Foto: I.N., Parc del Laberint d'Horta, 2009
La ciudad perdida
Isabel Núñez - Escritora
Además de las grandes mansiones, en Sant Gervasi se han destruido casitas con jardines escondidos. Del distrito han desaparecido los pájaros, la frescura y el silencio. Existe la impresión generalizada de un resentimiento histórico de la administración municipal contra Sant Gervasi.
Durante los últimos años he visto cómo se degradaba el paisaje de Sant Gervasi. La lista de patrimonio a proteger era muy reducida en el barrio, como si los responsables municipales ya hubieran previsto no poner límites al gran negocio que implicaría la libre destrucción de esta parte de la ciudad. ¿Cómo entender, si no, que tantas mansiones modernistas y novecentistas hayan caído bajo la piqueta?
Además de las mansiones derruidas, han destruido muchas casitas, con jardines invisibles ocultos detrás. Eran jardines rodoredianos, con árboles históricos y hospitalarios en los que se posaban los pájaros. Esos jardines no han desaparecido sólo por la codicia de los propietarios y constructores, sino sobre todo por la normativa que obliga a construir aparcamientos bajo las casas. El patio de manzana donde vivo tenía el encanto caótico de este barrio: ahora está lleno de edificios mediocres, con cemento y sin verde. Desde un balcón de la calle Sant Màrius, una vecina regaba un jardín abandonado, con palmeras y espinos como los de La bella durmiente; recuerdo su desolación el día que entraron los bulldozers.
Con los jardines, han desaparecido los pájaros y la frescura -antes, al salir de los ferrocarriles, la temperatura bajaba dos o tres grados con respecto al centro, y el silencio reinaba. Ahora, Sant Gervasi es el distrito más ruidoso de la ciudad1, pero no hay conciencia del derecho al silencio diurno. Sólo se habla del ruido nocturno, como si la gente, alienada, sintiera aversión contra aquellos que se divierten, pero aprobase el ruido "justificado" de las obras y el tráfico. La Guardia Urbana me confirmó que Barcelona, a diferencia de otras ciudades de Europa, no tiene limitación de decibelios para las obras: pueden hacer un ruido infinito, siempre y cuando se ajusten a los horarios diurnos.
Cunde la impresión de un resentimiento histórico de la administración socialista contra Sant Gervasi, tal vez por el voto tradicional a CiU, o por una apreciación inexacta de la composición social de sus habitantes, que incluye sectores acomodados (Mandri, Ganduxer, Tres Torres), pero también una densa población de artesanos, profesionales, tenderos, jóvenes e inmigrantes que comparten pisos y muchos ancianos empobrecidos que no llegan a final de mes, según la asociación de vecinos. Las autoridades municipales son unánimes: los vecinos de Sant Gervasi no nos podemos quejar. Más grave que los déficits de bibliotecas y recursos municipales es que el Ayuntamiento no sólo no ponga límite a la destrucción del paisaje y la calidad de vida, sino que contribuya a ello (por ejemplo, con la tala de encinas centenarias en Collserola para instalar una montaña rusa; la tala inminente de los almeces de la plaza Joaquim Folguera por la construcción de la línea 9; la tala de palmeras, plátanos y acacias en la avenida Diagonal, para que pase un tranvía; tala del setenta por ciento de los árboles de los Jardins de Vil·la Florida para construir un parking). En otras ciudades de Europa los trazados de los transportes y las obras respetan los árboles.
El paisaje de un barrio de la ciudad pertenece a todos y no sólo a los que lo habitan. Todos podemos pasear por el Turó Parc o por la Diagonal, aunque no tengamos una casa allí. En el Turó Parc las obras han compactado la tierra, sin pasajes internos para airear las raíces, y mueren magníficos árboles históricos, porque la administración municipal no consultó a ningún experto. Parques y Jardines ha dejado de ser una institución protectora de lo verde para convertirse en taladores de árboles y perpetradores de unas podas que los expertos califican de escabechinas: favorecen infecciones, malformaciones, invasiones de parásitos y a menudo provocan la muerte de los árboles.
En ese contexto de frustración por la pérdida de la belleza histórica y la degradación del entorno, surgió la historia del azufaifo. Era el árbol de la calle, sobresalía del jardín de una casa bonita, daba sombra y llenaba la acera de unas flores pegajosas y unos frutos que yo no había identificado. Un día, mi prima V., que había vivido en China, me dijo: "Tu calle me recuerda a Beijing, por el azufaifo." Esta revelación fue el detonante. El azufaifo era protagonista de una de aquellas escenas simbólicas de la infancia que configuran mi autoficción, el esqueleto de mi psicoanálisis y la ética que me construí. De pequeña, en el colegio, saltábamos el muro encalado de un huerto en el que había un azufaifo, y un día los frutos rojos se me indigestaron. Al llegar a casa, mí tía Rottenmeyer me pegó y antes de encerrarme, como siempre, en el cuarto de las calderas, me gritó: "¡Esto te pasa por comer azufaifas!". Y esa palabra exótica, que confería al sabor rojo y dulce un aire misteriosamente árabe, se asoció en mi mente a un espacio de rebelión sensual, con la luz del sol de septiembre en aquel patio prohibido.
Cuando V. y yo visitamos al azufaifo, ya tenía un cartel de derribos. Escribí en mi blog la rabia que sentía por el futuro del azufaifo y por la ciudad perdida. La traductora Isabel Lacruz me ofreció la experiencia jurídica de traductora europea. Revisamos el expediente en el distrito y descubrimos que, para conceder la licencia, un responsable de Parques y Jardines había firmado que había un serbal en lugar de un azufaifo. Un azufaifo y un serbal no se parecen en nada, pero así el dueño podía construir tranquilo.
La gerente del distrito nos dijo, condescendiente, que la Constitución protege la propiedad privada. Yo objeté que la Constitución también protege el patrimonio verde. "¿Y para qué querría el Ayuntamiento más zonas verdes?", preguntó ella, "¿Para que aparquen las motos y caguen los perros?". Era "demasiado tarde" para salvar Sant Gervasi, dijo; "no ganaréis".
Los expertos fueron apareciendo. Supimos que nuestro azufaifo era el mayor ejemplar documentado en Europa, bicentenario y valioso. Enrique Vila-Matas nos hizo un artículo titulado "El fin de Barcelona" en El País. Oriol Bohigas escribió otro2 pidiendo la placita para nuestro árbol. Imma Mayol me respondió que lo trasplantarían. Presentamos tres informes de ingenieros técnicos y de botánicos para demostrar que el árbol no resistiría un trasplante y que, si sobrevivía, la poda radical para sacarlo de la calle lo convertiría para siempre en bonsái. Vinieron de TV3, del programa de Josep Cuní. Después, las radios. Por fin, el árbol se declaró de interés local, aunque el Ayuntamiento amenaza con construir en la parte baja del terreno y, según el experto Joan Bordas, eso matará al azufaifo.
Habíamos tocado un punto sensible. Y de nuevo lo he visto con el manifiesto para salvar los plátanos, las palmeras y las acacias de la Diagonal, o los almeces de Joaquim Folguera (la plaza será pronto una pequeña Lesseps, destripada, sin frondosidad, otro desierto de hormigón y ruido): lo han firmado personalidades significativas de la ciudad y la cultura.
¿Tal vez los políticos, alejados de la sensibilidad de las ciudades, inmersos en la cultura del cemento, han perdido la confianza de sus interlocutores? ¿Tal vez esa actitud arboricida, insensible a la sequía, al cambio climático y la sostenibilidad, es dolorosamente contraria a las promesas de la izquierda?
Notas
1 El País, 30/11/2008, y La Vanguardia, 15/09/2008.
2 "El ejemplo del azufaifo", El Periódico de Catalunya, 11/07/2007.
Verano (julio - septiembre) 2009
12 comentarios:
Lo ocurrido con el Turó Park es una desgracia increible, han transformado ese parque en un secarral.
En efecto, y lo peor es que seguirán arrasándolo todo si no lo impedimos, me refiero a toda la ciudad
¡Una lástima¡ ¡¿En la democracia el gobierno representa a sus ciudadanos?¡
Dijo Broggi en sus memorias que sin educación, la democracia no funciona. Creo que ese es uno de los males. Otro es la falta de credibilidad democrática de nuestros partidos, y la abstención que genera. Y la tercera es esa pasividad ciudadana heredada del franquismo: pocos conocen sus derechos ni recursos para participar, limitar los excesos del poder, etc.
En una entrevista que se le hizo a Erich Fromm en el año 1958, decía él a propósito de nuestra política:
uno de los defectos fundamentales de nuestro sistema, es que los ciudadanos tienen muy pocas posibilidades de tener influencia alguna de hacer oír su opinión en la toma de decisiones. Creo que, en sí mismo, esto nos lleva a un hacer de una política aletargada y tonta. Es cierto que uno tiene que pensar primero antes de actuar, pero también es cierto que si uno no tiene posibilidad alguna de actuar, el pensamiento de uno se convierte en algo vacío y tonto.
Por eso, si existen medios de influir y no los conocemos, ¿Qué falla? pues la sensación que hay es de que nada hay que podamos hacer.
El mal del cemento, del ladrillo nos pilla a todos muy de cerca. Para bcn (voy a pasar el fin de semana allí, a donde me gusta escaparme siempre que puedo)no he podido evitar acordarme de la agridulce "El hombre que adoraba a Janis Joplin" de Xavier Moret. Novela negra con problemas de aquí. Crítica divertida y ácida de un grupo social que dejó sus ideales por el camino. Los que defendían entre otras cosas el amor a la naturaleza cambian árboles por altares al "poderoso caballero don dinero".
Icíar, tenía razón ya entonces, sólo que multiplicado por mil, ya que en Francia sí hay un electorado sensible y rápido, crítico, que no duda en castigar a quienes ha vitado si le decepcionan, y la gente utiliza sus derechos y es mucho más consciente de ellos y de cómo exigir a los políticos que atiendan a sus necesidades. En cambio allí donde ha habido dictadura la pasividad es total y la sumisión se transmite de una generación a otra. Unos tenían miedo, los otros pereza nihilista, pero es lo mismo, oculta lo mismo
Paisajes: No leí esa novela de Xavier Moret, la tendré en cuenta, para la cola de mi (feliz) atasco de libros
Si tienes razón, todavía hay esperanza. Me viene a la mente otro comentario de otro taxista egipcio:
"¿Sabe cuál es la realidad? Que no hay democracia en ningún lugar del mundo, en nuestro caso no hay duda, pero en los demás es más ó menos lo mismo. En EEUU la gente va a votar a dos partidos, que en realidad son lo mismo, igual pasa en Europa. La diferencia entre ellos y nosotros no está en la democracia, que no es más que una ilusión existente sólo en los libros, sino en las leyes: ellos tienen leyes que se aplican y nosotros no. Esta es la diferencia".
Xavier Moret me encanta, ¡pero casi no se oye hablar de él¡ su libro de viajes de Islandia es tan divertido, por ejemplo.
Vaya con los taxistas egipcios! Parece que superan a los de Buenos Aires...
¡Qué bien escribes, Isabel! Me ha gustado mucho leer este post. Por cierto, no entendí una cosa, la historia del árbol es verdad o parte de la "autoficción"?
un abrazos desde las antípodas,
m
Gracias, Megan! Naturalmente que es verdad, si no, no sería autoficción sino pura ficción! :)
Aquí cerca está el árbol, cargado de hojas y azufaifas, aunque la gente le tire basuras, gracias a nuestra batalla sigue aquí... (y toquemos madera)
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