Foto: Jordi Esteva, Caminante en los altos
Viajes
Un mundo perdido
ISABEL NÚÑEZ
Jordi Esteva
Socotra,
la isla de los genios
ATALANTA
368 PÁGINAS
23 EUROS
Una imagen de la infancia sirve de
arranque a Jordi Esteva (Barcelona, 1951) en Socotra, la isla de los genios. De niño, cuando no podía dormir,
hacía girar la bola del mundo deteniéndola con un dedo. Una noche cayó en una
isla del Índico, entre África y Arabia, con una lengua heredera de la de Saba y
una flora casi única, los árboles del incienso y la mirra, el áloe, el extraño draco
y mitos de animales fabulosos, como el ave Roc. Esteva pospuso ese sueño y realizó
todos los demás; Socotra era su último deseo pendiente.
En esa escena de la
infancia estaban ya las contradicciones que enriquecerían su sensibilidad: la
cabeza del “desdichado jabalí” en la pared, los pies de foto racistas de Las razas humanas del Instituto Gallach,
el país reprimido y franquista en que vivía. Jordi Esteva buscaría la belleza y
la libertad en Oriente y en África, pero también buscaría la verdad, por
compleja y ambivalente que fuese, y aunque comprenderla exigiera también
comprenderse.
Fotógrafo y escritor, Esteva
vivió cinco años en El Cairo, recorrió el mundo árabe y africano, asumiendo sus
riesgos, y plasmó su mirada en la fotografía y la escritura, en libros como Los oasis de Egipto, Mil y una Voces y Los árabes del mar, y un documental
sobre el animismo akán, Retorno al país
de las almas.
En una tradición viajera
más anglosajona que hispana, Esteva ha tenido sin embargo el acierto, señalaba
Sami Naïr, de mostrar sus viajes como una experiencia personal y subjetiva. Viaja
en busca de mundos que se precipitan hacia la desaparición y el olvido, y en el
trayecto reencuentra su propio pasado y descubre que ya le interesa más
comprender lo vivido que la pura exploración.
Los rastros de las
leyendas, del mundo salvaje y libre que recorriera Isabelle Eberhardt vestida
de hombre a principios del siglo XX, de la espiritualidad preislamista, la
medicina natural y las formas de vida proto-hippies, no impiden al autor detectar
su reverso: la destrucción especulativa, la violencia islamista, la exclusión
de las mujeres, convertidas en fantasmas cubiertos de negro, el olvido cultural.
A la luz de los textos clásicos y de su conocimiento de la lengua árabe, Esteva
cavila mientras se adentra con una pequeña caravana de camellos en el
territorio áspero y escarpado de la mítica Socotra, al encuentro de su
anfitrión, nieto del último sultán socotrí.
Cuando su amigo Abdelwahad
le pregunta si le decepciona no escuchar historias de seres legendarios, Esteva
le responde que para él, cada día es un descubrimiento. Esa sensación late en estas
páginas, donde la atmósfera –la costa desolada y onírica, montañas volcánicas
que se desploman en un mar lechoso, cielos estrellados, zarzas y cabras, playas
de arena blanquísima y mar cobalto, la piel de cebolla del árbol del incienso,
los dracos, el paisaje casi prehistórico, el fulgor de una pareja perdida en un
lugar salvaje, los fuegos en torno a los cuales se cuentan las historias, los
ojos negros y los dientes blanquísimos en la noche, las exclamaciones rituales
en árabe, los tés y cafés perfumados al cardamomo, las plantas que curan, pero
también el bullicio de Adén, los aviones repletos, la locura del tráfico— se une
al retrato preciso de personajes rescatados de otro mundo o parte de la
paranoia occidental, el callo en la frente del falso ferviente o la asfixia de esas
mujeres prisioneras, y también los mitos y la historia, desde Simbad y Las Mil y Una Noches a las
colonizaciones, los portugueses, los vestigios cristianos de Socotra, el pozo
de Rimbaud y su enigma, el comunismo y la borradura de la identidad.
Esteva sigue las huellas de quienes le precedieron y nos transporta sin
dejar de interrogarse e interrogarnos sobre el mundo.
La cuidada edición, con
esas imágenes maravillosas aún en su discreción impresa –pictóricas, evocan cuadros
como El sueño de Jacob, o el Oriente
de Lehnert y Landrock–, donde
incluso el papel, las guardas y la tipografía realzan el relato, sugiere que el
libro ha encontrado su editor ideal.
2 comentarios:
¡Muy linda reseña Isabel! Aparte del análisis que haces del libro de Esteva, me ha hecho sonreír la alusión a Las razas humanas, del Inst. Gallachs (Océano), pues hace unos ¿veinte? años me encargaron corregir esos pies de fotos y algunos de sus artículos «poniéndolos al día». Recuerdo que me quedaba perplejo ante la estrechez mental y espiritual de sus autores. Algo muy distinto al libro de Jordi Esteva que tú reseñas con tanta inteligencia.
Gracias, Antonio! Qué gracioso que te tocara a ti actualizar aquellos pies de foto tan brutales! Mis padres también tenían esos libros, a mí me encantaban las fotos, eran preciosas... Gracias otra vez, el libro lo merece!
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