sábado, 2 de enero de 2010

Perfil de un rescate vano, en La Vanguardia

Foto: I.N, Desde mi terraza, 2009


(La Vanguardia, 15/06/2005)


Perfil:  Tristan Egolf, el imposible rescate

Quizá el éxito precoz y la presión mediática acentuaron la depresión que le ha llevado, a los 33 años, al suicidio. 

Según la leyenda creada en torno a él, la hija de Patrick Modiano le encontró errante en París. Se hicieron amigos, y Tristan le enseñó su novela


ISABEL NÚÑEZ - 00:00 horas - 15/06/2005 
Tristan Egolf nació en 1971, casualmente en El Escorial, donde su padre trabajaba como corresponsal del National Review. Sus progenitores se divorciaron cuando él tenía 12 años y se trasladó a vivir con su madre pintora y su nuevo partner ciclista a Washington y más tarde a Kentucky. Las temporadas en el campo, con su padre real, en un pueblo del sur de Indiana fronterizo con Kentucky, le servirían más adelante como escenario de su primera novela. Egolf abandonó la universidad antes de tiempo para montar una banda punk y luego se marchó a Europa a escribir. En París, según cuenta la leyenda mediática que se creó en torno a él, la hija de Patrick Modiano le encontró tocando la guitarra en el Pont des Arts y, al ver sus pies descalzos y ateridos de frío, le invitó a tomar un café. Se hicieron amigos y él le enseñó su novela, que habían rechazado más de setenta editores americanos (lo cual, según algún crítico, demuestra por su parte el mismo empecinamiento calvinista que Egolf prestaba a su personaje en la novela), y la chica Modiano le mostró el manuscrito a su padre. Modiano se entusiasmó y se la llevó a Gallimard, donde la publicaron traducida al francés, como Le seigneur des porcheries. Tristan Egolf tenía 27 años. Poco después la contrataba Picador en Inglaterra y Grove en Estados Unidos. Fue un éxito inmediato. La crítica le comparó a Steinbeck y Faulkner -tal vez porque hablaba del fuerte conservadurismo de la América rural, de la violencia y el puritanismo del sur-, a John Kennedy Toole -a quien Egolf admiraba, quizá por identificación con su fracaso vital-, incluso a Pynchon, por su imaginativa locura, con la diferencia de que Pynchon siempre ha mostrado un dominio férreo de la estructura de sus narraciones, que le permite organizar su caos con una fuerza paródica demoledora. En Francia, alguien se atrevió incluso a evocar a Céline. Obviamente, Tristan Egolf no era Faulkner, ni Kennedy Toole ni Pynchon, aunque como autor americano pudiera haber aprendido algo de todos ellos. La historia de John Kaltenbrunner, un chico huérfano capaz de llevar solo una granja a los nueve o diez años, que intenta sobrevivir en el ambiente ultraconservador y violento de un pueblo minero americano y que acaba promoviendo una gran huelga de basureros con unos colegas marginales, enfrentándose al mundo y a la fatalidad en la tradición de los héroes de Melville y Hawthorne, irradia imaginación, y su prosa tiene momentos de una asombrosa e instintiva fuerza. La novela necesitaba una mayor elaboración o tal vez un buen trabajo de edición, pero desbordaba un talento capaz de superar irregularidades y fallos estructurales, y la carga crítica y la marginalidad de su protagonista llenaban de vida esas páginas. Laura Miller escribió en The New York Times Review of Books: "Aunque resulta refrescante leer a un nuevo novelista cuya prosa no ha muerto de perfección exánime por exceso de talleres literarios, alguien debería decirle a Egolf que no puede lograr una buena novela con 410 páginas y sin una sola línea de diálogo". En el TLS de Londres la elogiaron como "una obra llena de sustancia, significado y originalidad". 
Su segunda novela no respondió a las expectativas. La chica y el violín volvía a mostrar su brillo irregular, sus ideas, su fogosa y decidida marginalidad, con un violinista harto de la dureza y las humillaciones de la vida del músico, que tira el violín y se gana la vida cazando ratas en las alcantarillas y vive entre locos. Pero también mostraba unos estereotipos imperdonables sobre la salvación -la sofisticada chica rica, en hipotético homenaje a la hija de Modiano, que rescata al protagonista de su oscuro sino de desratizador y le devuelve a la música- y detalles poco creíbles o mal resueltos que lastraban la historia. Si en la primera novela no había diálogo, aquí los diálogos pesaban demasiado. Y sin embargo, había en ella personajes e imágenes potentes, un humor que se disparaba en múltiples referencias (y ahí reaparecía el espectro de Pynchon), y seguía generando expectativas. Algunos han especulado si la presión mediática -situándole primero entre los más grandes para luego casi sepultarle en el barro- habrá sido decisiva en su depresión. En cualquier caso, Egolf no se bloqueó ni dejó de escribir, sino que multiplicó sus actividades. Volvió a Estados Unidos, donde se dedicó a liderar un grupo de agitación política antiguerra -eso incluyó quemar una efigie de Bush y posar semidesnudos en una pirámide similar a la de los presos iraquíes de Abu Ghraib, lo que significó su detención y un proceso pendiente de resolución- y a múltiples proyectos, como el guión cinematográfico de El amo del corral, otra novela, Kornwolf, que se publicará el próximo año y de la que ya se pueden adquirir capítulos en su página web (www.windmillsonline.us), un disco con su banda Doomed to Obscurity, una ópera rock con Iggy Pop como futuro protagonista, etcétera. Además, compartía con su novia el cuidado de su hija. Sus amigos han dicho que llevaba un año deprimido. Pero la noticia de que se ha quitado la vida pegándose un tiro (muy a la americana), a los 33 años, en su apartamento de Lancaster, Pennsylvania, ha sorprendido a casi todos. La comparación con su admirado Kennedy Toole, que se suicidó con gas antes de la publicación y el éxito de su novela, era inevitable. En este punto cabe preguntarse si realmente se puede salvar a alguien de sí mismo, o de sus propios demonios internos, como los Modiano intentaron con Egolf. Si hay individuos demasiado heridos para ser rescatados. Como la brillante escritora Maeve Brennan, a quien la revista The New Yorker ofreció ayuda, sin poder evitar que abandonara la escritura y muriera en un refugio para indigentes. O como Marc Frechette, el guapo activista que protagonizó Zabriskie Point de Antonioni, que donó el dinero de la película a una comuna, volvió a la marginalidad y fue detenido en un atraco, para acabar muriendo asfixiado en una institución penitenciaria. Y tantos otros.
No sé cuál será la vida literaria de la obra de Egolf en su país. En Barcelona, yo he buscado inútilmente su primera novela por las librerías. Algún librero llegó a decirme que el libro estaba agotado, lo cual no es rigurosamente cierto. Tampoco aparecía en la red de bibliotecas, exceptuando un único ejemplar en la Universidad Pompeu Fabra, que estaba en préstamo: esperanzadoramente para Egolf, un estudiante lo está leyendo. Ha habido autores a quienes el suicidio o la muerte prematura ha convertido en un mito, pero no siempre ocurre así. Tal vez su tercera novela, sobre un hombre lobo en tierra de los amish, vuelva a cambiar las cosas y resitúe el insólito legado literario de Tristan Egolf en el lugar que sin duda merece.

2 comentarios:

Emma dijo...

Hola Isabel, nunca habia oido hablar de Tristan Egolf, me ha sorprendido su juventud y que sea, por asi decirlo, casi contemporaneo mio. Gracias por este articulo que me lo ha dado a conocer.

Belnu dijo...

Gracias, Emma. Yo había reseñado una novela suya en La Vanguardia, pero por esas cosas atropelladas de los medios, la reseña no salió. Por eso cuando vi que se había pegado un tiro les dije que me dejaran escribir un perfil, y me dejaron.