Ensayo
El genio ruso
ISABEL NÚÑEZ
(Escribí esta reseña en marzo de 2006 para La Vanguardia y nunca llegó a publicarse. La publicidad, los compromisos, la aceleración de los acontecimientos hacen que algunas reseñas nunca vean la luz, porque al cabo de poco, los libros dejan de ser "novedades". Algunas de estas piezas se incluyen en un libro que saldrá pronto).
Marina Tsvietáieva
Natalia Goncharova. Retrato de una pintora
MINÚSCULA
Traducción de Selma Ancira
160 PÁGINAS
14 EUROS
Marina Tsvietáieva (Moscú, 1892 – Elábuga, 1941) es una de las voces poéticas más intensas, sorprendentes e inclasificables de la literatura del siglo XX. La frustración que supone no poder leer su obra en ruso queda en parte mitigada por el trabajo de una traductora sensible y concienzuda como Selma Ancira.
Anna Maria Moix dice en el epílogo de Un espíritu prisionero (Galaxia Gutenberg, 1999) que, contra la opinión de la pragmática Berberova, Tsvietáieva se equivocó quizás en todo, excepto en su escritura. Se equivocó intentando ser una madre y esposa abnegada, pero acertó en la construcción de un mundo literario, en la apropiación innovadora del legado poético de Pushkin y la calidad rara y única que dejó en sus escritos. Y realmente asombra la luz, el humor finísimo, la vitalidad ligera de su obra contrapuesta al horror de su biografía, como si esta mujer hubiera logrado rescatar toda su iluminación en su escritura, agotando los recursos para luchar contra la oscuridad de su vida.
Tal vez las confesiones de la autora reunidas en Vivre dans le feu (Robert Laffont), presentadas por Todorov, ofrezcan claves sobre su enigmático destino. Porque los hechos de la historia que mediaron su biografía tras el estallido de la revolución –su duro exilio, su distancia ideológica y la franca hostilidad de la comunidad de rusos blancos, la detención de su marido como doble espía, el difícil retorno a la Unión Soviética, una hija muerta de hambre, otra enviada al Gulag, un hijo que no le perdonó nada, y la miseria y el abandono que precipitaron su suicidio— no ocultan la inadaptación interna, la dificultad de Tsvietáieva para vivir.
En ese otro libro delicioso, de relatos supuestamente autobiográficos que es El diablo (Anagrama, 1991), se nos advierte con buen tino que Tsvietáieva siempre es autobiográfica en su obra de creación, pero fantasea y fabula cuando se trata de abordar su autobiografía.
Natalia Goncharova. Retrato de una pintora entra en ese género que cultivó Marina Tsvietáieva y que se ha llamado “ensayo autobiográfico”. La poeta rusa traza un retrato de la artista de vanguardia Natalia Goncharova, pero lo hace libremente. La sigue a través de un territorio común, una casa, una niñez, y de su antepasada del mismo nombre, la “beldad” Natalia Goncharova, que un siglo antes se casó con Pushkin y por cuyos devaneos imaginarios o reales el poeta retó a su rival y murió en el duelo. Para Tsvietáieva, esa “otra” Goncharova, diosa melancólica y vacía que no escuchaba los poemas de Pushkin, lo opuesto a la pintora, comparte con ella “el genio ruso”.
Antes de entrar en la pintura de Goncharova, antes de llevarnos a los ballets rusos de Diághilev que ella escenografió, de comentar su influencia sobre Picasso o su relación con Larionov, la pasión cromática y su capacidad de mostrar colores que no están (como en La española del abanico aquí reproducida), su visión de España y de las mujeres con “forma de catedrales”, su orientalismo, que deja una estela rusa sobre los artistas europeos, su rápida evolución, sus naturalezas muertas que respiran, pues son Stillleben, vida silenciosa, o sus cuadros incendiados... Antes de abordar la obra en sí, Tsvietáieva ya ha desvelado sus mitos y se ha mostrado ella misma, con su gracia sutil, sus insólitos versos de los 16 años, su pasión pushkiniana o su ingenio para burlarse de un biógrafo de Goncharova.
En definitiva, éste es un libro maravilloso, y nos llega en la cuidada y primorosa edición de Minúscula, simultánea a la muestra madrileña de las vanguardias rusas (Museo Thyssenbornemisza) que incluye cuadros de Goncharova. El libro no es sólo una vía para (re)descubrir a Goncharova con los ojos de Marina Tsvietáieva, sino también de abrir el mundo de la poeta rusa a los lectores que aún la desconozcan, y para sus admiradores, una ocasión más de gozar de su talento.
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