Humor, delirio y melancolía
ISABEL NÚÑEZ
Peter Hobbs
Profundo mar azul
MONDADORI
Traducción de Cruz Rodríguez Juiz
288 PÁGINAS
17,90 EUROS
Peter Hobbs (Cornwall, 1973) ha publicado en España Solsticio de invierno (2006) y ha recibido prestigiosos premios en su país. El conjunto de relatos Profundo mar azul recuerda a Baudelaire: la vida es un hospital donde cada enfermo desea cambiar de cama. Pese al humor, la ligereza y las ensoñaciones de estas páginas, todos los personajes sufren algún mal, bordean la psicosis o deliran, sumidos en una densa tristeza de formas alegóricas, o dramáticamente contenidas, con ataques epilépticos o mutilaciones.
Cuenta Hobbs que la afección que le retuvo tres años en cama le llevó a la escritura y cambió su percepción. No sabía que su obsesión por la enfermedad (y sus metáforas) impregnaba los cuentos, que creía humorísticos. En lugar de coger pasajeros, un taxista persigue a su mujer con el taxi. Un científico viejo no reconoce lo escribe y sus sentidos le engañan. Un epiléptico descubre aterrado que en el centro donde está internado pretenden devolverle a casa. Una joven que ha perdido las dos piernas en un accidente ve cómo sus amigos niegan su nueva realidad o responden a su dolor con banalidades. Un chico medicado contra la depresión confiesa que ya no sufre, pero echa de menos incluso sus peores sueños. Una mujer vuelve a la granja familiar, mentalmente adherida a su familia. Un joven se hace indigente cuando se estropea el ascensor del rascacielos donde vive y nadie lo repara. Una divorciada atiende un consultorio de locos. Un londinense se despierta dos días de cada diez en Nueva Orleans: asombrado, coge el avión de vuelta, no llega al trabajo, su mujer le abandona... Pero tal vez el mejor relato es el de los inmigrantes lavacoches, donde el humor sutil del diálogo y los pensamientos del narrador crean una teatralidad memorable.
Hay algo americano en Peter Hobbs, la disfuncionalidad de sus personajes y el tono acultural que parte de cero, como si los siglos anteriores no contaran y, aunque dos relatos son americanos, el resto transcurre en el sur de Londres. Tal vez esos rasgos se han universalizado y la contemporaneidad ya no consiste en revisar lo anterior, sino en ignorarlo.
No se le puede negar talento, brillo, y esa tristeza que subyace al humor; un mundo enfermo, angustiado, que encuentra mil maneras de sobrevivir sin dejar de morir un poco en cada una.
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