domingo, 20 de septiembre de 2009

Cafè Central

Foto: I.N., Pavimento de las calles de Bruselas, invierno de 2008
Éste es el texto que he escrito (en catalán) para conmemorar el aniversario de Cafè Central, la editorial alternativa de Antoni Clapès y Victor Sunyol que publicó mis plaquettes (El cec de l'Odissea, el bloqueig i un somni d'editors; Els meandres de la traducció) incluyéndolas en un fondo de libros maravillosos. Y ahora, para celebrar ese aniversario, se publicará un libro con textos de Carles Hac Mor, Esther Zarraluki y muchos otros, y entre ellos esta humilde pieza mía, que traduzco aquí, para esos lectores silenciosos que me honran con su visita:
El Café Central es un café imaginario. Tiene mesas de mármol, suelo de madera y zócalos de mosaico, y a alguna hora se juegan partidas de dominó, cartas o billares, y por los ventanales se ve una plaza con plátanos y palmeras. No es un cibercafé, ni un café virtual como los de las universidades a distancia. Es un café de toda la vida, como los que antes había en Barcelona, donde ibas a leer una mañana si te saltabas una clase o no venía el profesor, o si buscabas piso, trabajo o película, y tenías que marcar las opciones posibles en los periódicos. Y siempre, lo sabías, podía aparecer un amigo, un interlocutor para una conversación de emergencia o un conocido para una conversación inspirada y fortuita. Y también veías desconocidos interesantes, que ayudaban a restaurar el paisaje humano feo y hostil de la calle. Y a veces, alguien te preguntaba algo del libro que estabas leyendo. Aquellos cafés eran escenarios de múltiples representaciones vitales individuales, con una teatralidad excéntrica y siempre cambiante, como cuando levantas un pedrusco en un bosque y ves una multitud de bichos diminutos que se agitan caprichosamente. Es imaginario porque en Barcelona no han dejado ni uno de esos cafés, se los han cargado uno a uno, y ahora sólo hay cafés feos y ruidosos o esos que imitan un modelo inexistente, con olor a café sintético, y que son franquicias. Y si queda alguno de los de verdad, debe estar a punto de cerrar. Y el público tampoco es lo que era, todo son desconocidos con un aire tristemente convencional y quizá también imiten un modelo inexistente. Hay quien dice que ahora las guerras también se hacen para destruir las ciudades y reconstruirlas con el negocio y la idea de imitar modelos inexistentes y venderlas más caras. Y los desastres meteorológicos también sirven para reconstruir esas ciudades de mentira, con memoria de replicantes y grandes centros comerciales. Y ahora que los cafés de toda la vida han desaparecido, sólo nos queda la idea de Café Central, que ya sólo existe en los libros, y por eso, cuando se creó una editorial con ese nombre, todos los que aún estaban vivos y recordaban cómo era la vida antes del dominio de los grandes centros comerciales, la reconocieron automáticamente, porque este café central, con mesas de mármol, libros y una plaza con plátanos y palmeras, vive en lo que llaman el imaginario colectivo de los desdichados habitantes de Barcelona, una ciudad que les arrancan un poco más cada día que pasa, cuando talan los árboles, entierran las marcas de la historia, derruyen los edificios antiguos, eliminan los rincones de sombra y desaparecen las calles donde antes era agradable pasear. Algunos barceloneses viven adormecidos y sueñan que aún están en la ciudad de siempre, sueñan que Hereuville es Barcelona, y alimentan una especie de felicidad amodorrada que les hace crecer mucho la barriga, una barriga metafórica. Tal vez sean consumidores de soma, pero se enfadan muchísimo cuando alguien critica o se queja y corre el riesgo de despertarlos de su sueño. Cuando viajan no se dan cuenta de que en las ciudades extranjeras no hay tanto ruido, ni de que allí los árboles crecen inmensos y dan sombra y las carreteras pequeñas tienen cúpulas verdes hacia el cielo y los alcorques son tres veces mayores para que los troncos puedan ensanchar libremente. No ven que en esas ciudades hay marcas de la historia al descubierto, marcas que recuerdan a los muertos y los conflictos, y que conservan algunos cafés de toda la vida. Sólo ven los platos del restaurante, porque ya sólo piensan en comida. Otros sí se dan cuenta y son los que reconocen inmediatamente el olor auténtico de café resistente de los libros de Cafè Central, o sea, la idea de tertulia imprevisible, de juego libremente improvisado, de conversación de emergencia, la idea de los mares de dudas y las dudas de los mares y las discusiones y las afinidades completamente electivas. Y esos barceloneses despiertos y doloridos por el arrancamiento, que querían la ciudad tal como era en los años ochenta y que no son seguidores del Gran Centro Comercial, son los mismos que, ahora, celebran el aniversario del Cafè Central, que es una especie de resistencia subversiva contra el cemento, la especulación y el soma de Hereuville. Isabel Núñez

10 comentarios:

Icíar dijo...

Yo que soy muy despistada, el otro día se me ocurrió: ¡ya está¡¡esta noche nos vamos a ir a un cine de verano, que hace mucho tiempo que no vamos¡.... y me doy cuenta ¡que los han quitado todos¡

Las cosas cambian, y pienso a menudo en el soma, de ese mundo uniforme de Aldous Huxley, y en el que tal y como dice C.S.Lewis nos acercamos:

"El hecho empieza a afectar incluso a nuestro lenguaje de ahora. Alguna vez matamos a los hombre malos; ahora liquidamos a los elementos antisociales. La virtud se ha convertido en integración y la diligencia en dinamismo....... El verdadero significado de lo que ha sucedido ha quedado oculto por el uso de la abstracción Hombre...."

Belnu dijo...

Ay, C.S.Lewis, qué tristeza aquella historia de su mujer y él, la enfermedad y la muerte, y también era él quien cuidó a la madre enferma de un amigo soldado, ¿no? Al ver su nombre me ha salido eso, ya sé que escribió otras cosas, pero... Y sí, ese párrafo es muy lúcido. Huxley y Orwell lo vieron todo

Emmaskarada dijo...

yo le comentaba a un amigo que toda esta destruccion viene del aburrimiento, pero de no del aburrimiento de las tardes de Domingo, ni el de las señoras sentadas a la fresca en los pueblos (esas no se aburren) sino de el aburrimiento de saber que lo tienes todo, que puedes hacer todo. Este aburrimiento se enseñorea con los politicos, con los ricos y los mediocres de espiritu con poder.
Este aburrimiento no se cura con "parades" exoticas por las calles, ni con el dia de la bicicleta, ni con picnis urbanos, al contrario, viene de ahi, de querer acabar con algo, de necesitar tapar algo, la vida quizas, con ruido y colores y una "diversion" ficticia que solo reaparecera cuando se deje de buscarla.

Belnu dijo...

Lo que se tapa aquí es lo más importante que pasó en este país durante el siglo xx, la guerra y la larguísima posguerra, donde la mitad del país traicionó y se aprovechó de la otra, delató, pilló y acaparó y miró a otro lado. Luego se pactó para no hablar de ello y los criminales siguieron en sus puestos, cobrando pensiones y mandando. Y los descendientes se acostumbraron al silencio, y cuando no se habla de lo importante, la violencia, la culpa, entonces se vuelve uno imbécil y los mitos (nacionalistas) sustituyen a la verdad histórica. Y nadie desarrolla ningún afecto por el país y procura destruir siempre lo que es de todos, como los niños que rayan los pupitres de los internados más autoritarios. Es una idea. Porque al otro lado de la frontera no pasa...

Emmaskarada dijo...

Tienes razon, estoy segura. Los que son mas jovenes no pueden saberlo, como adivinar de donde viene ese vacio, esa rabia, ese deseo de destruccion ? No se como esto que ocurre ( que definiriamos como "paz", como "nada") podria ser explicado, o comprendido. Quizas a traves de la literatura, una pildora de algun color atractivo, el cine, la musica... tiene que ser posible explicarlo.

Lansky dijo...

Bel Nu, suscribo completamente tu último comentario, aunque modestamente digas: "es una idea" (claro, cómo somos, nos gustan las opiniones que confirman las nuestras, aunque no siempre)

Belnu dijo...

No siempre, Lansky, a mí me gustan también las opiniones distintas a las mías porque me ayudan a pensar, otra cosa es que me moleste un tono que me parezca ofensivo o escatológico insultante (mi filtro no los deja pasar porque por desgracia animan a otros), o que a veces me exacerbe ser malentendida. Pero sí, me gusta, como a tantos supongo, que haya una mezcla de afinidades y disensiones, si no, qué aburrimiento... Y si pongo algún límite teórico en esa disensión sería en los derechos humanos, no tengo otro mejor

Belnu dijo...

Seguramente no es difícil explicarlo, Emma, seguramente sería fácilmente reconocible también para ellos, en un medio de los que sugieres, porque saben sin saber... Aunque, claro, también habrá resistencia. Al fin y al cabo, cerrar los ojos es una actitud vital...
Y Lanski, no es pose, creo de verdad que igual me paso en atribuirlo todo a eso, es decir, sé que la memoria histórica es una obsesión mía y aunque esté convencida, sé que se puede objetar fácilmente a esa manera mía de argumentar tan visceral e intuitiva, o que otros argumentarían desde bases menos objetables.

Lansky dijo...

Yo tampoco lo sé argumentar a bote pronto, me llevaría bastante tiempo, bastantes intentos y trabajos. Pero lo siento en las tripas, lo percibo, lo intuyo. Otro asunto es que esto no sea exclusivo de este país, sino de muchos otros sitios con similares déficits, educativos sobre todo.

Belnu dijo...

Eso es indemostrable, Lanski. Siempre será una tesis, mejor o peor argumentada, pero una tesis que yo mantengo con convicción.