunas ideas que van más allá. Hace poco, como yo hablo de mis momentos de encalle en mi novela y también de cuando vuelvo felizmente a ella, un comentarista que a veces me comprende instantáneamente pero otras me confunde vino a aconsejarme que la abandonara. Cuando le dije que yo vivo en esa novela, que estoy imbricada con ella y no es un proyecto que pueda ni quiera abandonar, se quedó extrañado. Al principio también vinieron algunos a decirme que se trataba de una escritura narcisista. Pero yo no escribo de mí sino “desde mí”, me interesa el mundo desde la perplejidad que me produce y me convierto en personaje para contarlo. Por suerte, hay otros que me leen y lo toman como simple escritura, sin creer literalmente nada…
Muchas veces he sentido la tentación de convertir el blog en un libro y desaparecer. No sé si lo haré alguna vez. Si podré resistir la tentación de no estar ahí, enredada en ese bullicio de las redes…
Tal vez escribir en el blog sea un acto generoso o algo naïf, autodestructivo, de regalar la escritura a la gente. Y sin embargo, para los que vivimos en el único país de Europa donde no existe ningún control sobre las ventas de libros y sabemos que publicando estamos regalando el producto de nuestras ventas al editor, que nos dará sólo la limosna que quiera darnos, regalar directamente al público tampoco cambia las cosas. Cada país tiene un sistema distinto de control de ventas, y todos funcionan. Yo intenté animar a las asociaciones de escritores, a la de agentes literarios, a que intentáramos implantar el sistema francés, pero parece que a nadie le interese cambiar las cosas. La que ha sido ministra de Cultura me escuchó con interés y me dijo que recibiría a quiénes quisieran ir a verla con ese tema y apoyaría la iniciativa. El sistema francés de control de ventas se efectúa mediante una cooperativa que depende del gremio de libreros, que facilita los datos de paso por caja de los libros, de modo que ningún autor puede tener dudas: cada tres o seis meses recibe sus ventas, mediante una suscripción o una aportación mínima a esa cooperativa. Para mí, mientras todos discuten de los peligros del libro digital, es un escándalo y me produce perplejidad que nadie se interese en resolver esta cuestión. Sólo el abogado de ACEC me pareció que se hacía cargo…
Y luego está Facebook, que era un espacio pensado para encuentros adolescentes y se convirtió en un terreno de agitación política y cultural. Curiosamente, hay todavía ahí gente que lee, muchos que leen la prensa a través de nuestros links, que se enteran de lo literario a través de los que aún podemos elegir o señalar lo que nos gusta, que leen orientados por nuestras reseñas… A veces la atención es tan grande que produce asombro. Hace unos días puse un comentario diciendo: “Uno de mis editores me ha comunicado que quiere publicar mi libro sobre la ciudad en este trimestre. Sé que es muy difícil porque están desbordados, pero la noticia me ha dado una alegría.” ¡Vinieron unas ciento cincuenta personas a decir que les gustaba! Entre ellos directores de suplementos literarios, gente con cargos en instituciones culturales, etc. Yo no había dicho ni quién era mi editor ni qué clase de libro es ese que yo he escrito sobre la ciudad, pero hubo unos ochenta comentarios y todos esos “likes”. Es bien extraño…
Este verano la gente me pedía que pusiera más fotos y siguiera contando mi estancia en la Serbia profunda. Yo hablaba de un bosque completamente salvaje, un bosque que sólo yo parecía atravesar con los animales ocultos, todos los días… Pero justo al lado de donde se cometieron mayores atrocidades en los noventa. Algunos me decían que esas crónicas serbias les restituían. Y a mí esa conexión del blog y de facebook también me salvaba en cierta manera de la extrañeza del entorno… En invierno, en San Francisco, cuando no podía dormir por el jet lag, me consolaba conectar con el hervidero hormigueante de Facebook y me preguntaba si mi insomnio no sería un deseo de estar en los dos lugares al mismo tiempo…
Hay ahí una borrachera, una efervescencia, una intoxicación de las redes… Por un lado las redes dan larga vida a algunos artículos de la prensa escrita, a nuestras reseñas, como el blog, por otro dan acceso a unos encuentros útiles, de pronto uno acaba escribiendo a su director de cine favorito o surge un proyecto de edición… Y por otra parte llegan todos los días locos a paladas y gente pesadísima que sin mirar lo que haces intentan plantarte links con sus libros y blogs, en una burda autorpomoción contraproducente… Y sin embargo, ahí estamos… trabajando sin dinero, sin ingresos, “perdiendo tiempo” entre comillas, siempre sembrando por si acaso, tal vez vendiendo libros aunque nunca los cobremos, porque se los quedan los editores…
Aunque nos seguimos preguntando ¿vale la pena mantener nuestra presencia ahí? ¿qué haría falta para rentabilizarla? En esta época tremenda cuesta pensar en editores y libreros que pusieran publicidad en los blogs, y sin embargo, por ahí debería ir tal vez la cosa… Mientras tanto, seguimos enredados en los blogs y en Facebook y en esa escritura inmediata, de jugadores de ajedrez hindúes, que nos entrena para quién sabe qué rapeo, qué rapsodia o qué reto de palabras…
martes, 4 de octubre de 2011
Mi texto de presentación de "No se lo cuentes a nadie"
En primer lugar, dar las gracias a Esmeralda Berbel, por su iniciativa al invitarnos a este reto literario, y al editor de Demipage, David Villanueva, por acogernos hospitalariamente en su fondo editorial en un momento en que tantos editores se acobardarían doblemente ante el género epistolar y el género femenino.
Diría que la correspondencia es una conversación con menos interrupciones, que monologa para dialogar y se toma forzosamente su tiempo para reflexionar; algo que ha cambiado con el correo electrónico, y sin embargo es obvio que el correo electrónico ha resucitado y promovido la correspondencia, aunque readaptándola al ritmo precipitado de esta época.
Pero con más o menos tiempo de reflexión, con más o menos inmediatez, la correspondencia es pura conversación reflexiva, ¿y qué es la amistad en definitiva sino una larga conversación a través del tiempo, a veces a lo largo de la vida? Aunque también podría definirse como un baile, sin duda hay una coreografía de lo amistoso, aunque no haya sido tan abordada como la coreografía de lo amoroso (yo titulé así una conferencia que hice en un ámbito psicoanalítico: Coreografías del deseo).
Pero lo que sentí yo cuando al fin me tiré al sofá junto a mi gato Rufus a leer este libro de una forma sistemática, y acabé de leer estas cartas, fue que el conjunto era rico y generoso: por la cantidad de reflexiones que había sobre la amistad y el deseo, la escritura, lo amoroso, lo físico, el mundo en el sentido político y la posición ética, la correspondencia y los diarios, la cocina, la vida de mujeres y hombres, los hijos, las pérdidas, las familias, la música y el cine, los terremotos y los abuelos pioneros, España y Latinoamérica, la soledad y el bullicio de las grandes ciudades, el paisaje, la nieve que lo engulle todo… y es que este libro reúne, para mí, dos condiciones felices:
1) Es un libro de escritoras (o traductoras y cineastas)
Eso significa que la reflexión no está llena de lugares comunes, sino que hay forzosamente una elaboración, que se trata de personas que han accedido en cierta manera a la zona de sombra de la vida, no sólo a vivir, sino a intentar entender lo que se vive, y también lo invisible, lo que está detrás de lo aparente, para escribirlo, además de esa felicidad de recurrir siempre a las citas de otros escritores, lo cual es una mina de diamantes. Y nos ofrecen una mirada especial, una voz propia sobre el mundo: eso siempre es una suerte para el lector. Y lo digo porque yo he entrevistado siempre a escritores y soy consciente de ese privilegio. Incluso al hablar de la guerra (como los escritores que entrevisté en los Balcanes), quien escribe (o hace cine) tiene una mirada particular, una reflexión sobre el mundo.
2) Es un libro de mujeres
Y aunque generalizar siempre es arriesgado, suele ocurrir que las mujeres, por la vida que han hecho, no tengan tanto miedo de abordar ningún tema, que mezclen lo íntimo y vital con lo teórico, que se atrevan a filosofar libremente –como sólo Montaigne- en un contexto personal, abordando temas como los celos, la pérdida, el deseo, la maternidad, el conflicto entre amigas, los propios miedos, en una escritura del yo, incluso con nombres y apellidos.
Y además, Esmeralda ha tenido esa idea genial de asociar escritoras españolas (catalanas) con escritoras latinoamericanas, algunas ya casi reconvertidas por su vida aquí, otras completamente desde allí. Y ese diálogo enriquece y ayuda al libro, lo hace mucho más vivo, y llena la lengua de todas las matizaciones y diferencias. Al fin y al cabo, este pobre país nuestro, que no fue capaz de conservar como otros la riqueza y el poder de su viejo imperio, sí retuvo algo fuerte y poderoso, que a veces olvidamos, y es esta lengua, que hablan millones de personas y sigue creciendo en el mundo con su empuje, a pesar de los políticos y su torpe codicia y a pesar de la penuria de la educación a la que nos han empujado, al menos en este lado del charco.
A mí, que me he situado casi siempre en la escritura del yo, y que vivo entre libros, la correspondencia entre escritores siempre me ha fascinado. Hay un libro maravilloso, que se tradujo en España y pasó desapercibido. Yo lo reseñé. Se trata de la Correspondencia entre Flaubert y Georges Sand. Es asombroso, entre dos escritores tan desiguales, puesto que Flaubert, que tiene una pensión y no necesita sufrir para ganarse la vida, es un escritor gigantesco, perfeccionista, absolutamente enfermo de literatura según la definición vilamatiana (citando a Lobo Antunes) de la literatosis (cuando la vida ya casi sólo interesa para escribirla, aquello de “Cuando empiezo a sufrir enseguida me pregunto: ¿y esto, podré utilizarlo en una novela, un cuento?”), mientras que Georges Sand, que es brillante pero escribe para ganarse la vida, está mucho más interesada en la vida per se, goza del mundo y su sensualidad, y ambos se admiran por eso, él reconoce fascinado y reclama la sagèsse de ella, mientras que ella descubre que ese aislamiento aparentemente triste de la vida de él es en realidad puro goce para él y admira su vocación absoluta de escritor, su entrega al arte.
Sólo citaré algunos libros epistolares que para mí han sido referencias casi míticas. La correspondencia entre Walter Benjamin y Theodor W. Adorno, que es magnífica, porque muestra una amistad llena de pasión intelectual, de admiración y respeto mutuos, el tiempo que Adorno se tomaba en leer todos los trabajos de Benjamin y criticarlos con un esfuerzo diplomático para comunicarle sus objeciones y disensiones y a la vez su apoyo y sus elogios, por ejemplo, o cómo intentó salvarle de sí mismo y de la Historia, y a la vez con qué lucidez y conocimiento habla Benjamin de la obra de Adorno.
La tercera es la de Mary McCarthy y Hannah Arendt, que también es una correspondencia llena de mutua admiración y pasión intelectual, y en la que ambas abordan la obra de la otra con un conocimiento especial y privilegiado, y aunque es desigual el nivel personal o de vida íntima que se revela en esas cartas, el resultado es interesantísimo, con esas dos miradas de ensayista y narradora, consciente e inconsciente y su diálogo sobre el mundo.
De la correspondencia entre Rodoreda y Salas me interesó la manera en que Rodoreda habla de su escritura, cómo diferencia entre sus libros más innovadores, los que más le interesan, donde va mucho más allá, como son Quanta,. Quanta guerra y La mort i la primavera, respecto a los más comerciales y conocidos como La plaça del Diamant.
O bien ese libro maravilloso de Sigfried Unseld, El autor y su editor en el que incluye las cartas al editor de Kafka, Walser, Hölderlin. Es difícil imaginar un editor así en nuestra época.
La lista sería inacabable, sólo aludiré a uno que acaba de salir y es la Correspondencia entre Carmen Martín Gaite y Juan Benet, magnífica, de dos escritores muy distintos pero que analizan la obra del otro y se critican y valoran sin darse nunca al elogio fácil ni caer en ningún sentimentalismo, en una amistad que es una conversación vehemente, una manera de pensar pasando lo propio por el otro, con una gran añoranza de ese encuentro siempre postergado. Como aquellas cartas de Marina Tsvietáieva, Rainer Maria Rilke y Boris Pasternak que nos leyó Selma Ancira en una conferencia de Caixafòrum.
La reflexión sobre la propia escritura o la propia obra hecha en voz alta, a través del diálogo con otro resulta muy interesante no sólo para otros escritores, sino también para cualquier lector amante de los libros.
En España hay poca tradición de publicar libros de cartas y en general los editores huyen de este género, y yo creo que se equivocan. Hay un público apasionado y potencialmente creciente, que busca esa escritura en la que el escritor reflexiona sobre su trabajo y muestra su vida. Son lectores de diarios, de cartas y también de biografías, aunque las biografías varían muchísimo en calidad e interés puesto que no es nuestro autor favorito quien escribe, sino muchas veces un desconocido, a veces demasiado cientifista o informativo, o bien demasiado dado al gossip, demasiado voyeurista, demasiado sórdido, que de tanto buscar los trapos sucios de la vida del escritor o el artista, acaba olvidando contarnos la relación entre su vida y su obra, que es lo que buscamos los lectores de ese género.
En París hay un museo de la correspondencia (antes estaba en la rue Nesle, ahora en el blvd Saint Germain) con una sección maravillosa donde están expuestas en vitrinas cartas de escritores, artistas, actores famosos del XIX y el XX, cartas con dibujos, bromas, códigos internos, cartas que hablan del hambre que están pasando o de las miserias de la relación con el editor o de la guerra o de las batallas personales o de sus relaciones y sobre todo, también de sus obras. Se lo recomiendo.
Y es que la cultura francesa ha privilegiado lo epistolar (desde antes de Madame de Sevigné). Como la anglosajona, donde se publican tomos de miles de páginas con las cartas de los escritores. Cristina Peri Rossi me decía el otro día que un libro de correspondencia entre mujeres difícilmente encuentra eco en los medios, revistas y suplementos literarios. Y esto lo añado yo, son medios ya de por sí reducidos y generalmente misóginos, donde algunos críticos se atreven no sólo a ningunear sino también a dar lecciones (incluso de moral) a las escritoras mujeres. Y sin embargo, siempre hay un momento en que las cosas cambian y por ese momento hay que resistir e insistir; quién sabe si esta vez vamos a conseguir un eco más largo.
Volviendo a No se lo cuentes a nadie, este libro empieza muy poderoso con la correspondencia de Cristina Peri Rossi y Diana Decker, donde se aborda con osadía y sin máscaras la ruptura de la pareja, el duelo, la pérdida, el deseo y la posesión, citando muy hábilmente a Freud y a Stefan Zweig. En esas cartas hay una escena realista del desentendimiento y la neurosis cotidiana contada con una ironía afectuosa y despiadada, absolutamente genial, pero a la vez se habla de la ficción, las cartas, la novela y la impostura o la verdad en los diarios, la sempiterna relación entre la realidad y la ficción.
Luego siguen Liliana y Elena Bossi, que hablan de la escritura no planificada, lo que yo llamo la escritura a ciegas, se remontan al peso en la memoria de las primeras cartas y al significado asociativo y simbólico o fantasmático que tiene para ellas el género epistolar; Elena Bossi cita un caso de relatos interruptos en forma de cartas y su deseo de saber (la amiga que contaba sus affairs sentimentales pero nunca los acababa, empezaba con otro), se habla de la falta de tiempo de las mujeres, y de una larga estancia en un aeropuerto como algo envidiable y soñado, al fin tiempo solitario para escribir, leer, contestar mensajes, hablar por teléfono sin interrupciones, y también de la adaptación dramatúrgica de lo escrito, la puesta en escena, y de otra teatralidad más bélica situada en el Estado de Israel. O de la memoria sensual del placer y los caquis y la sensualidad de la cocina.
En nuestras cartas, Elena Vilallonga y yo hemos hablado del bloqueo, de la escritura que da sentido y la inquietud de la no-escritura, de la degradación de la ciudad, de la naturaleza, la maternidad, el duelo y las pérdidas, de la infancia, de sueños y suicidios, de los toros, de los asuntos de la Polis. Antes de leerlo yo pensaba: casualmente en ese año de nuestras cartas, no me ocurrió apenas nada, salvo la escritura y algunos viajes. Y es verdad que nada más cerrar las cartas, se murió mi madre, empecé una relación amorosa, me operaron, se terminó la relación amorosa y empezó otra, y una de mis hermanas enfermó gravemente. Todo mi mundo se vio revolucionado y nada de eso había asomado siquiera a nuestras cartas. Para mí, acostumbrada a llevar un blog y a convertir lo que me ocurre en una construcción literaria libremente recombinada, supuso una extraña perplejidad no estar arriesgándome tanto como otras veces en ese decir sin decir que se ha convertido en mi especialidad y enfrentándome a la contención de Elena. En cierto momento estuve a punto de abandonar el libro y lo habría hecho de no haberme dado cuenta de que había pasado algo muy importante en mi vida en esa época y era la novela. La novela de mi infancia que siempre había querido escribir, la batalla por abordar todo eso y el cambio radical del principio al final de esas cartas. Sólo que entonces no me daba cuenta.
En la correspondencia de Lydia y Esmeralda, en cambio, se abordan sin miedo cuestiones personales, la relación y los conflictos con padres y hermanos, una vieja cuestión pendiente y sangrante que había congelado la amistad de las dos corresponsales en el momento de la separación de una de ellas, la enfermedad del padre, la lejanía y la posible sustitución de una hermana, y luego también los sueños, la escritura, los hijos, las lecturas, la memoria…
Y de las cartas de Alejandra Costamagna y Andrea Palet me gustaría destacar ese abuelo pionero con su carga histórica del país y su retrato novelesco de un personaje y su entorno, los terremotos con su carga metafórica y vital, la posición de las dos corresponsales en el mundo contemporáneo, en las redes, los twiteos, el sentirse espiadas, la mirada de los otros…
En conjunto, creo que nos ha quedado un libro rico y energético, con múltiples voces, con esas parejas de baile que danzan su propia coreografía sobre el paso del tiempo con ritmos distintos y con esa alegría de las citas, que nos iluminan y puntúan la lectura como instrumentos musicales. Esperemos que la fuerza de estas voces logre romper esa barrera invisible. Yo, a pesar de mi objeción con el título, me alegro de haber participado. Gracias a todas por su escritura generosa y vital, por la energía epistolar que nos hemos dedicado a los dos lados del charco.
Y gracias a todos vosotros por venir
Isabel Núñez, martes 4 de octubre, La Central del Raval