(Y Mary Shelley creó a Frankenstein)
Mary Shelley y el mito de Frankenstein
ISABEL NÚÑEZ
Muriel Spark (Edimburgo, 1918), poeta y novelista, trabajó para los servicios secretos británicos durante la II Guerra Mundial, y es Dama del Imperio Británico desde 1993. Algunas de sus novelas se han publicado en España (El banquete).
Mary Shelley fue una escritora sorprendente y su vida fue muy literaria. Hija de la pionera del feminismo Mary Wollstonecraft y el pensador socialista William Godwin, creció en una casa frecuentada por poetas y filósofos, de niña escuchó a Coleridge recitar su Ancient Mariner, y a William Blake. Su madre murió en el parto (víctima de la desatención sanitaria a las mujeres), Godwin se casó con una mujer convencional y traicionó sus ideales, impidiendo que Mary y sus hermanas estudiaran (Mary se consoló en la amplia biblioteca de su casa). El poeta Percy Shelley (admirador y benefactor de Godwin) se enamoró de ella y abandonó a su esposa Harriet para huir juntos. Godwin desaprobó la unión y adoptó el papel de un padre tradicional, pero siguió aceptando dinero de Shelley de por vida.
Mary y Percy Shelley emprendieron una vida bohemia, rodeados de escritores, siempre sin dinero. En Suiza, alquilaron una casa en el lago Leman, con Claire (hermanastra de Mary), lord Byron y su médico Polidori. Allí, Byron propuso que cada uno escribiera un cuento fantástico; sólo cumplieron Polidori y Mary Shelley. A sus 18 años, Mary Shelley creó un mito de la nada, sin ningún antecedente popular. Un mito tan poderoso y atractivo que sería constantemente revisitado en la historia de la literatura y el cine.
Según los análisis contemporáneos, el mito de Frankenstein enraizaría en la experiencia vital de su autora. Si bien la atmósfera es romántica, su postura es científica –la posibilidad de crear vida a partir de materia orgánica mediante electricidad (una idea entonces en boga, que Polidori debió de explicar al grupo)— y darwiniana, y no contra la ciencia, como creen algunos. Ese monstruo, rechazado por su propio creador –que abjura de sus teorías, como el padre de Mary—, ese monstruo culto y sensible, con un discurso racional más brillante que el de su hacedor, marginado por los hombres, aludiría al conflicto de la identidad femenina libre (temida y sojuzgada por el mundo masculino), o de cualquier identidad otra (racismo), y también a la identidad obrera en la revolución industrial (legado paterno socialista).
Mary Shelley perdió a su madre, fue traicionada por su padre y sufrió la decepción de Shelley, que compartió con ella una intensa pasión literaria y amorosa, pero fue egocéntrico y desconsiderado (e íntimo del feroz misógino lord Byron). Los caprichos de Percy con los viajes constantes y su necesidad de huir de los acreedores acabaron con la vida de tres de sus hijos. Su ex esposa Harriet se suicidó arrojándose a un río, y la hermana de Mary, Fanny, también se suicidó. Pero según Muriel Spark, Mary Shelley fue “muy afortunada” en su vida.
La única fortuna de Mary Shelley fue probablemente su talento creador. Percy Shelley y ella se apoyaron en sus obras respectivas y vivieron su efervescencia literaria, huyendo de las deudas, que en la época significaban prisión. Shelley murió de forma dramática y Mary tuvo que luchar sola contra la penuria y mantener a su hijo escribiendo, hasta que su suegro le legó la herencia que le correspondía.
La biografía de Muriel Spark sigue al detalle movimientos, viajes y relaciones de Mary, y dedica tres apartados a su obra. Se echa de menos una interpretación más analítica, más insight en esa crónica cansina de su vida, aunque resulte amena y accesible. Sus comentarios frívolos y poco rigurosos, a veces contradictorios, añaden cierta gracia al estilo —de salón decimonónico—, pero no ayudan a desentrañar a tan fascinante personaje, ni arrojan luz sobre el modo en que creó su obra. Creo que la brillante introducción de Isabel Burdiel a otra edición de Frankenstein (Cátedra, 2002) aporta claves más esclarecedoras para comprender a Mary Shelley que la biografía de Spark.
Esta cuidada edición de Lumen –en un momento brillante de la editorial— acompaña a otra de Frankenstein en Mondadori, con un sugerente prólogo de Alberto Manguel, dedicado a la presencia del mito en el cine. Es un placer volver a esa novela maravillosa, animada por la intensa verdad de su joven autora (y por la voz de un monstruo que nos habita), llena de claves simbólicas y poéticas y precoz antecesora del cyberpunk.
Además de su riqueza simbólica, esta novela “epistolar” tiene virtudes estructurales: mezcla hábilmente los géneros, para subvertirlos, y sus voces múltiples refuerzan su contemporaneidad, con una perplejidad final muy chejoviana. Se ha dicho que Percy Shelley ayudó a Mary a pulir los monólogos del monstruo y tal vez fuera así. También le prestó su firma para publicarla en una época desfavorable para las mujeres. Nada de eso desmerece la inaudita creación de Mary Shelley, salvo su autocensura en la versión de 1831.
Cuando Frankenstein se niega a crear una compañera para el monstruo, su temor de que ella no acepte su destino y se convierta en una amenaza evoca el temor histórico del hombre ante la libertad de las mujeres. Y en un mundo marcado por la exclusión y la persecución de los distintos, la vigencia de Frankenstein es indiscutible.
Muriel Spark
Mary Shelley
Lumen
Traducción de Aurora Fernández de Villavicencio
345 PÁGINAS
17,50 EUROS
Mary Shelley
Frankenstein o el moderno Prometeo
Traducción de Silvia Alemany
323 PÁGINAS
18 EUROS
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