
Foto: I.N., en Belgrado, 2004
Sobre la voz
Yo empecé a leer en voz alta desde muy pronto. Cuando era pequeña, al llegar a Barcelona, a los 5 años, y gracias a mi perversa tía Rottenmeyer, sabía leer, escribir, sumar, restar y las tablas de multiplicar. Pero aterricé en una clase donde nadie sabía nada. Durante un año estuve leyendo cuentos en voz alta mientras las demás niñas aprendían a dibujar las letras.
Era siempre la narradora en las funciones teatrales y me obligaban a leer los evangelios en la iglesia, porque era un colegio de monjas... hasta que me negué, para poder escapar de las misas. Cuando me expulsaron de ese colegio, fui a otro no mucho mejor, y cuando llovía y no podíamos salir al patio, me pedían que contase una historia, así que me sentaba en una mesa y contaba lo que se me ocurriera, aunque fuese la película que había visto el día antes.
Enseguida me acostumbré a hablar en las asambleas y lo hice hasta que acabó el franquismo (si aceptamos la tesis de que acabó realmente alguna vez). Luego, durante mucho tiempo, dejé de hablar y leer en público. Hasta que un día, Jorge Herralde, editor de Anagrama, me pidió que presentara el libro de una autora británica, sáfica y osada, Sarah Waters, a la que yo había entrevistado y defendido en una reseña. Aquello me puso extrañamente nerviosa: hasta el último momento no sabía qué diría. Cuando llegó el día D, la pobre autora estaba más asustada que yo: tuve que acompañarla a tomarse un copazo. Pero cuando comprobé que la gente me escuchaba con atención, se reía con mis bromas y me aplaudía, me dieron ganas de subirme a la mesa, micrófono en mano, y cantar una canción, tal era el alivio que sentía.
Después de eso recuperé mi vieja formación didáctica y he dado conferencias en instituciones y clases en posgrados de universidades. Y empecé a leer mis textos en público, animada precisamente por Carles Hac Mor, que prácticamente me obligó a leer mi texto El cec de l’Odissea, el bloqueig i un somni d’editors en una presentación de Esther Xargay y hasta logró que cantase una canción ante los presos de Quatre Camins.
Al principio iba muy deprisa, luego me he ido calmando. Es verdad que con la voz vehiculamos otras cosas, intensificamos el contenido de algunas palabras, ponemos el peso aquí o allá: siempre recuerdo la melancolía y el misterio que mi profesor de literatura de Unitec atribuía al diftongo en la u gongorina (la gruta de Polifemo era “süave bostezo de la tierra”); contemplo la coloración fonética de las palabras, los significados otros que tienen en la historia de cada uno, todo lo que se les ha ido agregando, recuerdos y connotaciones particulares, asociaciones y parentescos insospechados, como se enredan las algas a un ancla hasta transformarla o como esas adherencias de algas, lapas, conchas y redes que arrastra el fondo exterior de las barcas. Son cosas que sólo la voz puede expresar. A mí siempre me ha sorprendido que, para fomentar la lectura, en este país apenas se recurra a la voz, no se utilice jamás la radio, que las emisoras no inviten a los autores a leer cuentos, poemas y novelas, como se hace en otros lugares. Que no haya en las librerías lugar para cds literarios, como en Francia, y no sólo para los ciegos y la gente mayor. Que se organicen tan pocas lecturas. Como si la tradición literaria no empezase así, con los niños que escuchan a sus madres o padres leyendo, o con los contadores de historias de los mercados árabes. Precisamente las modulaciones de la voz, sus colores afectivos son las claves que permiten entendernos a los bebés y a los gatos y perros. Porque el tono añade otros significados a las cosas. Creo que es Enrique Vila-Matas el autor que colecciona grabaciones de escritores. Es como si en este país el mercado editorial y el mundo cultural hubiera olvidado los poderes de la voz. Hace poco, en una institución donde dábamos una conferencia Lydia Oliva y yo nos pidieron que no leyéramos porque, dijeron: “nuestro público no lo entenderá”. Naturalmente, fue todo lo contrario, logramos hechizarles leyendo historias de escritoras y fotógrafas.
Por eso el nacimiento de Llibres de Veu es un acontecimiento feliz y yo estoy muy contenta de que Crucigrama vaya por ahí como una barca, con todas las algas y los objetos incrustados de mi historia, dándole otra vida al libro.